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Se cultiva solo y soporta sufrimientos, unas pastoras le ofrecen arroz
El príncipe se despidió de los dos inmortales, y llegó a la montaña Jiasu, en la margen del rio Nairanjana para cultivarse sufridamente en medio del bosque, ya no buscaba a ningún maestro. Se sentó solo bajo un árbol con las piernas cruzadas en loto, sin importarle el viento y la lluvia, sin tumbarse ni levantarse, con un corazón limpio y observando la abstención, cada día comía una semilla o un grano de arroz.
El príncipe portaba consigo pensamientos rectos, y se cultivaba esforzadamente, los cuervos y las urracas hacían nidos encima de su cabeza, los juncos se ponían atravesados encima de sus rodillas y tobillos, e igual que antes, su cuerpo y su mente estaban calmados, sin espantarse. Su figura se volvió delgada, como un árbol marchito. El tiempo pasó rápido, sin darse cuenta pasaron seis años. El príncipe pensó en su corazón: “Pasar sufrimientos de esta manera tampoco es la vía última para la perfección. Sin comer nada, el cuerpo no se siente bien, y no hay manera de cultivarse. Para cultivarse en el mundo, el cuerpo es muy importante”. De este modo caminó hacia la margen del río Nairanjana, y lavó sus ropas; las personas cercanas querían lavarlas por él, pero el príncipe no lo permitió; quería dar ejemplo para que las próximas generaciones de monjes se acostumbraran a esforzarse, y no permitieran que otros lavaran sus ropas por ellos. Entró en el agua para darse un baño, y cuando acabó de bañarse, se sentó al lado del río.
En ese momento había dos pastoras de vacas, una se llamaba Nanda, y la otra Boluo, estaban al lado del río pastoreando las vacas. Vieron al príncipe, y en sus corazones nació una gran reverencia. De inmediato seleccionaron a una vaca corpulenta y fuerte, y entraron al río a bañarla, extrajeron leche de las ubres, la cocieron con arroz, y llenaron un bol; lo sostuvieron con ambas manos delante del príncipe, ofreciéndoselo respetuosamente.
El príncipe aceptó su ofrenda, y emitió este deseo: “Deseo que quienes dan de comer tengan suficiente energía, que quienes dan sean prósperos y felices, saludables sin enfermedad, y con mucha longevidad y sabiduría”. Y añadió: “Yo, para poder salvar a todos los seres conscientes acepto esta comida”. El príncipe comió, y recobró la fuerza física.
Publicado en Minghui el 19 de octubre de 2001
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(Serie de 15 partes)
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