(Minghui.org) Hace unos días me quedé en casa de una amiga y su madre, recordé el tiempo que pasé con mi suegra. Durante los años en los que cumplí con mis deberes filiales, ella me brindó numerosas oportunidades para cultivarme.

Visita a una amiga

Una amiga de muchos años me invitó a quedarme con ella unos días para ponernos al día, ya que su madre anciana vivía con ella y no le gustaba dejarla sola. Acepté la invitación y me sentí honrada de estar en compañía de ambas mujeres.

Su madre tiene 87 años, es ordenada, amable, con un cutis claro y una dulce sonrisa. Durante mi estancia de cuatro días, pasé medio día a solas con ella. Le preparé algo que le gustaba comer y le di agua caliente, que luego usó para tomar su medicina. Después charlamos.

Le mostré un video sobre Falun Dafa y le conté algunas historias de la cultura tradicional china. Cuando mencioné la seriedad de jurar lealtad al Partido Comunista Chino, ella entendió y accedió a renunciar a la Liga Juvenil para anular su juramento. Se sorprendió al saber que había practicantes de Falun Dafa en Estados Unidos. Cuanto más conversábamos, más alegre se mostraba.

Se abrió conmigo y compartió historias de su juventud, habló de su difunto esposo y también expresó su renuencia a volver a vivir con su hijo. Mencionó que su nuera parecía detestarla y dijo que no quería ser una carga para la familia de su hijo. Hice lo posible por consolarla.

Las pocas horas que pasamos juntas fueron muy agradables.

La propriedad femenina

Recordar aquella visita me trajo memorias de los años que cuidé a mi suegra. Mi esposo y yo vivimos en diferentes ciudades durante nuestra etapa laboral. Tras jubilarnos, regresamos a su ciudad natal para cuidar de su madre, quien ya tenía más de 90 años. Aunque la relación entre suegras y nueras puede ser difícil entre la gente común, también sirve como oportunidad para cultivarse. Tuve muchas interacciones dulces y amargas con mi suegra.

Un día me retrasé con la cena porque una clase en línea que estaba dando se extendió. Ella oyó mi voz desde el estudio y pensó que estaba hablando por teléfono, descuidándola. Cuando terminé, la vi molesta y le expliqué que estaba enseñando a su bisnieto, lo cual la calmó un poco. Aun así, me criticó por reír demasiado. Le respondí orgullosa: “Es bueno ser alegre al enseñar a los niños”. Me interrumpió citando un viejo refrán: que una mujer no era igual que un hombre. Me reí por fuera, pero por dentro me hizo reflexionar.

Más tarde, mientras hacía tareas del hogar, escuchaba Radio Minghui con auriculares. Uno de los artículos era sobre cultura divina. Hablaban del libro “Preceptos para Mujeres” de Ban Zhao, una historiadora y escritora de la dinastía Han del Este. Conocida como la Confucio femenina, Ban Zhao fue llamada al palacio muchas veces para enseñar a la emperatriz y a la nobleza. Este libro fue el primero en China que estableció normas sobre el comportamiento y carácter femeninos.

Las normas de conducta para las mujeres chinas que crecieron bajo el comunismo son totalmente distintas de las de la cultura tradicional. Las mujeres de la generación de mi suegra aún recuerdan algunos aspectos de esa cultura. Yo actuaba según la creencia de que hombres y mujeres son iguales, por lo que a menudo discutía con mi esposo cuando teníamos desacuerdos. En ese momento, mi suegra me daba un golpe en el brazo para recordarme que no debía comportarme así.

Creía haber sido respetuosa: esperaba a que mi esposo y mi suegra se sentaran para empezar a comer, les servía primero y yo comía al final. Sin embargo, me di cuenta de que lo hacía por cortesía superficial, no por respeto genuino. Agradecí a mi suegra que me hiciera ver ese defecto. Entendí que tener una suegra de carácter fuerte era parte del arreglo de Shifu para mi cultivación.

Mi esposo y yo le compramos una casa nueva creyendo que sus otros hijos se turnarían para cuidarla. Al final, por diversas razones, solo nosotros lo hicimos. Esto me molestó: no solo pagamos la casa, también hacíamos todo el trabajo. Además, aunque su seguro de pensión lo pagaron todos sus hijos, ella entregaba todo su ingreso mensual al hijo menor. Nosotros cubríamos sus gastos. Ella lo sabía y a veces nos decía que no gastáramos tanto en ella. Por haber contribuido tanto, a veces mencionaba con orgullo todo lo que hacíamos, lo cual la incomodaba.

A través del estudio diario del Fa, entendí que debía regirme por el Fa incluso en los conflictos. Shifu dijo:

“Una persona malvada es dominada por el corazón de la envidia. A raíz de su egoísmo y despecho personal, se queja que no le tratan justamente” (Grado de conciencia, Escrituras Esenciales para mayor Avance).

Reconocí que ese era mi estado mental, y era incorrecto.

Los hermanos de mi esposo la cuidaron durante muchos años antes de que nos jubiláramos, y me costó reconocer cuánto ya habían contribuido. Su madre dependía de otros, así que no debía decir cosas desagradables que la hicieran sentir mal.

Después de eso, empecé a tener más cuidado con sus sentimientos. No le decía cuando gastábamos dinero en ella. Era incontinente y usaba pañales de tela, que lavaba ella misma. Como no quedaban bien limpios, yo los volvía a lavar en secreto. Sus hijos y nietos a menudo le regalaban dinero en efectivo y cigarrillos (ella fumaba), pero nunca tocamos nada de eso. También le dábamos sobres rojos para que repartiera en las festividades.

Un pensamiento incorrecto condujo a un accidente

Mi suegra padecía atrofia cerebelosa y tenía las piernas débiles. Dormía con ella y siempre estaba cerca. Le cosí cascabeles en los zapatos para oír cuando se movía. Aun así, un día se cayó.

Estaba limpiando la campana de la estufa cuando vino a buscarme. Pensé que tenía hambre, pero no pude cocinar hasta terminar la limpieza. Justo después de su hora habitual, empecé a prepararle la cena. Entonces escuché un golpe en la sala. Corrimos y la encontramos en el suelo.

La ayudamos a sentarse. Molesta, dijo: “Si hubieras tenido mi cena lista, esto no habría pasado”. Se había inclinado para tomar un plátano y cayó. Su cabeza no se lastimó por la cortina, pero su espalda sufrió una fractura. Le pedí disculpas frente a mi esposo. Tardó seis semanas en recuperarse, y toda la familia estuvo preocupada.

Reflexioné y entendí que debí explicarle que la cena se retrasaría, para tranquilizarla. En lugar de eso, la ignoré y permití que pensamientos egoístas me dominaran.

Mi apego competitivo actuó en ese momento. La cultivación es seria. No cultivar cada pensamiento puede traer problemas. Antes del incidente, recitaba cada mañana este pasaje de Zhuan Falun:

“Siendo nosotros personas que refinan gong, repentinamente se pueden producir conflictos. ¿Cómo hacemos? Si mantienes en todo momento un corazón misericordioso y una actitud serena y pacífica, al encontrarte con problemas podrás actuar bien, porque eso da espacio para amortiguar. Si siempre eres misericordioso, tratas a los demás benevolentemente, consideras a los demás al hacer cualquier cosa, y cada vez que se presenta un problema piensas primero si los demás podrán aguantar o no y si dañas a otros o no, entonces no surgirá ningún problema. Por consiguiente, debes refinar gong según estándares altos, exigirte con estándares aún más altos” (Cuarta Lección, Zhuan Falun).

Pero no lo hice, y pagué un alto precio.

Aprender a ceder y ser dócil

Después de escuchar el programa sobre los Preceptos para Mujeres en Radio Minghui, entendí lo que significaba ser dócil y sumisa: obedecer siempre lo que decían mis suegros, sin importar si tenían razón o no (especialmente cuando no la tenían), y no discutir sobre quién tenía la razón. Ser dócil y sumisa es una virtud que honra a los mayores y debo soportar los agravios.

Mientras memorizaba Zhuan Falun por tercera vez, me daba cuenta de que a menudo tenía que cultivar precisamente el aspecto relacionado con el Fa que memorizaba. Por ejemplo, mientras memorizaba el pasaje sobre “un corazón de gran Ren” de la Novena Lección de Zhuan Falun, mi suegra me brindó muchas oportunidades para ponerlo en práctica.

Como le temblaba el pie, le compré un taburete para que se sentara mientras se lavaba. Un día, la vi levantar la cabeza para enjuagarse la boca, así que corrí a ponerme detrás de ella por si acaso perdía el equilibrio. Sin embargo, inmediatamente se dio la vuelta y exclamó: "¡Vete!". Mi cuñada lo vio y la reprendió. Sonreí y le dije que no pasaba nada.

A menudo, en las comidas, mi suegra vertía lo que quedaba de su tazón en el mío. Un hijo lo notó y le pidió que no lo hiciera. Ambos dijimos que no había problema. Él también la oyó hablarme bruscamente y le recordó que dependía de mí. Ella a veces se disculpaba por su actitud y me pedía que no me enojara. Siempre le decía que no lo haría.

Una vez, mientras la ayudaba a sentarse en el inodoro, me dijo que no soportaba el olor de mi aliento. Desde entonces, la sostenía desde atrás. Esa queja me hizo reflexionar: me relajaba demasiado durante las comidas y hablaba de más con las visitas. Su comentario fue una genuina advertencia para cultivarme mejor.

Nunca me quejé a mi esposo por el comportamiento de su madre, porque temía que la reprendiera. Como practicante y nuera, no era mi lugar pedirle que cambiara. Aunque a veces sentía rencor, recordaba las palabras de Shifu:

“Pero generalmente cuando viene un conflicto, si a uno no lo irrita hasta lo profundo del corazón, no vale, no sirve para elevarse” (Cuarta Lección, Zhuan Falun).

Entonces comprendía, y todo resentimiento desaparecía. La cultivación es maravillosa: me llenaba de felicidad de inmediato.

La compasión se desarrolla a través de la cultivación

Tuve que regresar a casa un tiempo, y mis cuñados cuidaron de mi suegra. Reconocieron cuánto había hecho. Uno dijo que si todos fueran como yo, no habría conflictos. En realidad, los había, pero yo no permitía que se volvieran problemas.

Según el feng shui, un hogar en paz tiene buen feng shui. Nos hemos mudado varias veces y en todas vivimos en armonía. Incluso, el año pasado, floreció una flor de Udumbara en casa.

Cada tarde, mi suegra y yo recitábamos juntas las frases auspiciosas de Falun Dafa: “Falun Dafa es bueno, Verdad-Benevolencia-Tolerancia es bueno”. Mientras lo hacíamos, limpiábamos frijoles para hacer leche de soya. Ella se lavaba las manos antes como muestra de respeto. Siempre lo recitaba sentada y en voz alta, porque pensaba que hacerlo acostada sería irrespetuoso. Su corazón piadoso fue recompensado con buena salud. Comía bien, dormía bien y no perdió los dientes. No se contagió de COVID durante la pandemia.

Sus parientes me elogiaban. Mi cuñada decía que era la mejor nuera del mundo y añadía: “Es una cultivadora y tiene altos estándares”. Sé que no habría podido actuar así si no practicara Falun Dafa. Me siento profundamente agradecida a Shifu al recordar los días con mi suegra.

Una noche tuve un sueño extraño: una amiga de la universidad me llamaba para que  comiera las “gachas de la compasión” que ofrecía un profesor. Parecían demasiado cocidas y los granos eran pequeños. Eran de color blanco y verde pálido como la soya. Sin cuenco ni cuchara, tuve que sorber las ganchas y enseguida se deshicieron en mi boca. Estaba delicioso y tenía un sabor ligeramente fragante. Nunca había probado nada igual en el mundo humano. Tras tres o cuatro sorbos, iba a preguntar con qué tipo de grano estaba hecha, cuando desperté.

Reflexioné sobre el sueño. Antes de desarrollar mucha compasión, el concepto siempre me parecía abstracto. Shifu pareció sugerirme que ahora tenía algo de compasión, que era la pequeña porción de gachas, solo un poco hasta este punto. Comprendí que la compasión se desarrolla lentamente a través de la cultivación, como el proceso de hacer gachas que se cocinan a fuego lento durante mucho tiempo. El grano utilizado para las gachas es la bondad.

(Artículo seleccionado en celebración del Día Mundial de Falun Dafa 2025)