(Minghui.org) Nací en 1943 en un pequeño pueblo montañoso en las afueras remotas de Chongqing. Mi pueblo natal era verdaderamente hermoso rodeado de aguas cristalinas y montañas verdes, y la gente local era amable y de buen corazón. Eso fue antes de que el Partido Comunista Chino (PCCh) usurpara el poder en 1949.

Mi padre era un médico muy conocido en la zona y creía en dioses y budas. Nos enseñó a venerar a los seres divinos y a menudo nos contaba historias sobre cultivadores espirituales. Cuando era niña pensaba que, cuando creciera, encontraría un Shifu para aprender el Dao de los inmortales.

Mi familia fue destrozada

Tenía seis años cuando el PCCh tomó el poder y comenzó sus movimientos de purga política. China fue invadida por la sangre y el terror. Todos los días veíamos a personas atadas, colgadas y criticadas en reuniones masivas. Sus propiedades y tierras eran confiscadas y divididas. Todo se convirtió en propiedad del PCCh.

Las víctimas eran ejecutadas públicamente. Como niña, me aterrorizaba tanto la brutalidad, las masacres y el terror del PCCh que mi cuerpo temblaba de miedo.

Después comencé a ir a la escuela y fui adoctrinada con las tácticas del PCCh de “Falsedad, odio y lucha”, y me volví insensible a lo que ocurría a mi alrededor. Creí erróneamente que todo ese dolor y desastres habían quedado atrás.

Nunca imaginé que el desastre de diez años de la Revolución Cultural golpearía tan duro a mi familia.

Un día, funcionarios del PCCh vinieron a nuestra casa y nos preguntaron por qué no teníamos un retrato del presidente Mao, sino pinturas de paisajes y obras de caligrafía. Dijeron que todo eso era “feudal-capitalista-revisionista” y que seguíamos un camino “feudal-capitalista-revisionista”.

Confiscaron nuestro pequeño teléfono, alegando que era un telégrafo y que mi familia tenía conexiones en el extranjero, siendo agentes enemigos. Nos etiquetaron como espías que colaboraban con potencias extranjeras y se llevaron a mi padre.

Lo arrastraban por las calles cada día para humillarlo públicamente, y por las noches no lo dejaban dormir ni comer. Los guardias de la milicia lo obligaban a escribir confesiones sobre supuestas actividades de espionaje en las que jamás estuvo involucrado.

Durante el invierno más crudo, tras más de 30 días de este tormento, mi padre desarrolló una tos severa y comenzó a escupir mucha sangre. Falleció, víctima de una injusticia, a los 55 años.

Mi hermano mayor era profesor de chino en una secundaria y su caligrafía era excelente; todos los avisos y pancartas de la escuela eran escritas por él. Sin embargo, menos de quince días después de la muerte de mi padre, el PCCh lo llevó de regreso a nuestro pueblo y lo encerró en una oficina local, donde fue torturado durante horas.

Cuando lo soltaron esa noche, su cuerpo estaba completamente herido. Para sobrevivir, huyó a un lugar distante. Pocos días después, los matones volvieron a buscarlo.

Mi madre quedó físicamente destrozada por lo que sucedió. Apenas podía sostenerse de pie, apoyándose en la pared.

“¿Qué crimen cometió mi hijo mayor?”, preguntó.

“Su caligrafía es hermosa, pero solo sirve al Kuomintang”, respondió el comandante de la milicia. (El Kuomintang fue un partido político importante en la República de China. Gobernó en solitario de 1927 a 1949, antes de trasladarse a Taiwán cuando el PCCh tomó el poder.)

Tras varias rondas de saqueo, los matones se llevaron todo lo que consideraron valioso o útil. Lo que no quisieron, como los libros de medicina, caligrafía, pintura y revistas científicas, lo apilaron, lo rociaron con queroseno y le prendieron fuego.

Volvieron y vieron unos cuadernos de ejercicios en la mesa—eran los libros escolares de mi hermano de 15 años. Abrieron uno y encontraron un poema, “La Rima de la Piedra Caliza” de Yu Qian, de la dinastía Ming, y se lo llevaron.

Al día siguiente regresaron y, frente a mi abuela de 78 años, ataron a mi hermano y se lo llevaron. Sus gritos aterrorizaron tanto a mi abuela que se desmayó y nunca se recuperó del trauma. Poco después falleció.

Mi hermano fue llevado a un centro de detención desconocido, donde fue perseguido durante tres meses. Al no encontrar excusas para retenerlo, lo liberaron, pero quedó obligado a realizar trabajos forzados en el pueblo sin paga.

Cada día lo obligaban a trabajar arduamente largas horas y a asistir a reuniones públicas donde las víctimas de las purgas políticas del PCCh eran denunciadas. Cuando los ataban y golpeaban, él también era atado y golpeado. Regresaba a casa cubierto de heridas y sangre, pero al día siguiente tenía que volver a cargar piedras y transportar grava.

Mi pobre hermano soportó seis años de este sufrimiento. En plena juventud, pensaba con frecuencia en el suicidio. Al final de la Revolución Cultural, estaba destruido física y mentalmente.

Para entonces, la bondad que tuve de niña había desaparecido, sustituida por la maldad del PCCh; mi corazón estaba lleno de odio y resentimiento. Solo pensaba en venganza. En mi visión del mundo, no había amigos ni familia: todos eran enemigos.

A los 39 años, me diagnosticaron endurecimiento de arterias en el cerebro. El médico dijo: “Ni siquiera tienes cuarenta años y ya padeces lo de alguien de ochenta. Debes haber sufrido un estrés extremo”.

Mi mente seguía llena de pensamientos moldeados por la ideología del PCCh: nunca pude olvidar el sufrimiento, recordaba siempre con quejas toda la sangre derramada. Mi venganza aún no se había cumplido, y el odio seguía intacto. Todo mi cuerpo—cada órgano y extremidad—se enfermó.

Aprendiendo a responder al odio con bondad

En enero de 1999, el médico le dijo a mi familia que no había tratamiento para mis enfermedades y debía regresar a casa a hacer mis arreglos finales. Justo cuando mi vida llegaba a su fin, el compasivo Shifu hizo que alguien me trajera un ejemplar del precioso libro Zhuan Falun. Me sentí feliz y agradecida de que Shifu no me hubiera abandonado.

Leí el libro una y otra vez, y Dafa purificó mis pensamientos, profundamente envenenados por la cultura del PCCh. Comencé a comprender el verdadero significado de la vida y cómo funciona el karma. El hielo lleno de odio en mi corazón finalmente se derritió.   

Leía con avidez el Fa, y cada palabra de Shifu resonaba profundamente en mí.

En mayo de 2005 regresé, por primera vez en más de 30 años, a ese lugar doloroso: mi pueblo natal. Quería aclarar la verdad a la gente, pues también eran seres conscientes que debían ser salvados.

Al llegar, vi a muchas personas reunidas, algunas llorando. Una reciente inundación había ensanchado el río; un niño de seis años trató de cruzarlo y fue arrastrado, su cuerpo no había aparecido. Todos estaban devastados.

“¿Por qué no construyen un puente?”, pregunté al representante del pueblo.

“No has estado aquí por mucho tiempo. Seguimos siendo muy pobres y no tenemos dinero para construir un puente. El gobierno no da fondos y la gente local tampoco tiene recursos. Ni siquiera podemos pagar el impuesto que el gobierno exige para poder comprar semillas o productos agrícolas.”, me respondió tristemente.

Pensé: no puede ser casualidad que me encuentre con esta situación en mi regreso.

“¿Cuánto es la cuota para comprar semillas?”, pregunté.

“Más de 1000 yuanes.”

“Puedo ayudar con el costo”, le dije. “Ahora practico Falun Dafa y recuperé mi salud. No he necesitado medicamentos en años. Quiero usar el dinero que ahorré para ayudar a construir un puente para la gente de mi pueblo.”

El representante del pueblo me agradeció mucho, tomó mis manos y dijo: “¡Convocaremos una gran reunión para agradecer tu bondad!”

“Por favor, no me agradezcan a mí. Debemos agradecer a Shifu de Falun Dafa, quien salvó mi vida y me enseñó a ser una buena persona.” Entonces le di más de 1000 yuanes para comprar semillas. 

De regreso en casa, hablé con mi esposo y mi hijo sobre ayudar a construir un puente. Ambos apoyaron la idea, pues habían sido testigos del poder extraordinario de Dafa en los cambios milagrosos en mí.

“Tu idea es maravillosa. Debemos hacer cosas buenas por la gente”, dijeron, y empezaron a actuar de inmediato.

En septiembre de 2005 logramos construir el puente y un nuevo camino para la gente local, quienes me invitaron a regresar.

Al llegar, vi grandes pancartas a lo largo de la carretera principal agradeciéndome, diciendo que había traído bendiciones a las futuras generaciones de mi pueblo.

El representante del pueblo, el secretario del PCCh del pueblo y el jefe de la brigada vinieron a verme para agradecerme en persona.

“No es necesario que me agradezcan a mí”, les dije. “Por favor, quiten esas pancartas. No soy yo quien ha traído bendiciones, sino Dafa y nuestro compasivo Shifu. Si quieren agradecer a alguien, agradezcamos todos a Shifu Li, quien nos enseñó a no buscar fama ni beneficio personal. Así que, por favor, retiren esas pancartas.”

Entonces comencé a aclararles la verdad sobre Falun Dafa. En ese tiempo, la persecución aún era muy severa.

“Falun Dafa es una práctica de cultivación de la escuela Buda, basada en los principios más elevados del universo. Es una práctica de gran virtud que puede salvar a la gente, que enseña a ser buenos siguiendo Verdad-Benevolencia-Tolerancia.

“Si Shifu no me hubiera enseñado a ser buena persona, a olvidar el odio, habría sido imposible que hiciera lo que hice. Aún los odiaría y querría vengar lo que le pasó a mi familia. Construí un puente y un camino para la gente de mi pueblo gracias a las enseñanzas de Shifu. ¡Así que agradezcamos todos a Él!

“Falun Dafa no es en absoluto como las mentiras de la televisión. ¡Shifu es muy compasivo! Los practicantes somos personas buenas e intentamos conducirnos con Verdad-Benevolencia-Tolerancia. Espero que no participen en la persecución de gente buena. Si ven practicantes distribuyendo materiales aquí, por favor no los denuncien, sino traten de ser amables con ellos. Al hacerlo, disfrutarán de un futuro brillante y bendiciones.”

Al escuchar todo esto, el representante del pueblo y el secretario del PCCh dijeron: “Por favor, no se preocupe. De ahora en adelante, si algún practicante de Dafa viene aquí a distribuir materiales, los protegeremos, y lo seguiremos haciendo mientras estemos a cargo. ¡Puede contar con nosotros!”

¡Estamos todos profundamente agradecidos con Shifu por su compasiva salvación de incontables seres conscientes! ¡Gracias, Shifu!