(Minghui.org) Estoy profundamente agradecida a Shifu por transformarme de una persona analfabeta en alguien capaz de leer más de 50 libros de Dafa. En nuestro grupo de estudio del Fa hay varios maestros y yo soy la única que nunca fue a la escuela. Sin embargo, cada vez que Shifu publica un nuevo artículo, soy yo quien lo lee en voz alta para todos.
Sufrimiento bajo el régimen del PCCh
El Partido Comunista Chino (PCCh) etiquetó a mi padre como contrarrevolucionario antes de que yo naciera y lo enviaron a un campo de trabajos forzados en el noroeste de China. En el momento de mi nacimiento, el PCCh estaba llevando a cabo la campaña del “Gran Salto Adelante”, que resultó en una hambruna devastadora. Apenas había comida para sobrevivir.
Mi hermana luego me contó que mi vientre estaba hinchado y brillante por la desnutrición severa. Cuando lograba comer algo, la escasez era tal que se podía ver el bulto de la comida dentro de mi vientre. Ella decía que acostada en la cama parecía una gran burbuja transparente. Estaba tan malnutrida que no pude caminar hasta los cinco años.
Un año, mi padre logró enviar unos pocos yuanes y pidió a mi hermana que se tomara una foto familiar para saber si yo seguía viva. La familia era tan pobre que no tenían ropa para mí; simplemente me cubrieron con un trozo de tela. Yo era tan débil y desnutrida que pasaba todo el día en la cama. Mi hermana, solo invitó a mis hermanos a tomarse la foto y se la envió a mi padre. Para él debió parecer que yo había muerto hacía tiempo.
Casi morí de hambre varias veces. Estaba tan frágil que parecía estar al borde de la muerte, pero de algún modo sobrevivía. En una ocasión especialmente crítica, parecía sin vida y mis piernas estaban rígidas. Al verme, mi abuela le dijo a mi hermana que avisara a mi madre.
Nuestra familia había tenido tierras antes de la toma comunista, y como mi padre estaba catalogado como contrarrevolucionario, el PCCh nos perseguía severamente. Obligaban a mi madre, incluso siendo mujer, a trabajar en las inundaciones, en los días cuando había tormentas. Ella sabía que yo estaba muriendo de hambre y pensaba que sería mejor que muriera para no sufrir más.
Cuando oyó que yo tal vez había muerto, no sintió tristeza. Le dijo a mi hermana: “No esperes a que yo regrese, simplemente entiérrala”. Mi abuela, sin embargo, le dijo a mi hermana: “Hay que revisarla, tengo unas hojas de camote. Voy a exprimirles el jugo. Ábrele los dientes y échale unas gotas para ver si las traga”. Increíblemente, tragué unas gotas.
Mi abuela exclamó: “Parece que todavía está viva. Esperemos hasta mañana”. Así, unas gotas de jugo de hojas de camote me devolvieron a la vida.
Cuando tenía seis años, mi madre ya no soportó más la carga de la vida ni la persecución comunista y se quitó la vida, dejándonos a mis hermanos y a mí. Mi tío, compadecido de nosotros cuatro, nos entregó a una familia bondadosa de otro pueblo que podía mantenernos. Así que fuimos a vivir con ellos.
Cuando mi padre regresó, nos buscó desesperadamente, pero temía que su estatus arruinara nuestro futuro. Finalmente, decidió llevarme solo a mí. Yo era inocente y no entendía la dureza del mundo. Él seguía etiquetado como contrarrevolucionario, sufría críticas constantes y hasta lo castigaron obligándolo a desenterrar tumbas de antepasados, consideradas restos de la superstición feudal durante la Revolución Cultural.
Como me daba miedo quedarme sola, mi padre me cargaba a su espalda mientras trabajaba de noche. Yo me aferraba a él con los ojos cerrados, demasiado asustada para mirar la oscuridad.
Cuando llegó la edad escolar, mi familia no podía pagarme la escuela. Pasaba los días recogiendo leña, cocinando y moliendo granos. El PCCh había convertido nuestra casa en escuela, y yo veía con envidia cómo otros niños asistían a clases. Rodeaba la escuela cada día recogiendo ramas, pero en realidad era para escuchar a escondidas las lecciones. Así aprendí algunos conocimientos, aunque no sabía leer ni escribir.
Llegué a memorizar algunos textos, aunque seguía siendo analfabeta. Rogaba llorando a mi padre que me dejara ir a la escuela. Para consolarme, él decía que la escuela no servía de nada. Me repetía: “Mira, yo fui a la escuela y de qué me sirvió, el conocimiento me arruinó la vida”. Mi padre había sido secretario de un funcionario del Kuomintang (partido político), por lo que lo catalogaron contrarrevolucionario y lo enviaron a un campo de trabajo por más de diez años.
A mi hermano le costaba encontrar esposa debido a nuestro estatus. En la Revolución Cultural, el PCCh dividió a las personas por clases: los ricos o los relacionados con el Kuomintang eran considerados enemigos y se convirtieron en el objetivo de la persecución del PCCh. Para ayudar a mi hermano, acepté un matrimonio de intercambio y me casé con el hermano de mi cuñada, seis años mayor que yo.
En la familia de mi suegra me despreciaban por que yo era bajita y pequeña. Me obligaban a hacer todo el trabajo pesado y aun así me trataban mal. Bajo esa presión física y mental, mi salud colapsó. Sufría tantas enfermedades que deseaba morir, pero pensaba en mis hijos pequeños y desistía. Me prometí que me quitaría la vida cuando ellos fueran adultos, incluso planeé cómo hacerlo.
Encontré la salvación gracias a Dafa
En 1998 visité la casa de un vecino. Lo encontré leyendo absorto un libro grueso. Le pregunté qué era y me dijo: “Un buen libro, ¿quieres leerlo?”. Respondí: “No sé leer, para mí las letras son solo manchas negras”. Me ofreció leérmelo y acepté encantada.
Ese día me leyó una lección de Zhuan Falun y quedé cautivada al instante. No podía explicar por qué, pero las palabras resonaron tan profundo en mí que sentí una transformación. Era como si todas las puertas frente a mí se abrieran. Al volver a casa me sentía tan feliz que parecía que cada célula de mi cuerpo celebraba. En mi corazón gritaba: “¡Encontré la verdad! ¡Encontré esperanza!”. Estaba tan emocionada que no dormí durante tres noches.
Solo tres días después de escuchar el Fa, desaparecieron mi rinitis severa, gastroenteritis, nefritis, cardiopatía, hiperplasia mamaria, espondilosis cervical y otros males.
Iba a diario a la casa de mi vecino a escuchar la lectura, aunque debía trabajar todo el día en el campo y en la casa. Me levantaba a las 4 o 5 de la mañana y terminaba las tareas a las 10 de la noche; recién entonces iba a escuchar el Fa. Regresaba pasada la medianoche y dormía solo tres o cuatro horas.
Pronto deseé leer Zhuan Falun por mí misma. Empecé a intentarlo aunque no reconocía caracteres. Si no podía de día, lo hacía de noche. En un mes aprendí a leer el libro. Para las palabras que no entendía, usaba un diccionario. Mi esposo no lo creía, hasta que comprobó con nuestro hijo que yo encontraba las palabras correctas. Sorprendido dijo: “¡Este Dafa es increíble! ¡Una persona analfabeta puede aprender a leer usando el diccionario!”.
Como de día no tenía tiempo, aprovechaba la hora de las comidas para leer. Durante un año casi no usé palillos: con una mano sostenía la comida y con la otra el libro. Mi hijo me decía: “Mamá, si no comes verduras te vas a desnutrir”. Le respondía: “Estoy aprendiendo Verdad, Benevolencia y Tolerancia. Ese es el alimento verdadero, no me falta nada”.
Así leía con gran entusiasmo día y noche. En menos de un año terminé de leer Zhuan Falun cincuenta veces.
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