(Minghui.org) Tras la muerte de Jiang Zemin, exdictador del Partido Comunista Chino (PCCh), el dinero que malversó debió de quedar en manos de sus hijos y nietos. Pero para China como país, lo que nos dejó fue una degeneración sin precedentes de la moralidad y devastadoras violaciones de los derechos humanos.

Después de afianzarse en el círculo de poder central del PCCh al ordenar la represión de los estudiantes que protestaban en 1989, Jiang continuó su trayectoria hasta convertirse en el máximo líder del PCCh en 1993. Durante la siguiente década, siguió expandiendo su poder, enriqueciendo a su familia, y sumió a la nación china en un abismo moral.

Durante las décadas de reinado de Jiang, gobernó el país con corrupción, engaño y violencia. Su propia promiscuidad también fue un mal ejemplo para innumerables funcionarios gubernamentales y otros.

Con la cultura y los valores tradicionales considerados obsoletos, el pueblo chino ya no era cortés ni civilizado. Desde los ancianos hasta la generación más joven, incluidas las mujeres jóvenes bien educadas, las malas palabras se vuelven una parte común de su lenguaje cotidiano, sin que nadie sienta que son inapropiadas.

Jiang mantuvo la política del hijo único en 2001, incluso después de que la tasa de fecundidad descendiera de 2,3 hijos por mujer en 1990 a 1,22 en 2000. Eslóganes espantosos como: “Prefiero derramar sangre en los ríos que permitir que nazca un solo bebé más” aparecieron en lugares públicos, convirtiendo al país en una máquina de matar y provocando una disminución de la población y un gran desequilibrio de género (una proporción mucho mayor de hombres que de mujeres).

Como parte del “control de estabilidad” y el encubrimiento de los crímenes del régimen, Jiang ordenó la creación del proyecto Golden Shield, que censura estrictamente Internet y monitorea las actividades en línea de miles de millones de internautas chinos.

Mientras tanto, ciertos prisioneros y graduados universitarios fueron movilizados para convertirse en el “Ejército de 50 centavos”, publicando propaganda en línea para lavar el cerebro al público y encubrir los crímenes del PCCh.

Tales esfuerzos de lavado de cerebro llevaron al surgimiento de los “Little Pinks”, jóvenes nacidos después de la década de los noventa. Asumieron los vicios de la corrupción y la indulgencia material como algo normal, y adoraron al PCCh por “dárselos todo”.

El legado más sangriento de Jiang es la persecución de Falun Gong y sus tres directrices: "Difamar su reputación [la de los practicantes], destruir sus cuerpos y llevarlos a la bancarrota económica". Con el respaldo de Jiang, la policía, el ejército y los hospitales trabajaron como un canal para extraer los órganos a practicantes vivos de Falun Gong, y el régimen obtuvo ganancias astronómicas de esta atrocidad.

Incluso después de que Jiang dejara el poder, la sustracción forzada de órganos continúa y se ha extendido a los uigures e incluso al público en general, especialmente a los estudiantes de secundaria y universitarios. Del mismo modo, la política "Cero-COVID" es también la expansión al público en general de la política de erradicación contra los practicantes de Falun Gong.

Cada vez que el PCCh lanza una campaña política, apunta a un grupo selecto e instiga al resto del país a atacar al objetivo. Al final, ningún chino se libra de ser atacado. Desde las víctimas de las inundaciones y sequías causadas por las desastrosas políticas del PCCh hasta los bebés que murieron por beber leche contaminada con melamina, todas estas tragedias se basan en el legado de crueldad, ferocidad y falta de escrúpulos de Jiang.

Con la muerte de Jiang, ha llegado el momento de que los chinos hablemos por nosotros mismos y recuperemos el verdadero legado de nuestros 5.000 años de civilización china de inspiración divina, y despertemos de la pesadilla del comunismo.