(Minghui.org) La Sra. Shao Changhua fue dos veces encarcelada en la prisión de mujeres de Liaoning, ambas veces por hablar a la gente sobre Falun Gong (también conocido como Falun Dafa), una práctica espiritual perseguida por el régimen comunista chino durante los últimos 17 años.

La Sra. Shao primero fue condenada a 5 años de cárcel en 2005, después de ser arrestada en octubre de 2004. Los guardias y las internas la torturaron brutalmente tratando de obligarla a renunciar a su creencia.

Por ejemplo, la Sra. Shao una vez fue privada de sueño durante más de 20 días. Fue golpeada y electrocutada con picanas eléctricas durante al menos un día de esta manera, y no le permitieron lavarse la cara ni cepillarse los dientes durante más de dos meses.

Incesantes palizas

Fui llevada a la prisión de mujeres de Liaoning la segunda vez en abril de 2011. Los guardias prometieron a dos internos: “No importa lo que le hagan. Si pueden conseguir que Zhao Changhua renuncie a su creencia en Falun Gong, vuestras condenas se verán reducidas en seis meses”. Como consecuencia de esto, los internos me torturaron de todo tipo de maneras durante los siguientes meses.

Me abofeteaban y golpeaban hasta que estaban cansados. Después encontraron una pieza de un tubo de plástico de un metro de largo e hicieron un látigo con cuatro cables. Me dieron latigazos desde las 6:30 a.m. hasta las 7:30 p.m. Por la noche, me obligaron a permanecer en una silla. Cada vez que movía las piernas, me golpeaban de nuevo y no me dejaban dormir.

En la séptima noche, tuve un ataque al corazón y me desmayé. Cuando volví en sí, continuaron golpeándome hasta el amanecer.

Tortura brutal

Estaba llena de moratones. Me pinchaban con agujas de coser entre las uñas.

Reconstrucción de la tortura: clavando agujas de coser entre las uñas.

Me ponían aceite de pimienta caliente y pepitas en los ojos y vagina, y también pinzas en las orejas, pezones y genitales, y metían mi cabeza en el baño hasta que casi me ahogaban.

Me mojaban con cubos de agua helada durante horas. Tiritaba sin control e incluso no podía hablar. No me dejaban cambiarme de ropa. Al final, mi cuerpo secaba la ropa.

Algunas veces, no tenía nada de comer o beber. A menudo no me permitían usar el baño. Un día, una interna de repente me agarró por el cuello y comenzó a darme golpes. Después estuve atada a la cama con las manos y piernas estiradas y mis pies apenas tocaban el suelo.

Después de ocho meses de intensa tortura, adelgacé de 54 a 34 kilos. Mi pelo se volvió blanco. Tenía huesos rotos. Mi columna estaba herida tan gravemente que no podía permanecer de pie. Tenía dificultad para andar. Mi vista y oído también estaban afectados.

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