(Minghui.org) Un artículo publicado en Minghui.org describía cómo un funcionario local del régimen comunista chino intentó engañar a una practicante para que firmara una declaración y que dejara de practicar Falun Dafa.

El funcionario llevó a la practicante un cubo de aceite de cocina y un saco de arroz. Fingiendo preocuparse por la practicante, intentó engañarla para que escribiera una declaración en la que dijera que cumpliría las leyes y sería una ciudadana respetuosa con la ley.

Esta táctica me recordó lo que me ocurrió cuando me llevaron a un centro de lavado de cerebro en 2012. Después de que los guardias no lograron transformarme con todo tipo de medidas de lavado de cerebro, me dijeron algo parecido: «Todo el mundo debe acatar las leyes y normas del país, ¿verdad? No debería ser un problema para ti poner eso en una declaración».

Creían que, puesto que Falun Dafa estaba siendo perseguido, seguir las leyes significaba no practicar Falun Dafa. La lógica es errónea, ya que no hay ninguna ley en China que estipule que la práctica sea ilegal. Hacen esto para que los practicantes sientan que han traicionado la práctica y por lo tanto no pueden reanudarla.

Me gustaría compartir lo que viví en el centro de lavado de cerebro.

Aislamiento y privación de libertad y derechos

Para lavar eficazmente el cerebro de las reclusas, primero las guardias las aislaban por completo. A mí me metieron en una pequeña habitación (de unos 9 metros cuadrados) que tenía tres camas y un pequeño retrete. Dos expracticantes vivían conmigo y me vigilaban las veinticuatro horas del día, incluso me decían cómo sentarme y dormir.

El primer día que estuve en el centro de lavado de cerebro, me senté en la cama con las piernas estiradas y cruzadas. Una de ellas me gritó: «¡No hagas los ejercicios!». En otra ocasión, me desperté a las 3 de la mañana para ir al baño. Cuando volví a la cama, empecé a meditar. Al cabo de menos de un minuto, una de ellas me gritó: «¿Qué haces? Túmbate y duérmete».

Cada vez que la puerta quedaba abierta y alguien pasaba por delante de la celda, una de ellas cerraba rápidamente la puerta para que yo no tuviera contacto con nadie más. Una vez, cuando me quedé de pie junto a la puerta y miré al pasillo sólo un segundo, una de ellas me detuvo y me dijo que no me estaba permitido mirar a fuera.

Comía, dormía, iba al baño, me duchaba y lavaba la ropa en la celda. Cuando se trataba de hacer cosas como conseguir comida, secar la ropa y comprar artículos de primera necesidad, las expracticantes lo hacían por mí, así que no salía de la celda.

Las reclusas tenían que trasladarse con frecuencia a distintas celdas de diferentes plantas y eran vigiladas por distintas expracticantes. Esto se hacía para que no nos sintiéramos cómodas y para presionarnos constantemente. Yo estuve encarcelada en tres celdas diferentes de dos plantas distintas.

Utilizando a la familia para intentar influenciarme

A veces las expracticantes charlaban conmigo sobre mi familia. Una de ellas me preguntó si tenía hijos y nietos, y le dije que sí. Entonces me dijo: «Qué suerte tienes. Deberías cumplir con el gobierno y escribir una declaración (de renuncia a tu fe) para poder volver a casa con tu familia y disfrutar de ellos».

Respondí: «Disfrutaba de mi familia hasta que los funcionarios me trajeron aquí sin ningún procedimiento legal. En cuanto a escribir una declaración, deberían darme una declaración que explique la base legal por la que me encerraron aquí».

Se quedó en silencio.

Ruido intenso para perturbar la mente

Era una norma que la televisión de las celdas estuviera encendida desde las 7 de la mañana hasta las 10 de la noche. A veces la televisión emitía vídeos que difamaban y atacaban a Falun Dafa, y a veces emitían anuncios de televisión y telenovelas comunes. Las historias se centraban en la lucha, en obtener beneficios personales por cualquier medio, en alabar al PCCh y en tergiversar la historia de china. El objetivo era convertir al practicante en una persona común para que fuera más fácil transformarlo. Cuando se emitían constantemente, los mensajes corrompían gradualmente la mente y los pensamientos rectos de los practicantes y los alejaban de las enseñanzas de Falun Dafa.

A veces, el volumen de la televisión estaba al máximo. En un espacio reducido, un ruido tan fuerte durante mucho tiempo provoca mareos, agitación, lentitud e incapacidad para pensar correctamente.

Mi marido no pudo verme hasta 20 días después de ser encarcelada. Enseguida se dio cuenta de que tenía los ojos vidriosos. Preguntó a un miembro del personal: «¿Por qué no mueve los ojos?».

El funcionario le dijo que todos las internas de ese centro tenían ese aspecto. Sospeché que se debía a la fuerte contaminación acústica y a que me habían drogado.

Le dije a mi marido que me sentía angustiada, mareada y somnolienta todo el día, y que tenía los ojos secos e hinchados. Cuando mi marido preguntó a la empleada si me habían dejado salir para moverme, ella respondió: «No mucho», y yo le dije: «Ni una sola vez».

Amenazas, maltrato físico y verbal

Para destruir la voluntad de una persona, los guardias solían amenazarla o agredirla verbal y físicamente. Las amenazas más comunes eran: «No se te ocurra irte sin transformarte», «Te entregaremos a la policía y haremos que te arruinen la vida», «Uno de los practicantes que se negó a transformarse sigue aquí después de tantos años y un practicante que llegó después de ti ya se ha ido tras escribir una declaración».

El 25 de diciembre de 2012, cincuenta días después de mi detención, vino a verme una persona encargada de «educar» a las reclusas. Me dijo que tenía que entender que no podía practicar Falun Dafa porque estaba prohibido por el Gobierno. Le expliqué que practicar Falun Dafa es mi derecho constitucional y que el Ministerio de Seguridad Pública no incluía Falun Dafa en su lista de 14 prácticas ilegales.

Empezó a amenazarme: «No luches contra el gobierno. Debes cambiar de opinión o esto no acabará bien para ti». Me dijo que abajo me esperaba una practicante que había dejado la práctica y que tenía que hablar con ella. Me negué.

Insistió: «Es casi final de año. Si se te pasa el plazo para renunciar a la práctica, después de Año Nuevo tu condena se prolongará uno o dos años más. Tienes casi 70 años y perderás la pensión, lo que dificultará que tus hijos y nietos consigan trabajo o sigan estudiando. Piénsalo bien, es mejor renunciar a la práctica y volver a casa a disfrutar del Año Nuevo». Fingió hacerme un favor e hizo una llamada para ampliar el plazo de presentación de la declaración. Le dije que no se molestara porque nunca escribiría una declaración.

En su último intento de engañarme, me dijo tranquilamente: «Todo el mundo debe cumplir las leyes y reglamentos del país, ¿no? No debería ser un problema para ti poner eso en tu declaración». Antes de que pudiera terminar, la detuve: «Siempre he acatado las leyes, ¿por qué debería ponerlo por escrito? No me hagas perder el tiempo».

Con la protección de Shifu, más tarde pude salir del centro de lavado de cerebro.