(Minghui.org) Yue Fei, personaje legendario de la historia china, es un ejemplo de lealtad para todas las generaciones de chinos. Desde expulsar a los invasores Jurchens hasta realizar hazañas imposibles en el campo de batalla y defender el corazón de China, su historia se ha contado una y otra vez en libros de historia, obras de teatro, novelas y películas chinas.

Los chinos con frecuencia expresaban sus aspiraciones a través de la poesía, y Yue no fue una excepción. Sus poemas en la Colección de Yue Wumu y en la Colección de Poemas Canción, ponen de manifiesto su carácter magnánimo y sus elevados ideales.

(Continuación de la Parte 5)

El último poema de esta serie encarna la melancolía de Yue Fei al final de su vida:

Xiao Chong Shan

Incesante resuena el chirriar de los grillos,
En la más oscura de las noches,
me llaman de regreso, desde un sueño de lejanas leguas.
A medianoche, desperté del letargo.

Solo, me levanté y rodeé los escalones de piedra,
Sintiendo al mundo dormido. La luna brillaba,
difuminada a través de la cortina desplegada.
Mi cabeza de un blanco puro contiene faenas acalladas.

Los pinos y el bambú de las montañas de casa
Deben estar ahora espesos y altísimos, sin embargo
no los veré.
Una orden repentina y mi regreso es bloqueado.

Verter mi alma en una cítara y arranca cada dolor,
yo lo haría.
Pero ¿quién podría
escuchar y desentrañar el sonido de mi dolor?
Aunque tocara hasta que se rompieran las cuerdas,
todo sería en vano.

La noche anterior, los grillos chirriaban sin cesar en el frío otoñal. Cuando el poeta se despertó con sus lamentos, ya era más de medianoche. Se paseaba solo por la escalera de piedra, lenta y repetitivamente. Apenas había nadie despierto a esas horas, y fuera de su ventana, la tenue silueta de la luna brillaba débilmente. A estas alturas, su cabeza estaba completamente blanca, pero su objetivo de restaurar la Llanura Central de China seguía siendo un sueño lejano. Aunque los pinos y el bambú de su pueblo natal envejecían con la gente que él conoció, él no puede regresar. Y aunque anhela plasmar sus sentimientos en una canción, sabe que hay pocos en el mundo que puedan realmente comprender su difícil situación, así que aunque acabara rompiendo las cuerdas, ¿qué uso tendría?

Dos años después de que se escribiera este poema, el emperador emitió doce órdenes para que Yue reuniera a su ejército. Cuando el ejército se retiró hacia el sur por orden del emperador, los civiles los detuvieron en el camino y vinieron llorando a Yue Fei. "El ejército (invasor) Jurchen, sabía que les dimos a ustedes la bienvenida con cuencos de incienso sobre nuestra cabeza y ayudamos a transportar su comida y hierba para sus caballos", dijeron. "Si usted se va, el enemigo volverá y nos matará a todos".

Yue se conmovió también hasta las lágrimas. Decidió quedarse cinco días más para dar a la gente tiempo suficiente para empacar y trasladarse al sur con sus tropas. Se dice que el número de personas que acabaron siguiéndole era tan grande como la multitud de un gran mercado. Pidió al emperador que les asignara tierras a lo largo del río Han, afluente del Yangtsé, donde pudieran reasentarse.

Cuando Yue Fei regresó a la capital, el canciller Qin Hui y otros funcionarios le acusaron de varios delitos, ninguno de los cuales era legítimo. Un funcionario, He Zhu, se encargó de torturar al general. Le quitó la camisa a Yue Fei sólo para ver el tatuaje en su espalda de cuatro grandes caracteres que decían: "Permanece leal a tu país". He Zhu supo entonces que Yue Fei era inocente y se negó a confabularse con Qin Hui. Una vez le preguntaron a Qin Hui por los crímenes concretos que había cometido Yue Fei. ¿Su respuesta? "Ahora no está claro, pero podría haber pruebas".

Aunque Yue fue incriminado y ejecutado injustamente, su legado de lealtad y bondad ha inspirado a generación tras generación de chinos. Sus entendimientos profundos sobre la espiritualidad también nos dieron una interesante perspectiva sobre la conexión de la humanidad con lo divino, junto con un mensaje de sostenernos en la bondad, para poder regresar a nuestro ser más puro, a pesar del tumulto del mundo mortal.

(Final)