(Minghui.org) La Sra. Li Guiyue salió de la Prisión de Mujeres de la provincia de Heilongjiang en mayo de 2020, demacrada y débil, con la mente poco clara. Somnolienta y dolorida, se acurrucaba en la cama todo el tiempo. A veces murmuraba para sí misma: "¡Me golpean todos los días! ¡Me golpean todos los días!". Incapaz de recuperarse, falleció un año después, el 6 de agosto de 2021, a los 52 años.
La Sra. Li residía en el condado de Yilan, provincia de Heilongjiang, y fue condenada a cinco años de prisión por su fe en Falun Dafa, una disciplina espiritual perseguida por el régimen comunista chino desde 1999. Como todas las practicantes de Falun Dafa recluidas en la Prisión de Mujeres de la provincia de Heilongjiang que perseveraron en su fe, fue sometida a brutales y prolongadas torturas.
La administración penitenciaria, la Oficina de Justicia, el Comité de Asuntos Políticos y Jurídicos y la Oficina 610 de distintos niveles de la provincia unieron sus fuerzas para aplicar activamente la política de persecución contra Falun Dafa. A los funcionarios de prisiones no les preocupaba tener que rendir cuentas por sus delitos, donde la persecución es una de las más severas del país.
Persecución sistemática
En la Prisión de Mujeres de la provincia de Heilongjiang, todas las practicantes de Falun Dafa encarceladas fueron asignadas a los pabellones 8 y 9, y divididas en 24 grupos. La brutal persecución que sufrieron las practicantes duró tanto tiempo y fue tan despiadada debido a que se llevó a cabo sistemáticamente en la prisión.
La prisión impidió las comunicaciones entre las practicantes y el exterior, y también entre las practicantes dentro de la prisión. No se permitía a las practicantes de la prisión hablar entre ellas ni mantener contacto visual. A la mayoría de las practicantes se les negaron las visitas familiares durante años y las llamadas telefónicas y las cartas de sus familiares fueron estrictamente vigiladas y controladas. Durante la pandemia, la prisión endureció aún más las normas de visita, y no las ha relajado desde entonces.
Los guardias de la prisión instigaron a las reclusas a hacer el trabajo de obligar a las practicantes a renunciar a su fe, eludiendo sus propias responsabilidades. Seleccionaron a reclusas egoístas y crueles con experiencia como jefas de grupo para que estuvieran a cargo de trabajar con las practicantes a tiempo completo, y utilizaron puntos de recompensa y reducciones de condena como incentivos para hacerlas trabajar más duro. Estas reclusas estaban con las practicantes las veinticuatro horas del día y tenían libertad para torturarlas mental y físicamente en cualquier momento.
Torturas brutales
Las practicantes que se mantenían firmes en su fe eran sometidas a palizas diarias. Las reclusas las abofeteaban, les daban puñetazos en la cabeza y en la cara, les golpeaban la cara y la cabeza con las suelas de los zapatos y les daban patadas después de derribarlas.
Las practicantes eran obligadas a permanecer sentadas en taburetes de plástico muy bajos todos los días durante más de diez horas, con la espalda recta, o durante toda la noche, sin cerrar los ojos. Las veces que se les permitía ir al baño eran muy limitadas. Cada minuto de la tortura sentada parecía extremadamente largo. Cualquiera que se moviera un poco era golpeada. A muchas practicantes se les hinchaban las piernas y los pies y perdían sensibilidad.
Para intensificar la tortura, las reclusas añadían tablas de lavar encima de los taburetes y obligaban a las practicantes a sentarse en la superficie irregular. En invierno, las internas arrastraban a las practicantes a los lavabos con las ventanas abiertas y las obligaban a permanecer allí vestidas con una sola capa de ropa. El frío penetraba en sus cuerpos, dejándoles las piernas y el abdomen entumecidos y helados todo el tiempo.
Algunas practicantes también fueron sometidas a la tortura de colgarlas. Las reclusas las colgaban de las barandillas de la litera superior durante largos periodos. Las practicantes sufrían un dolor insoportable, ya que sus muñecas soportaban todo el peso de su cuerpo.
Recreación de la tortura: colgada con esposas de las barandillas de la cama.
La Sra. Yang Lihua, del condado de Sunwu, Heilongjiang, fue golpeada, expuesta al frío extremo, obligada a sentarse en un pequeño taburete y colgada. Fue torturada hasta la muerte en prisión después de más de un año.
De vez en cuando, las reclusas también probaban distintos medios para torturar a las practicantes. Durante un tiempo, ahogaron a las practicantes en cubos de agua. Dos reclusas metieron la cabeza de una practicante en el agua hasta que no pudo aguantar más la respiración, luego le levantaron la cabeza para que recuperara el aliento durante unos breves segundos, después le volvieron a meter la cabeza en el agua y repitieron el proceso.
Otro método de tortura consistía en que las reclusas metían un trapo sucio en la boca de una practicante y luego lo sacaban con fuerza. Muchas veces, los dientes de las practicantes eran arrancados junto con el trapo.
También se les negó el acceso a los aseos (algunas tuvieron que hacer sus necesidades en los pantalones). A algunas se les privó de comida y agua. Otras fueron inmovilizadas en posición forzada de piernas separadas durante mucho tiempo.
Ni siquiera las practicantes ancianas, de 60 o 70 años, se libraron de la tortura diaria. Algunas practicantes cuyas familias las abandonaron debido a la persecución fueron sometidas a las torturas más severas, y las reclusas declararon abiertamente que nadie se preocupaba por ellas si las torturaban hasta la muerte. Una de estas practicantes fue de hecho torturada hasta la muerte.
Para intensificar la persecución hacia las practicantes que se negaban a renunciar a su fe, los guardias de la prisión castigaban a todas las reclusas de la misma celda obligándolas a incitar su odio y violencia hacia las practicantes. Cuando castigaron a todas las reclusas haciéndolas pasar sentadas hasta medianoche, se enfurecieron y golpearon severamente a las practicantes.
Los acontecimientos periódicos, como las inspecciones de los departamentos superiores y las diversas campañas de vez en cuando, daban a las reclusas la oportunidad de lucirse, lo que hacía más penosa la vida de las practicantes. Durante toda la noche se oían fuertes palizas y gritos.
Los funcionarios de prisiones empeoraron a propósito las condiciones de vida de las practicantes que mantenían firmemente su fe. Sólo podían gastar 100 yuanes al mes. Frecuentemente, se veían obligadas a pagar precios mucho más altos por artículos de primera necesidad de peor calidad. A menudo no recibían suficientes alimentos durante las comidas.
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Categoría: Hechos de la persecución