(Minghui.org) Hay un proverbio chino que reza: “El destino del hombre está en manos del Cielo”. No obstante en su juventud, el hombre, tiende a generar muchas expectativas y trata de cambiarlo. Luego, con el correr del tiempo, comienza a darse cuenta de que, en realidad, no puede tomar las riendas de su propio destino. En la cultura tradicional china, la gente hablaba de "respetar los designios del Cielo, aceptar el destino y seguir el camino [el Tao]”. De hecho, a lo largo de la historia muchos sabios, pese a los avatares del destino, siguieron el Tao. Al final, gracias a que buscaron la verdad –sin desmayo– lograron iluminarse y regresaron al origen.

Uno de estos sabios fue Su Shi (que vivió del 1037 al 1101 d. C.). El renombrado poeta de la dinastía Song, también conocido como Su Dongpo, nació en Mei Zhou (en la actual provincia de Sichuan). A edad temprana, aprobó el examen imperial de mayor nivel, con la máxima puntuación. Posteriormente le nombrarían secretario imperial. Y después Ministro de Ritos. El emperador lo elogiaba llamándolo el "primer ministro" del talento. Fue un emprendedor honesto, incorruptible y valiente, que se distinguió por su tolerancia y su servicio a los demás. A día de hoy, se le sigue considerando uno de los ocho maestros de la prosa china.

Relegado a Huangzhou

En el 1079 d. C. tuvo lugar el famoso "Caso de la Poesía de Wutai”. Acusaron a Su Shi de difamar a la corte imperial en sus poemas. Los acusadores incluso intentaron darle muerte por todos los medios posibles. Al final, la guardia imperial lo arrestaría y encarcelaría durante más de cuatro meses.

Se libró de la pena de muerte, pero lo exiliaron a Huangzhou (en la actual provincia de Hubei). Aquella escasez de posesiones materiales a la que se vio sometido de repente, sin embargo, le otorgaría la posibilidad de reflexionar y meditar sobre los altibajos que había sufrido en su vida.

Según ‘La historia nocturna’ de Leng Zhai, cuando Su Shi partió hacia su destierro, ocurrió algo. Su hermano menor, Su Zhe, tuvo un sueño en el que lo vio salir de la ciudad para encontrarse con el monje Yunan –que seguía ‘los Cinco Preceptos’– y con el monje Cong –del Templo Shengshou. Sorprendentemente, al día siguiente, ambos monjes también dijeron que habían soñado lo mismo.

Cuando los protagonistas del sueño se encontraron, Su Shi, recordó: "Cuando tenía ocho o nueve años de edad, tuve otro sueño. Yo era, en realidad, un monje que viajaba por Shanyou. Y cuando mi madre se quedó embarazada, soñó que un monje llegaba a su vida para quedarse. Era ciego de un ojo". El monje Yunan respondió: "Un monje de los Cinco Preceptos que estaba ciego de un ojo era, exactamente, de Shanyou. Y en sus últimos años, fue a Gao’an, y acabó muriendo en el templo Dayu. Eso pasó hace como unos 50 años”. En el momento que conversaban, Su Shi cumplía, exactamente, cuarenta y nueve años. Así que se le ocurrió dejar documentada esta sucesión de acontecimientos en su poema ‘El Templo Nanhua’: “Me cultivé, y me refiné durante tres vidas. Un pensamiento me hizo extraviar, y me condenó por cien años”.

En la antigüedad, una persona a menudo tenía que cultivarse espiritualmente durante varias vidas para alcanzar la perfección. Se pueden encontrar muchos ejemplos en la historia. En el caso de Su shi, el detonante fue que lo degradaron y enviaron a Huangzhou, donde comenzó a rememorar lo que le había tocado vivir, y a practicar y estudiar el budismo.

Amarguras entre amarguras

En Huangzhou, Su shi vivió tiempos difíciles como nunca había imaginado.

Pese a haber sido un funcionario de conducta intachable con una historial impecable lo habían destinado a Huangzhou, donde se encontraba con problemas hasta para darle de comer a su familia, porque seguía negándose a aceptar sobornos. Dividía el poco dinero que cobraba en treinta porciones y las colgaba en las vigas de la casa. Cada mañana, enganchaba con una horca uno de los puñados de dinero para sufragar los gastos de aquel día. Luego escondía la horca. Un día, encontró un terreno baldío lleno de espinos y escombros que nadie quería, y lo adquirió. Toda su familia le ayudó a limpiarlo de escombros, y a segar los espinos y las malas hierbas. Escarbaron profunda y concienzudamente hasta sacarlas de raíz. Con gran esfuerzo, convirtieron el castigado terreno en un campo de cultivo de 50 mu –o 30 hectáreas. Entonces, según contó: "Todos mis vecinos vinieron a ayudarme con sus herramientas porque sabían que no tenía dinero en el bolsillo”.

Mientras trabajaba incansablemente en sus terrenos, Su Shi, se sentía “navegando sobre olas de hierba, entre las montañas y el agua”, porque, ”cada vida toma su propio rumbo. Solamente hablar de llenar el estómago, tampoco es fácil alcanzar eso, porque al igual que la fama y la riqueza son cosas predestinadas”.

Esta vida de escasez, dificultades y amarguras, por otro lado, acabaría sublimando un espíritu como el suyo, ya que Su Shi nunca cedió a las presiones y siempre mantuvo una actitud positiva, como reflejó en el poema “Lin Jiang Xian [Un dios junto al río]”:

“Bebí vino de arroz toda la noche,
a veces despierto y a veces borracho;
Cuando regresé de madrugada,
oí al sirviente roncar como un trueno.

Cuando llamé a la puerta nadie respondió.
Me apoyé en mi bastón, y escuché el sonido del río:
Odio este cuerpo, que no me pertenece.
¿Cuando olvidaré mi estancia aquí?

La noche tranquila, sin viento,
y el río inmóvil, como un espejo:
Navegaré en mi pequeña barca,
siguiendo el curso de los ríos y el mar”.

Aunque Su Shi vivió dificultades inusitadas, siempre cuidó de todo su entorno. Incluso el sirviente estaba tan cansado que ni siquiera le oyó llamar a la puerta. Su Shi, entonces pasea por la orilla del río, y dice que odia su cuerpo de materia que no es su verdadero yo. En este mundo humano la estancia es tan efímera como pasajera. No merece la pena enredarse en la fama, las ganancias o el sentimentalismo mundanos, porque no son cosas esenciales. Una vida es como un barco en un río, fluye siguiendo su curso natural. Solo se estará en paz con uno mismo, cuando se trascienda este mundo.

Desde el punto de vista del budismo, nuestro cuerpo es solo una cáscara. Lo que importa de verdad es que nutramos nuestra alma. Eso es lo más importante. Por eso, es fundamental mantener la calma ante la adversidad. Solo así podremos llegar a comprender mejor los asuntos y alcanzar la iluminación.

(Continuará en la Segunda Parte)