(Minghui.org) Tengo 70 años y comencé a practicar Falun Dafa en 1997. Cuando comenzó la persecución a Falun Gong en 1999, no lo dejé. A causa de aclarar los hechos sobre Dafa, fui condenada ilegalmente a tres años y medio de prisión. Mi hijo, que también era practicante, fue torturado hasta la muerte durante la persecución.

Me fui de China en 2013. Un día, me encontré con otra practicante que era profesora. Me dijo: "¿Por qué esa cara larga y esa mirada triste? ¿No has dejado de lado los sentimientos por tu hijo?".

Sonreí apenada y no dije nada. ¿Cómo podían saber los demás el dolor insoportable que escondía en el fondo de mi corazón? Era una tristeza indescriptible, una enorme carga de la que no podía desprenderme. La carga era un insoportable sentimiento de culpa.

Dejando ir la carga de mi corazón

Durante mi encarcelamiento en la prisión de mujeres de Guangdong, me torturaron física y mentalmente. Era un infierno en la tierra.

Al principio, como no renunciaba a Falun Gong (también llamado Falun Dafa), me encerraron en una pequeña celda, y entre 12 y 13 personas se turnaban para vigilarme. No me dieron nada de comer y me dijeron: "No habrá comida para ti hasta que admitas que eres una criminal".

No me dejaron dormir ni bañarme durante más de tres semanas. Me maltrataron verbalmente, me tiraron de las orejas, me tiraron del pelo y me humillaron por completo.

Mi hijo fue torturado hasta la muerte en un campo de trabajos forzados, pero no querían decírmelo. Insistieron en que había muerto por causas naturales... Perdí 20 kg (44 libras) en un mes en la prisión.

Me preocupaban muchas cosas, entre ellas mi anciano padre, que necesitaba cuidados. Después de una dolorosa lucha, firmé las llamadas "cuatro declaraciones [para renunciar a mi práctica de Falun Gong]" contra mi voluntad, dejando una mancha en mi camino de cultivación. Desde entonces, la carga de la autoculpabilidad llenaba las profundidades de mi corazón.

Después me drogaron con alguna sustancia desconocida. Seguí vomitando y mi orina era roja. Me llevaron al hospital de la prisión y me hicieron análisis de sangre. Estaba al borde de la muerte.

En mi corazón tenía un gran conflicto. Quería pedirle al Maestro que me ayudara, pero ya me había entregado al mal; ¿cómo podía pedirle algo? Después de una lucha mental, acabé rogando al Maestro. Grité débilmente en mi corazón: "Maestro, por favor ayúdame".

Este pensamiento tuvo un efecto milagroso. Dos o tres horas después, me recuperé. Le dije al médico: "Estoy bien. Quiero que me den el alta". En cambio, me acompañaron al hospital general del departamento de justicia, fuera de la prisión, donde me tuvieron quince días.

Me dijeron que tenía una enfermedad incurable. Me hicieron muchos análisis de sangre y varias pruebas. En ese momento, no entendía por qué me hacían esas pruebas. (Muchos supervivientes informaron de pruebas similares durante la detención. Las pruebas estaban supuestamente relacionadas con la sustracción forzada de órganos).

Le dijeron a mi hermana menor que tenía cáncer de páncreas. Mi hermana solicitó la libertad condicional por motivos médicos para mí, pero la prisión la denegó alegando que estaba inhabilitada. Mi hermana dijo a las autoridades penitenciarias: "¡Si le pasa algo a mi hermana, no los perdonaré!".

Sabía que era el Maestro quien me ayudaba. El Maestro no se dio por vencido conmigo, pero me daba mucha vergüenza mirarle a la cara. Era esa pesada carga en mi corazón la que me hacía verme triste, algo que no se espera ver en un practicante. El Maestro dijo: “…la apariencia surge de la mente” (Enseñando el Fa en la reunión de la Gran Época, Colección de Enseñanzas del Fa, Vol. X).

Pasaron algunos años y progresé muy poco. Al ver que me faltaba iluminación, el Maestro volvió a ayudarme. Un día, otro practicante al que conocí cuando vivía en China, me envió un mensaje. Era una historia que decía así:

"Un hombre caminaba junto a su dios. No podía ver al dios, pero cuando vio dos filas de huellas detrás de él, supo que caminaba junto a él. Cuando estaba sufriendo grandes dificultades, se dio la vuelta y solo vio una hilera de huellas detrás de él. Le preguntó a su dios: "¿Dónde estabas cuando yo estaba en la mayor de las dificultades? Su dios le respondió misericordioso: 'Hijo, te llevaba en brazos'".

Lloré. Lloré tanto que perdí la voz. El Maestro nunca me ha dejado. Siempre ha estado cuidando de mí. ¡En ningún otro lugar podemos encontrar un Maestro tan bueno como el nuestro! Nunca sabremos los grandes sacrificios que el Maestro ha hecho por nosotros, y el Maestro nunca nos lo hará saber.

Más tarde, tuve la oportunidad de ver al Maestro de cerca. Estaba tan emocionada que lloré. Me sentí muy avergonzada y no me atreví a mirarle a la cara.

Los compañeros me dijeron que el Maestro me miraba. Me sentí inmensamente feliz y por fin me desprendí de mi carga. Pude sentir su gran compasión. No les echa en cara a sus discípulos sus faltas pasadas, sino que se sacrifica y sufre incondicionalmente por ellos. Sabía que solo si mejoraba en la cultivación podría hacer feliz al Maestro.

Más tarde, el practicante que era profesor vio una foto mía en el equipo de tambores de cintura y dijo que había cambiado. Dijo que parecía más joven y que mi sonrisa era muy brillante.

Testigos del poder de la Dafa

Tuve yeli de enfermedad después de salir de China. En el proceso fui testigo una vez más del poder de Dafa.

En agosto o septiembre de 2016, de repente me di cuenta de que algo duro había crecido en mi lado derecho entre el abdomen y las costillas y llenaba casi todo el lado derecho de mi abdomen. Me dolía cuando me tumbaba o me agachaba durante los ejercicios. El bulto se sentía tan real: era una prueba para mi corazón.

Más tarde, me faltaba el aire y me fatigaba al caminar, tenía frío mientras dormía y me despertaba con sudor frío en el cuello. No sabía cuánto tiempo iba a durar. Unos dos meses más tarde, me entró el pánico y pensé que me moría. Me obligué a calmarme y a limpiar los malos pensamientos. Me dije que tenía una misión y que no podía partir todavía.

Sabía que el Maestro había hablado muchas veces de que los practicantes no tenían ninguna enfermedad, y sabía que lo que me pasaba era falso, pero era un bulto realmente duro que podía ver y tocar. Era una carga en mi mente, por no hablar del dolor.

Habiéndome cultivado durante tanto tiempo, ¿qué pensaría la gente de mí al verme así? Me reí de mi vanidad, pero ¿qué podía hacer? Sabía que no era una enfermedad, que no debía existir en mi mente.

Al no encontrarme bien físicamente, tampoco estaba bien mentalmente. Mi salud empeoraba día a día y perdí seis kilos en un mes. Mis compañeros practicantes se sorprendieron cuando me vieron, y les dije que estaba a dieta.

Una vez más me tranquilicé. Estaba decidida a seguir únicamente el camino de un practicante y a andar con firmes pensamientos rectos guiados por las enseñanzas del Maestro.

El Maestro dijo:

“En el lugar donde una persona tiene un tumor, una inflamación, un crecimiento anormal de los huesos o cosas así, en otro espacio allí se encuentra echada una entidad inteligente; en un espacio muy profundo hay una entidad” (Séptima Lección, Zhuan Falun).

“Después de quitar esa cosa, descubrirás que en el cuerpo de este lado no hay nada” (Séptima Lección, Zhuan Falun).

Tras fortalecerme con el Fa del Maestro, envié pensamientos rectos más a menudo para eliminar al ser que estaba detrás del bulto en mi abdomen.

El Maestro dijo:

“Siempre que te aparezca esta u otra clase de interferencia durante el refinamiento de gong, tú mismo tienes que buscar la razón y ver qué cosas tienes que aún no has dejado” (Sexta Lección, Zhuan Falun).

Miré en mi interior para ver qué había aprovechado el mal. Recordé que no pasé una prueba de xinxing después de tener un conflicto con otra practicante. Sentí que me habían perjudicado y estaba resentida. Aunque no lo demostraba, cada vez que la veía, me sentía herida y la evitaba. De hecho, no pasé la prueba. No miré a fondo hacia dentro ni mejoré mi xinxing.

También descubrí que tenía mucho apego a cosas como la comodidad, la ostentación y la envidia. Cuando veía a otros con sus familias, inevitablemente desarrollaba una sensación de pena y desolación. Me preguntaba: "¿Por qué no tengo nada?".

En mis años de juventud valoré mucho a la familia y me sacrifiqué mucho por ella, pero cómo iba a saber que cuanto más la perseguía, menos tenía y, al final, mi familia estaba completamente rota. Me di cuenta de que me estaba rebajando al reino de la gente común.

Pensé: "Aunque me muera, desenterraré mis apegos porque no puedo llevármelos conmigo". Busqué y busqué y encontré muchos de ellos.

Al final, tuve un pensamiento firme: "No importa cuál sea el resultado, no debo ir al médico, porque los hospitales no pueden resolver los problemas de los practicantes".

Así que dejé de lado todo lo que había en mi corazón y tomé una decisión: "Pase lo que pase, me entregaré por completo al Maestro y seré una verdadera practicante de Dafa. El Maestro tiene la última palabra sobre mí". Después de más de dos meses de este calvario de mente y cuerpo, finalmente tomé una decisión y pude estar en paz conmigo misma.

Experimentando el poder de la Dafa

Un día, no paraba de necesitar orinar y tuve que quedarme en el baño toda la tarde. Al principio tuve un pensamiento humano: "Incontinencia, pantalones mojados, parece que mis días han terminado...". Inmediatamente corregí ese pensamiento.

Me di cuenta de que había hecho un mal trabajo de cultivación y seguía teniendo demasiados apegos. No debo culpar a los demás porque esos eran mis propios problemas. No quería esos apegos. Más tarde oriné una cosa espesa y rosada que llenó la taza del baño.

Esa noche, el bulto del abdomen desapareció y ya no me dolía. Dejó de dolerme cuando hacía los ejercicios. Sospeché y pensé: "¿Un destello moribundo?". Así de mal estaba mi iluminación en ese momento.

Tardé una semana en darme cuenta de que estaba realmente bien, y que el bulto había desaparecido. Mi abdomen volvía a ser blando. Llamé a un compañero practicante y le dije: "¡Estoy bien, estoy completamente bien!". Lo primero que dijo fue: "¡Gracias, Maestro!". Se me llenaron los ojos de lágrimas.

¡Ay! ¡Esta discípula decepcionante arrastró esto durante dos meses! Fue el Maestro quien limpió mi cuerpo y sacó las cosas malas. ¡Gracias, Maestro!

Desde esta tribulación de yeli de la enfermedad, he sentido profundamente que uno debe creer firmemente en el Maestro. Las enseñanzas del Maestro sobre el yeli de enfermedad me ayudaron a mirar el bulto con pensamientos rectos. Si me hubiera tratado como una persona común y hubiera ido al hospital, el médico habría dicho que era esclerosis o cáncer, y podría haber muerto.

He llegado a comprender que, en cualquier dificultad, uno debe reafirmar sus pensamientos rectos y mirar hacia adentro, calmarse y, paso a paso, corregir cada pensamiento basándose en el Fa. Con el Maestro mirando, uno cambiará.

Llevo más de 20 años practicando, y el Maestro nunca me ha pedido un céntimo.

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