(Minghui.org) Adolf Hitler y su organización nazi son a menudo considerados como la fuerza más sanguinaria y feroz que padeció la humanidad durante el siglo XX. Se cree que fueron responsables del genocidio de alrededor de 6 millones de judíos y de otros tantos millones de asesinatos mediante cámaras de gas, ejecuciones, campos de concentración y hambrunas.

Timothy Snyder, historiador y autor de Tierras de Sangre: Europa entre Hitler y Stalin, descubrió que entre la Unión Soviética de Joseph Stalin y la Alemania nazi de Adolf Hitler asesinaron a unos 14 millones de no combatientes entre 1933 y 1945, y que la mayoría de las matanzas tuvieron lugar fuera de los campos de concentración del Holocausto.

El partido comunista chino (PCCh) también ha causado numerosas muertes desde que llegó al poder hace varias décadas. Por ejemplo, la Gran Hambruna (1959-1961) provocó 45 millones de muertes.

A medida que una tragedia tras otra golpea a la humanidad, nos preguntamos cómo es posible que tales catástrofes provocadas por el hombre puedan ocurrir una y otra vez. Jay Nordlinger, editor principal de National Review, aludió a un factor contribuyente en un artículo de marzo de 2016: "La renuencia de los principales periódicos y cadenas de televisión a informar sobre las atrocidades en China es un asunto sombrío".

Cuando la gente hace la vista gorda ante la brutalidad y los asesinatos, el número de víctimas aumenta. Ya que el encubrimiento del brote de coronavirus por parte del PCCh ha dado lugar a más de 10 millones de infecciones y más de 500.000 muertes en todo el mundo, quizás convendría aprender de la historia y volvernos conscientes del daño generado por el PCCh para poder atenuarlo.

Hitler y Stalin

El libro de Snyder, Tierras de Sangre, argumenta en contra de la comprensión simplista sobre la Segunda Guerra Mundial de que "los nazis [eran] malos y los soviéticos buenos". A pesar de sus objetivos contradictorios, tanto Hilter como Stalin cometieron asesinatos en masa en Europa Central y del Este, un área a la que Snyder se refiere como "Tierras de Sangre". Las muertes por causas no relacionadas con el combate en esa región ascendieron a 14 millones entre 1933 y 1945.

"Hitler y Stalin compartieron así cierta política de tiranía: provocaron catástrofes, culparon a un enemigo de su elección y luego usaron la muerte de millones de personas para argumentar que sus políticas eran necesarias o deseables", afirma Snyder en su libro. "Cada uno tenía una utopía transformadora, un grupo al que culpar cuando sus objetivos resultaban imposibles y luego una política de asesinato en masa que podía proclamarse como un triunfo".

Más específicamente, las muertes incluyeron 3,3 millones durante las hambrunas soviéticas, 300.000 durante el terror nacional soviético (700.000 si se cuentan las áreas fuera de las Tierras de Sangre), 4,2 millones del Plan Alemán del Hambre en la Unión Soviética y 5,4 millones de judíos en el Holocausto (5,7 millones si se cuentan las áreas fuera de las Tierras de Sangre).

Un ejemplo de la brutalidad soviética fue el despiadado sistema de campos de trabajos forzados, como se describe en Archipiélago Gulag: un experimento de investigación literaria, un libro publicado por Aleksandr Solzhenitsyn en 1973. Aunque a menudo asociado con Stalin, Solzhenitsyn encontró que este sistema estaba arraigado en la época de Lenin. Por lo tanto, consideró que el Gulag era una falla sistemática de la cultura política soviética y una consecuencia inevitable del proyecto político bolchevique.

La situación en China

"Una muerte es una tragedia, un millón de muertes es una estadística", dijo una vez Stalin. Esa mentalidad, sin embargo, fue llevada un paso más allá en la China comunista.

Paralelamente al Movimiento Antiderechista en el ámbito ideológico (1957-1959), Mao Zedong lanzó el movimiento del Gran Salto Adelante en 1958, con el objetivo de impulsar la producción de cereales y acero, considerados indicadores clave del desarrollo económico. En las reuniones del Politburó de agosto de 1958 se proyectó que la producción de acero se duplicara ese año. Para lograr tal objetivo, se establecieron hornos de acero en los patios traseros de toda China, y los utensilios de  las granjas o de las cocinas se usaron como metalíferos.

En el campo, las actas del rendimiento de los cultivos se infló decenas o cientos de veces más de lo que se podía conseguir, en realidad, físicamente. Basándose en esta imaginaria producción, los agricultores se vieron obligados a entregar enormes cantidades de grano al gobierno y acabaron quedándose sin nada para ellos, lo que provocó una hambruna y muertes masivas. En marzo de 1959, el PCCh y el consejo de estado emitieron una política que prohibía a los campesinos abandonar sus tierras en busca de alimentos. Los infractores fueron sometidos a un trato cruel.

"Un informe fechado el 30 de noviembre de 1960, que circuló entre los principales dirigentes, entre los que probablemente se encontraba Mao, cuenta que a un hombre llamado Wang Ziyou le cortaron una de sus orejas, le ataron las piernas con un alambre de hierro y le dejaron caer una piedra de 10 kilos en la espalda antes de marcarlo con una herramienta incandescente. Su crimen: desenterrar una patata", escribió Frank Dikötter, profesor de la Universidad de Hong Kong, en un artículo del New York Times de diciembre de 2010 titulado: "El gran salto de Mao hacia la hambruna".

Dikötter pasó varios años en China entre 2005 y 2009 examinando cientos de documentos. En otro relato, contó sobre un chico que robó un puñado de granos en un pueblo de Hunan. Un funcionario local llamado Xiong Dechang obligó al padre del chico a enterrar a su hijo vivo en el lugar. El propio padre murió de pena tres semanas después.

Mao creció en el campo y sabía cuánto podía producir la tierra. Cuando durante una reunión secreta en Shanghái en marzo de 1959 surgió la preocupación de que la requisición excesiva de cosechas podría llevar a la hambruna, Mao, sin embargo, la descartó. "Cuando no hay comida suficiente, la gente muere de hambre. Merece la pena que la mitad muera para que la otra mitad pueda comer bien", comentó Mao según el acta de la reunión.

Como describe en su libro La gran hambruna en la China de Mao, Dikötter, estimó que al menos 45 millones de personas murieron de forma no natural entre 1959 y 1961.

La tragedia continúa

Se puede argumentar que el Gran Salto Adelante que ocurrió hace décadas se ha convertido en historia. Pero el daño del PCCh continúa hoy en día.

Un ejemplo es la forma en que el PCCh manejó el brote de coronavirus. De acuerdo con la información recibida por Minghui, el Departamento de Seguridad Pública de la provincia de Hubei emitió dos documentos el 21 y 22 de febrero. Titulados: "Informe diario sobre la prevención y el control de enfermedades", los documentos afirmaban que el principal objetivo de la policía era mantener la estabilidad social mediante la campaña de censura y desinformación.

Por ejemplo, la sesión informativa del 22 de febrero afirmaba que "se bloquearon 3.295 mensajes [en Internet] sobre temas delicados, se publicaron más de 200.000 mensajes con información positiva, se investigaron 637 rumores y se disciplinó a 628 personas".

En las reuniones informativas también se enumeraron medidas detalladas. La mayoría de ellas eran censura, vigilancia y otros tipos de medidas de seguridad que tenían como objetivo suprimir opiniones o acciones inconsistentes con la línea del partido. Por otro lado, no se mencionó cómo cuidar a las personas que estaban confinadas en sus casas y necesitaban ayuda.

Al igual que Stalin y sus seguidores, el PCCh no solo ignora la vida de la gente común, sino que también ataca abiertamente a otros países; especialmente se lo critica por encubrir el brote de coronavirus.

Un editorial del medio de comunicación estatal del PCCh Global Times afirmaba que China necesitaba aumentar su número de ojivas nucleares a 1.000 para contrarrestar las amenazas de los Estados Unidos. El editor jefe Hu Xijin instó al PCCh a tener al menos 100 misiles estratégicos DF-41 en su arsenal nuclear. Con el mayor alcance operativo del mundo, unos 12.000 a 15.000 kilómetros, esos misiles podrían llegar a Estados Unidos continental.

La amenaza podría ser real. "Si los estadounidenses dirigen sus misiles y municiones de posición hacia la zona objetivo en el territorio de China, creo que tendremos que responder con armas nucleares", dijo Zhu Chenghu, un general de división del Ejército de Liberación Popular y decano del Instituto de Asuntos de Defensa de la Universidad Nacional de Defensa de China, al Wall Street Journal en 2005: "Nos prepararemos para la destrucción de todas las ciudades al este de Xi'an [una ciudad en el centro de China]. Por supuesto, los americanos tendrán que prepararse para que cientos... de ciudades sean destruidas por los chinos".

Aunque sorprendentes, tales palabras o mentalidades no son inesperadas, dado el historial de brutalidad desde la Unión Soviética hasta el PCCh mencionado anteriormente.

¿Cómo evitar que las tragedias ocurran nuevamente?

¿Por qué el mundo no intervino antes en las tragedias causadas por el Holocausto y el comunismo? Entre muchos factores, una de las principales razones es la incredulidad.

Jan Karski, un diplomático polaco, se reunió con el juez de la Corte Suprema de los Estados Unidos Felix Frankfurter en 1943 y le contó en detalle los horrores del Holocausto. En particular, Karski había presenciado personalmente las atrocidades nazis en el gueto de Varsovia y en un campo de tránsito nazi en Polonia. "No le creo", respondió el juez.

Jan Ciechanowski, embajador de Polonia en los Estados Unidos, estuvo presente en la reunión. Explicó que Karski estaba diciendo la verdad. Frankfurter, también judío, respondió: "No he dicho que esté mintiendo; he dicho que no le creo".

La catástrofe en la Unión Soviética se desarrolló de manera similar. Walter Duranty, jefe de la Oficina de Moscú del New York Times (1922-1936), recibió el Premio Pulitzer por una serie de reportajes sobre la Unión Soviética, la mayoría de los cuales fueron muy positivos.

Gareth Jones, un joven periodista del Reino Unido, visitó la Unión Soviética y emitió un comunicado de prensa a su regreso, describiendo lo que realmente estaba sucediendo. Duranty escribió varios artículos denunciando a Jones y negando la hambruna. Cuando los hechos salieron a la luz años más tarde, se hicieron llamadas para revocar su Pulitzer. El New York Times, que presentó sus trabajos para el premio en 1932, escribió en 1990 que los últimos artículos de Duranty en los que negaba la hambruna constituían "algunos de los peores reportajes que han aparecido en este periódico".

Los encubrimientos intencionales fueron otra razón por la que tales calamidades podían continuar. Un ejemplo fue la visita del ex primer ministro francés Édouard Herriot a Kiev en agosto de 1933, como se documenta en las Tierras de Sangre de Snyder: "El día anterior a la visita de Herriot a la ciudad, Kiev había sido cerrada y su población ordenada a limpiar y decorar. Los escaparates, vacíos todo el año, se llenaron de repente de comida. La comida era para ser expuesta, no para ser vendida, para los ojos de un solo extranjero... Todos los que vivían o trabajaban a lo largo de la ruta planeada por Herriot se vieron obligados a pasar por un ensayo general de la visita, demostrando que sabían dónde pararse y qué ponerse".

El viaje también incluyó una comuna infantil en Kharkiv. "En ese momento, los niños todavía se morían de hambre en la región de Kharkiv. Los niños que vio se seleccionaron de entre los más sanos y en forma. Lo más probable es que llevaran la ropa que les habían prestado esa mañana... El francés preguntó sin ironía qué habían comido los estudiantes para el almuerzo. Snyder escribió: "Los niños habían sido preparados para contestar esta pregunta y dieron la respuesta adecuada".

A su regreso, Herriot dijo al público que las granjas colectivas de la Ucrania soviética eran jardines bien ordenados. El periódico oficial del partido soviético Pravda informó rápidamente sobre los comentarios de Herriot.

Una situación similar está ocurriendo en China, donde la persecución adecenas de millones de practicantes de Falun Gong representa una de las mayores atrocidades en materia de derechos humanos de la historia moderna.

Shao Chengluo, un médico de la provincia de Shandong, fue condenado a 7 años de prisión y sometido a más de 150 métodos de tortura por negarse a renunciar a practicar Falun Gong. Solzhenitsyn y Snyder documentaron muchos tipos de tortura utilizados en los campos de concentración soviéticos, como trabajos forzados, confinamiento solitario, inanición y otros. Todo esto y más se usa ahora en China, donde los practicantes de Falun Gong detenidos son privados de sueño, se les niega el uso del baño y se les deja a la intemperie durante horas o días para que se abrasen o se congelen. Los practicantes sanos son internados en hospitales mentales donde les inyectan drogas que dañan el sistema nervioso.

Después de que se expuso la sustracción forzada de órganos a los practicantes de Falun Gong en Sujiatun, en la provincia de Liaoning, algunas personas no lo creyeron. "Y recuerdo lo que Robert Conquest, el gran analista del totalitarismo, me dijo una vez: ‘El mundo rara vez ha querido creer a los testigos. Diez, 20 o 30 años después, tal vez, pero rara vez antes’", escribió Jay Nordlinger, editor principal del National Review en su artículo de marzo de 2006: "Un lugar llamado Sujiatun".

Citando lecciones históricas de la Unión Soviética, la China comunista, Cuba, etc., dijo que tales tragedias tienden a ser pasadas por alto. "Mi principal esperanza, por el momento, es que los lectores echen un vistazo a los informes que he mencionado", escribió. "Porque, a veces, lo impensable necesita ser pensado, aunque sea solo un poco", añadió.