(Minghui.org) A menudo visito a la comunidad china para aclarar la verdad sobre Falun Dafa. Un día, me encontré con un caballero chino de edad avanzada. Era de Shanghái y vestía con estilo. Se negó a leer los materiales de Dafa cuando se los ofrecí, e insistía en repetirme algunos de los rumores que había difundido el partido comunista chino (PCCh) sobre el Maestro Li.
Me resultaba difícil entenderme con él, pero eso no me desanimó. Le dije, adoptando una actitud algo seria: “Hola. Por favor, no haga comentarios tan despreocupadamente sin conocer la realidad de los acontecimientos. Por favor, no crea ciegamente las maquinaciones del PCCh. Ahora ya no está en China, ¿por qué sigue temiendo escuchar la verdad y sigue repitiendo lo que el PCCh le ha enseñado? ¿No sabe que esto puede ser peligroso para usted?”.
Intenté entrar en cuestión más detalladamente: “Señor, usted ha vivido en China muchos años. Piense en cuantas cosas no debería haber hecho, pero tuvo que hacerlas; y también en aquellas cosas que tuvo que decir en contra de su voluntad. Ha dicho que el PCCh es bueno, así que ¿porqué ha invertido una cantidad de dinero tan enorme para enviar a su hijo al extranjero en lugar de permitirle desarrollar su carrera en China? ¿Por qué lo hizo? Porque sabe, con claridad, que no le puede ir bien bajo un régimen tiránico como el del PCCh. Así que invirtió todos sus ahorros para enviarlo al extranjero donde tendría más oportunidades de alcanzar sus metas. Nuestro Maestro nos enseñó a hacer todo en base a los principios de: Verdad-Benevolencia-Tolerancia. Deberíamos hablar con sinceridad sin importar dónde nos encontremos y no hacer las cosas simplemente como las hace el PCCh. ¿No cree?”.
Parecía avergonzarse un poco. Después, asintió con la cabeza y se marchó.
A menudo me lo cruzaba cuando me acercaba a la comunidad, y gradualmente el trato se fue volviendo familiar. Cada vez que lo saludaba le aclaraba la verdad un paso más. Después de varias conversaciones, el señor comprendió la verdad y decidió renunciar al PCCh. Durante este proceso, fui testigo de una sucesión de sutiles cambios en él, del interior al exterior. Hubo momentos en los que los músculos de los bordes de su boca no paraban de temblar. Además, su cara fue de tener un color gris oscuro a un rosado luminoso.
Le dije con entusiasmo cuando renunció: “Señor, ha sido bendecido y ahora nuestro Maestro cuidará de usted”.
“¿De verdad?” preguntó, mientras le brillaban los ojos de alegría.
“Claro. Veo que su cara se ha vuelto completamente de color rosado”, le dije. Se tocó la cara y se llenó de alegría.
Cuando lo volví a ver, me saludó y me dijo: “Trabaja duro. Se lo agradezco”. Me sorprendió un poco. Sentí algo que no puedo describir con palabras. Me entraron ganas de llorar. Le respondí: “Si quiere agradecérselo a alguien, agradézcaselo a nuestro Maestro”. Sonrió, asintió y se fue.
Un mes después, volvimos a conversar. Empezó diciendo: “Me dijo que sería bendecido, pero he sufrido un accidente”. Me contó que un autobús le atropelló y que perdió el sentido.
Le pregunté con calma: “¿Qué ocurrió después?”.
“Me llevaron al hospital para hacerme un examen completo”, respondió.
“Y ¿qué pasó?”, volví a preguntar.
Continuó diciendo: “No encontraron nada”.
Insistí: “Y ¿qué pasó?”.
Añadió: “Me dieron el alta médica y volví a mi casa”.
Entonces le expliqué: “¡Vaya! Así que es atropellado por un autobús, pero no resulta herido ni se fractura nada. ¿No cree que pudo haber sido protegido por los dioses y Fo? ¿No es eso estar bendecido? ¿Puede imaginarse lo que le hubiera sucedido de no haber estado bajo la protección de los dioses? Quizás hubiera terminado su tiempo de vida. ¿No cree?”. Se echó a reír, me volvió a dar las gracias de todo corazón y se marchó.
Mientras lo observaba alejarse caminando, me alegré por él.
Una y otra vez, se acercaba alegremente y compartía sus experiencias conmigo. Fui testigo de muchos cambios esenciales en su persona, durante todo este proceso de aclaración. Estoy agradecido al Maestro. Pienso dentro de mi: “¡Gracias Maestro!”.
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Categoría: Aclarando la verdad