(Minghui.org) Una practicante me dictó el relato que les describo a continuación:
En una ocasión, me encontraba viviendo en casa de una mujer (ella, su madre y su hija son todas practicantes). En aquella época, el marido de esta compañera practicante estaba a punto de salir en libertad, después de permanecer detenido en un campo de trabajos forzados durante dos años. Una noche tuve un sueño y me iluminé a algo. Al día siguiente, durante el desayuno, se lo conté a ella:
En mi sueño, aparecía una montaña muy alta, pero me resultaba imposible ver su cima. Así que empecé a volar en dirección a la cumbre, hasta alcanzar un punto bastante elevado. Seguí ascendiendo y mientras ascendía, comprendí que las diferentes altitudes de la montaña se correspondían con las diferentes capas del cielo. Cuando sentí que había llegado a la mitad de las capas de la montaña, me encontré con algunos dioses sobrevolando aquella zona de la montaña. Se detuvieron al verme, me saludaron, y dijeron angustiados: “¿Ayudarías a nuestra Diosa? Ha cometido un error terrible”. Miré hacia abajo, en la dirección que me indicaban, y en la tierra observé que había una mujer enjaulada, con el pelo revuelto y la ropa desordenada. Se retorcía a causa de los numerosos e insoportables sufrimientos que padecía. Un poco más abajo, pude vislumbrar el fuego de los infiernos.
Sentí pesar en mi corazón, y comprendí que esta persona se encontraba así porque había cometido un gran error con la lujuria. Puesto que era una practicante, las llamas del infierno no lograban alcanzarla. Me compadecí y extendí mi mano para intentar agarrarla y elevarla hasta donde yo me encontraba. Pero cuando estaba a punto de tocarla, sentí que no estaba haciendo lo correcto. Me pregunté: ¿Habría reconocido su error? ¿Cómo podía elevarla hasta aquí sin más?
En ese mismo momento, desperté.
La cara de la practicante, que me escuchaba absorta, había cambiado de color; no sabía qué decir. Se despidió agitadamente y se marchó a trabajar. Creo que entendió que había llegado el momento de tomar una decisión, y que este paso debía darlo bien.
Esa noche, cuando volvió, había reunido el coraje suficiente para contarme su error. Me iluminé a que el Maestro quiere comprobar si nos valoramos y valoramos nuestras relaciones predestinadas. Si nos enmendamos y lo hacemos bien a partir de entonces, se nos concederá otra oportunidad. Pero también es cierto que ya no quedan muchas de estas oportunidades. ¡Atesórenlas!
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