(Minghui.org) Me enviaron a un centro de detención después de que me denunciaran por distribuir materiales relacionados con Falun Dafa. Durante los momentos en que la gente dormía, a la hora del almuerzo y por la noche, siempre había dos detenidos asignados para vigilar. Yo estaba de servicio durante la pausa del almuerzo, así que aprovechaba el tiempo para hacer los ejercicios.

Los guardias de la prisión habían ordenado a los reclusos que perturbaran mi práctica en la medida de lo posible: pegándome, regañándome, tirando de mis piernas o golpeándome las manos.

Les dije: “Los practicantes de Falun Dafa son buenas personas. Quien persiga a Falun Dafa recibirá retribución del yeli (kármica)”. No se lo creyeron y continuaron interfiriendo con mi práctica. Sin embargo, algunos de ellos sufrieron retribución.

La historia de un conductor ebrio

Una tarde llegó un nuevo recluso. Había sido arrestado antes y esta vez llegó por conducir en estado de ebriedad. Un conductor ebrio suele ser detenido durante siete días antes de ser puesto en libertad bajo fianza. Durante sus siete días, le asignaron el mismo turno que yo durante la pausa del almuerzo.

Continué haciendo los ejercicios durante el descanso. Sin embargo, justo después de que comencé algunos movimientos, de repente me dio una palmada en la mano. Me detuve y le dije: “Los practicantes de Falun Dafa son inocentes y no deberían ser detenidos aquí. Cualquiera que interfiera con mi práctica será castigado”.

El recluso dijo que sólo estuvo detenido siete días por conducir en estado de ebriedad. Si hacía los ejercicios en el mismo turno que él, tenía miedo de meterse en problemas y no poder salir a tiempo.

Después del almuerzo, comenzó a orinar con mucha frecuencia, aproximadamente cada 10 minutos.

Descubriendo la relación de causa y efecto

En los días siguientes, siguió interfiriendo con mi práctica. Y siguió corriendo al baño cada 10 minutos. Por un tiempo, tal vez tuvo miedo y me dejó solo cuando practicaba, y las idas al baño cesaron. Me di cuenta y le dije que eso era porque me dejaba hacer los ejercicios en paz.

Al principio, no lo tomó en serio, continuó interfiriendo y reanudó sus idas irregulares al baño. Debido a que le había mencionado esto varias veces a este recluso, los otros también lo sabían, y pronto el líder de los reclusos también se enteró del problema por parte de los reclusos. El conductor ebrio tuvo miedo y dejó de interferir con mi práctica. Esa tarde dejó de orinar con tanta frecuencia. El líder de los reclusos lo notó y le gritó. También dije que las buenas acciones serían recompensadas y las malas castigadas. Luego le pedí al conductor ebrio que no interfiriera con mi práctica en el futuro.

Aunque el conductor ebrio no dijo nada en público, más tarde, cuando estábamos de servicio juntos, no sólo me dejó en paz, sino que me recordó varias veces que comenzara los ejercicios. Se puso un papel en la cara, fue al rincón más alejado y dijo que no podía verme.

A partir de entonces, cuando hacía los ejercicios, él no interfería. Ya no orinaba con tanta frecuencia como antes. Y tras permanecer siete días detenido, fue puesto en libertad. Todos en la celda vieron la historia de la retribución y fueron testigos del poder de las buenas y las malas acciones.