(Minghui.org) Me gradué de la universidad en 1988 con un título en educación, y he sido maestra de escuela primaria durante 30 años. Tengo la fortuna de ser practicante de Falun Dafa. Me siento incomparablemente feliz después de haber sido purificada por Dafa. Sigo estrictamente los principios de Verdad, Benevolencia y Tolerancia, y también infundo estos principios a través de mi enseñanza.

La cultivación me ha ayudado a desarrollar sabiduría y métodos de enseñanza únicos que permiten a los estudiantes dominar buenas habilidades de aprendizaje desde una edad temprana, lo que les beneficiará de por vida. Los padres de mis alumnos saben que soy practicante de Falun Dafa. Todos están de acuerdo con mi estilo de enseñanza, y mi sincera preocupación por el bienestar de mis alumnos es obvia tanto para los padres como para mis colegas.

Me gustan los niños, pero no podía alcanzar este nivel de compasión antes de cultivarme. Antes de empezar a practicar, cuando los alumnos eran desobedientes a veces les respondía con dureza. Desde que empecé a practicar Falun Dafa, los niños se han vuelto tan preciosos a mis ojos, como mis propios hijos. Soy prudente al hablar, para no herir verbalmente al niño. En clase, me tomo el tiempo necesario para hablar de las cuestiones que a los alumnos les cuesta entender.

Es Falun Dafa lo que ha despertado este lado de mi naturaleza, en el que doy prioridad a los demás y no hago daño a nadie, especialmente a los niños, porque ha surgido mi compasión.

Había un alumno al que no le iba bien en otra escuela, así que lo trasladaron a mi clase. Tenía un mal historial de aprendizaje y se había mostrado rebelde y resistente a los docentes. Se había ido cansando poco a poco de la escuela y a menudo faltaba a clase. Cuando entró en mi clase, nunca lo traté de forma diferente a los demás alumnos. Le enseñaba con paciencia, lo animaba y lo recompensaba. Pensé que, puesto que este niño venía a la escuela todos los días, debía sacar algo de provecho de mi enseñanza. 

Le di clases particulares durante el recreo y el alumno hizo grandes progresos. Sus padres se alegraron de ver los cambios en su hijo. Le llevé fruta como regalo, y en este ambiente relajado, sin presiones, cambió positivamente. Sonreía y su rendimiento académico mejoró. Lo admitieron en un centro de enseñanza media.

Había otro alumno cuyos padres no estaban. Su padre trabajaba en otra ciudad y su madre se había separado de su padre. El chico estaba obsesionado con un sitio de Internet. Me centré en él. Le daba clases sin hacer una pausa al mediodía para que no tuviera la oportunidad de conectarse a Internet. Cuidé muy bien de él. Le gustaban las hamburguesas, así que a menudo lo llevaba a comer fuera. Durante el tiempo que le estuve enseñando, apenas había visitado ese sitio de Internet. Sus padres estaban muy agradecidos.

Había un alumno de segundo grado cuyos padres trabajaban en otra ciudad, así que su abuela se ocupaba de él. Sus padres querían que lo tratara bien, así que me regalaron un bolso de cuero valorado en casi 2.000 yuanes (unos 280 dólares). Rechacé su regalo dos veces. Les dije: «No puedo aceptar regalos. No se preocupen, cuidaré bien de su hijo». 

La gratitud de mis alumnos

Los alumnos se gradúan en primaria y pasan a secundaria. Somos una escuela que combina la primaria y la secundaria en el mismo campus. Una mañana, nada más llegar al patio, varios alumnos gritaron desde todas las direcciones: «¡Maestra! Maestra!» Un grupo numeroso corrió hacia mí y me rodeó, gritando y agarrándose a mí. Una niña me dijo: «Maestra, usted es como una diosa». 

Al final de una clase, los niños me rodearon. Cuando los miraba, para mí eran como angelitos, y todos eran tan preciosos. Algunos se acurrucaban a mi lado y otros intentaban sentarse en mi regazo.

Al comienzo del nuevo semestre, una alumna de segundo grado se sentó en mis brazos, me abrazó y me dijo: «¡Maestra, hacía mucho tiempo que no me abrazaba!».

A veces me emocionaba ver a los alumnos tan contentos conmigo. Me trataban como a sus propios padres. 

«Eres la mejor maestra»

En el aula y en la comunicación diaria, siempre inculco los principios de Verdad, Benevolencia y Tolerancia en lo que enseño. Una de las cosas que suelo decir a mis alumnos es: «El conocimiento es muy importante, pero ser una buena persona lo es aún más». ¿Cómo debe ser uno, como ser humano? Uno debe ajustarse a las características del universo: Verdad, Benevolencia y Tolerancia. De este modo, serás una buena persona».

También les digo a mis alumnos: «Mira a esos funcionarios corruptos de hoy en día. ¿No tienen una buena educación? ¿No son capaces? Todos poseen conocimientos y capacidad, pero lo que les falta es moralidad. Por eso hacen cosas corruptas. Si se atuvieran a la moralidad, sabrían que no deberían haber hecho esas cosas». A menudo digo a mis alumnos y a sus padres: «Lo que determina el destino de las personas no son las cosas materiales; es la virtud. ¿Cuánta gente es virtuosa ahora?».

Aprovecho cualquier situación para educar a mis alumnos, incluso a través de las pequeñas cosas. Por ejemplo, si un alumno dice una mentira, le digo: «Niño, no podemos mentir, tenemos que decir la verdad». En clase, escribo «Verdad» en la pizarra para enseñar a los niños a decir la verdad y a ser sinceros. Si un niño no es simpático con alguien, escribo la palabra «Benevolencia» en la pizarra. Cuando los niños se pelean o tienen conflictos, les digo: «Si hay algo que soportar, sopórtalo y pasará. No se peleen».

Un día en clase les dije: «Hoy les plantearé una pregunta. En una competición deportiva internacional, un atleta que iba muy adelantado en una carrera se detuvo por error antes de llegar a la meta. La gente que lo rodeaba gritaba, pero él pensaba que lo estaban felicitando. Entonces lo alcanzó el que iba en segundo lugar».

Pregunté a los niños: «¿Qué harían ustedes si fueran los que van en segundo lugar?». Algunos alumnos dijeron: «Correría y lo sobrepasaría y ganaría la carrera». Pregunté: «¿Alguna otra idea?». Un chico se levantó y dijo: «Maestra, le diría que no ha terminado, que aún no ha llegado y que tiene que correr más». Le dije: «¡Eres increíble! Has expresado Verdad». Sus compañeros lo aplaudieron. En clase, inculco este tipo de educación a los alumnos.

Verdad- Benevolencia- Tolerancia es la característica del universo. Un educador debe guiar a los alumnos basándose en estos principios e inculcárselos. 

Bajo mi dirección, algunos alumnos lo hacen muy bien. Un niño me dijo: «Maestra, fulanito me molestó y me pegó. No lo culpé». Otro niño dijo: «Maestra, fulanito me pegó. Yo no soy igual que él, así que me di la vuelta y me fui». Otro dijo: «Maestra, fulanito no es amable conmigo, y yo no soy como él, así que lo soporté». 

Si hay algo malo en el comportamiento o el lenguaje de un alumno, los demás niños son capaces de distinguir lo bueno de lo malo, y se vigilan unos a otros. Si alguien miente, algún alumno gritará: «Maestra, está mintiendo». A menudo pregunto a mis hijos: «¿Qué palabras debemos seguir como seres humanos?». Los niños gritan: «Verdad, Benevolencia, Tolerancia».

Hay un niño de ocho años que suele decir tonterías. A los ojos de otros maestros, no es inteligente, y no es el tipo de niño al que quieren los maestros. Un día dije a los alumnos: «Si fueran todos buenos, ¿cómo podría el profesor reprenderles o pegarles?». Todos los alumnos asintieron. Yo nunca reprendo ni pego a un niño. Un día, después de clase, el niño se me acercó y me dijo: «¡Usted es la mejor maestra!». 

Una vez, después de hablar de las bondades de Falun Gong a los niños, un alumno de quinto grado me dijo: «Yo también quiero aprender Falun Gong». 

«¡Hagamos matemáticas!»

Los padres saben que practico Falun Dafa, y saben que mis métodos de enseñanza son únicos y pueden lograr resultados inesperados. Pero no saben que mis métodos de enseñanza son el resultado de la iluminación que Shifu me ofreció.

Cada vez que entro en clase, llega la inspiración. En las competencias orales de aritmética del semestre, la clase a la que enseñé fue la primera de su categoría dos veces. En las clases de matemáticas de los cursos medio y superior, me centro en cultivar la capacidad de pensar y expresarse de los alumnos, en permitirles debatir ideas cuando resuelven problemas y en dejar que aprendan unos de otros y hablen en grupo, para que mejoren su capacidad de pensar y expresarse.

Tras un periodo de formación, los niños son capaces de guiarse por sí mismos mientras yo no estoy. Una vez no fui a clase, así que el líder del curso dirigió la clase. Daba instrucciones a sus compañeros y los niños discutían los problemas matemáticos entre ellos. Formo a los alumnos desde la perspectiva de aumentar sus capacidades y formas de pensar, no sólo para que saquen buenas notas. Al centrarme en cultivar el interés de los alumnos por el aprendizaje, estos se sienten muy motivados para aprender.

Hablo con un tono muy suave. Un profesor que me oyó dar una conferencia me dijo: «Nunca te he oído gritar en clase. Tengo que aprender de ti». Se que éste es el poder de la Benevolencia.

A mis alumnos les encantan las clases de matemáticas que imparto. Estos niños renuncian a su tiempo de juego para aprender matemáticas. Cuando llego, gritan: «¡Vamos a hacer matemáticas!».

Un profesor de quinto grado escuchó una lección de matemáticas de tercero que impartí y me dijo: «El contenido y el nivel de tus clases de matemáticas son los mismos que los nuestros de quinto». Cuando mis alumnos llegan a secundaria, sus profesores creen que es fácil enseñarles. Un profesor de matemáticas le dijo a alguien que le gustaría recibir a los alumnos a los que yo he dado clase. Mis alumnos también están entre los mejores en el examen de acceso a la secundaria.

En la sociedad actual, en la que la moralidad decae rápidamente, los sentimientos genuinos entre las personas han desaparecido. La relación entre alumnos y profesores suele ser sólo de enseñanza y aprendizaje, y algunas relaciones son incluso muy tensas. Puedo lograr una gran conexión con mis alumnos porque practico Falun Dafa. Sé que esto no proviene del afecto humano, sino de algo que trasciende la emoción y el sentimiento, y eso es Benevolencia.