(Minghui.org) El tiempo pasa rápido. Mirando atrás a mis más de 20 años de práctica de cultivación, siento una oleada de emociones, desde la alegría de empezar a practicar Falun Dafa, hasta la validación del Fa en la Plaza de Tiananmen cuando empezó la persecución, y desde permanecer firme durante la persecución, hasta mi maduración gradual en la cultivación. Cada escena se repite en mi mente como una película, o como una instantánea, congelada en el tiempo.
Estuve en un centro de detención por mantenerme firme en mi creencia en Falun Dafa. Una mañana temprano, cerca del Año Nuevo Chino, me llamaron por mi nombre en el pasillo. Resultó que, junto con otros practicantes, me iban a llevar a un campo de trabajo.
Aquel invierno fue inusualmente frío. La furgoneta en la que viajábamos tenía las ventanillas cubiertas de una espesa escarcha que impedía ver el exterior. De vez en cuando me inclinaba hacia delante y estiraba el cuello lo suficiente para vislumbrar parte del exterior a través del parabrisas delantero. La impresión abrumadora era de nieve blanca y escarcha blanca. Incluso el aire parecía congelado.
La furgoneta se balanceaba mientras circulaba y nadie hablaba. Nos dolía el corazón. La policía no siguió los procedimientos legales, ya que deberían habernos permitido ver a nuestras familias antes de llevarnos al campo de trabajo. Todos sabíamos que los campos de trabajo eran brutales, pero desconocíamos los peligros que nos aguardaban. Me acerqué a los demás practicantes y les recité en voz baja las enseñanzas de Shifu. En aquel momento, sólo el Fa de Shifu podía ayudarnos a dejar de lado todas las distracciones y mantenernos en el camino recto de nuestra cultivación.
De repente, la furgoneta frenó y todos nos sobresaltamos. Me sorprendió ver a mi esposo de pie delante de la furgoneta, con nuestro hijo de cuatro años en brazos. Hacía un frío que calaba hasta los huesos y seguramente llevaba mucho tiempo esperando allí. Se le había formado escarcha en los bordes del pelo. Aunque mi hijo iba bien abrigado, tenía las cejas, las comisuras de los ojos, la nariz y las mejillas enrojecidas por el frío. Incluso su gorro de lana estaba escarchado. Los ojos de mi esposo estaban enrojecidos y la expresión tímida de mi hijo me atravesó el corazón. Hacía mucho tiempo que no veía a mi hijo, y las lágrimas empezaron a correr por mi cara sin control.
Mi esposo corrió hacia la puerta de la furgoneta y me entregó rápidamente una carta, pero la guardia del centro de detención me la arrebató y cerró la puerta de golpe. Instintivamente me levanté, pero los guardias me obligaron a volver al suelo. Volví a levantarme, pero me empujaron de nuevo al asiento. Fue una despedida desgarradora: estábamos tan cerca, pero no podíamos decir ni una palabra. En medio de la confusión, conseguimos raspar con las uñas una pequeña mancha de escarcha de la ventanilla. A través de esa pequeña mancha, nos miramos en silencio con palabras no dichas.
Me había enterado de que mi esposo buscaba ayuda por todas partes, intentando que me liberaran. Cuando la furgoneta estaba a punto de partir, quise decirle a mi esposo que no sobornara a los implicados en la persecución a Falun Dafa sólo para que me llevaran antes a casa. Sabía que no se atreverían a liberar a alguien que se negaba a renunciar a la cultivación. Pero no había posibilidad de hablar, y no se nos permitía hablar.
La furgoneta se puso en marcha y aquel precioso momento se esfumó sin que yo hubiera pronunciado una sola palabra. Desesperada, le grité a mi esposo: «No busques ayuda. Aunque lo hagas, no volveré». Todos mis pensamientos se condensaron en esta frase aparentemente ridícula. El conductor se rió, los guardias de la furgoneta también, pero los demás practicantes entendieron lo que quería decir. Sólo quería que mi esposo conociera mi mentalidad y comprendiera mi inquebrantable determinación de practicar Dafa, para que desistiera de la idea de pagar a alguien para que me liberara.
Mi esposo me conocía bien. Después de que el guardia leyera la carta de mi esposo, me la entregó. La carta expresaba principalmente su preocupación porque me enfrentara a una persecución brutal por negarme a renunciar a mis creencias. Me instaba amablemente a no ser demasiado terca, aunque no confiaba en su propio consejo porque me conocía demasiado bien.
La furgoneta avanzaba cada vez más deprisa y ya no podía ver a mi esposo ni a mi hijo. Pero la imagen de mi esposo sosteniendo a nuestro hijo y alejándose perduraba, como una imagen congelada en el tiempo.
Un policía con conciencia
Una noche del otoño de aquel año, dos practicantes y yo salimos a colgar pancartas de esclarecimiento de la verdad para ayudar a la gente a comprender la verdad sobre Dafa. Justo cuando estábamos a punto de terminar y dirigirnos a casa, unos policías surgieron de repente de entre las sombras. Sin escucharnos, intentaron detenernos y llevarnos a la estación de policía. Al no ver otra opción, aproveché el momento y eché a correr.
Corrí tan rápido como pude, con un agente persiguiéndome, gritándome que me detuviera. No le hice caso y seguí corriendo, pensando que no podía esperar a que me persiguieran: tampoco sería bueno para él. Mientras corría, me encontré de repente en un callejón sin salida. Era un puente aún en construcción, con agua estancada debajo y barandillas a ambos lados. El puente estaba a medio construir, con barreras que bloqueaban el centro. No había otra salida. No podía saltar al agua, así que me di la vuelta y me encontré cara a cara con el oficial.
Era de noche y no había farolas. Aunque estábamos cerca, no podíamos vernos claramente las caras. Quería explicarle la verdad sobre Dafa, pero no había tiempo suficiente, pues había otros agentes en la persecución. Si quería detenerme, no podría escapar. Le dije: «Joven, haz algo bueno. No hemos hecho nada malo».
No lo dije en tono suplicante, sino con justa convicción. Dudó y contestó: «¿Qué?». Aproveché el momento, me adelanté rápidamente y empecé a correr de nuevo. No miré atrás y seguí corriendo con todas mis fuerzas. Al principio pude oír sus pasos, pero poco a poco el sonido se fue desvaneciendo. Más adelante divisé un estanque a unos seis metros bajo tierra. Y sin pensarlo demasiado, me deslicé hacia abajo y me escondí en la hierba de la pendiente entre la carretera y el estanque, conteniendo la respiración con el corazón palpitante.
Permanecí allí largo rato, hasta que percibí que arriba no se oía nada. Me arrastré lentamente por el terraplén y eché un vistazo. Todo estaba en silencio, no había nadie. Entonces salí de la hierba y empecé a correr de nuevo.
Tras correr una corta distancia, una luz brillante se acercaba en mi dirección. Eran los faros de un coche, una patrulla. Volví a ponerme tensa. Este era el único camino a casa, y los alrededores eran todo campos de arroz. Reduje el paso, fingiendo que me cegaban los faros, y aproveché para medio taparme la cara. El coche avanzó despacio y yo me mantuve firme, actuando como si no tuviera prisa. Una vez que el vehículo pasó, miré hacia atrás para asegurarme de que se había alejado, y sólo entonces respiré aliviada y eché a correr de nuevo.
Más tarde me enteré de que la policía había llamado a la patrulla para que recogiera a los otros dos practicantes. Habíamos estado colgando las pancartas cerca de la orilla de un río, donde no había coches, así que habían pedido refuerzos. Para evitar la persecución, esa noche no volví a casa. El portero de la comunidad me dijo más tarde que la policía había vigilado mi edificio durante toda la noche. Tuve que abandonar mi ciudad natal y vivir lejos de casa, mientras que a los otros dos practicantes les condenaron a tres años de trabajo forzado.
Esto que viví fue como una escena de película. Estuve muy cerca de que me atraparan y me encarcelaran injustamente, apenas pude escapar. Aquel policía me persiguió al principio con toda la intención, pero después de que le dijera aquellas palabras, vaciló y su conciencia se removió momentáneamente.
Es como la historia del juez que procesaba a los guardias apostados en el Muro de Berlín y hablaba de levantar un centímetro el cañón de la pistola para disparar: no cumplir una orden era punible, pero errar el tiro no lo era. Se trataba de una responsabilidad moral que había que asumir. La conciencia existe más allá de la ley. Ese oficial tomó la decisión de no atraparme basándose en su conciencia, y al hacerlo eligió un buen futuro para sí mismo.
Mantenerse firme
Vi la película “Antes éramos dioses”. Cuando Song Guangming se vio obligado a escribir una declaración de garantía, mi corazón se apretó como el de los seres celestiales que temían que flaqueara bajo presión. No pude contener las lágrimas cuando Xiaofeng mostró las conferencias de Shifu a Song Guangming. Los seres divinos respiraron aliviados y el mundo celestial volvió a brillar. Esto me trajo recuerdos de mi propia amarga e inolvidable experiencia en el oscuro antro del centro de detención.
Los guardias se confabularon con las reclusas criminales para humillarme de todas las formas posibles. Me pegaban, me maltrataban verbalmente, me privaban de sueño y no me dejaban llevar ropa de abrigo. Me sentía como si hubiera caído en un infierno humano. Como me negaba a renunciar a mis creencias, no permitían que mi familia me visitara. Mi esposo, desesperado por verme, buscó ayuda por todas partes. Las autoridades, esperando que él pudiera convencerme de que cediera, hicieron una excepción y nos permitieron vernos.
No podía dejar de llorar cuando vi a mi esposo después de una separación tan larga. Estaba débil y con el ánimo agotado por la prolongada detención y la cruel persecución. Mi esposo me tomó de las manos al ver mi aspecto desaliñado, mi rostro pálido y mi mal estado físico. Era un hombre que nunca suplicaba ni se disculpaba, pero se arrodilló y suplicó ante mí para que cediera y obtuviera la libertad anticipada. A pesar de mis lágrimas, mi corazón permaneció inquebrantable en mi fe. Al final, viendo que no conseguían su objetivo, los guardias me devolvieron enfadados a mi celda.
De hecho, mi esposo siempre ha apoyado mi práctica porque fue testigo de los grandes cambios tanto en mi temperamento como en mi salud después de que empecé a cultivarme en Dafa. Bajo presión, él esperaba que yo pudiera fingir que me rendía sólo para volver a casa.
La gracia de Shifu es inolvidable, y las palabras no pueden expresar completamente mi gratitud por su salvación. ¿Cómo podría traicionar a Shifu y a Dafa para mi propio beneficio egoísta? Eso era algo que nunca podría hacer. No importaba lo difícil que fuera, el camino que había elegido era uno por el que caminaría hasta el final.
Mirando hacia atrás, estoy llena de emoción. La firmeza que mantuve en mi fe durante aquellos tiempos difíciles me parece ahora aún más preciosa. Un magnífico ser divino descendió al mundo humano, convirtiéndose en una persona común. Sin embargo, cada una de mis acciones y cada uno de mis pensamientos suscitan a los seres de todos los reinos celestiales.
Han pasado más de 20 años y, en este tiempo que parece a la vez largo y corto, las pruebas, alegrías y dificultades en el camino de la cultivación podrían llenar volúmenes. Esas experiencias aparentemente ordinarias, cuando se recuerdan y se escriben, revelan momentos extraordinarios.
Si un día en el futuro mis descendientes reflexionan sobre los acontecimientos de hoy y preguntan qué hice durante el tiempo cuando Falun Dafa fue calumniado y perseguido, puedo decirles con orgullo que ante la persecución y bajo la presión extrema, una vez tuve miedo, y temí, pero nunca vacilé: ¡me mantuve firme e inquebrantable!
Shifu dijo:
«Cuando a esta página de la historia se le dé la vuelta, la gente que quede verá la grandeza de ustedes y los futuros dioses se acordarán siempre de este gran momento en la historia» (Racionalidad, Escrituras esenciales para mayor avance (II)).
Yo simplemente deseo registrar estos momentos, documentar los trozos de mi cultivación, dar testimonio de la historia de la propagación de Falun Dafa por todo el mundo, y registrar este gran período histórico formado por Shifu y el Fa. Durante este tiempo, los practicantes de Dafa están representando una gran obra en la historia humana, componiendo el capítulo más magnífico de todos los tiempos.
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Categoría: Mejorándose uno mismo