(Minghui.org) Hace dos años, me denunciaron a la policía cuando repartía materiales de aclaración de la verdad en una zona muy concurrida. Mi casa fue entonces saqueada ilegalmente y fui condenada a dos años de prisión.

Unos meses antes de mi liberación, compartí la celda de la prisión con la Sra. Lin, una practicante de edad avanzada. Era una practicante de Falun Dafa muy firme. A pesar de que fue condenada a prisión tres veces por más de cinco años cada vez, nunca flaqueó en su fe en Dafa y en Shifu. Sin embargo, no sabía qué era lo que la había llevado a tener tribulaciones tan grandes sucesivamente.

Mi intención no es la de compartir los aspectos buenos o malos de ella, sino solo centrarme en cómo incurrió en una grave tribulación de yeli (karma) de enfermedad debido a su envidia. Milagrosamente, cuando se dio cuenta de su brecha, su yeli de enfermedad desapareció al instante.

Una noche, cuando estábamos a punto de irnos a la cama a las 21:30, la Sra. Lin se acercó para decirme que tenía dolor de estómago y me pidió ayuda. Vi que no parecía que tuviera mucho dolor y yo tenía que trabajar con una reclusa para llevar algo de ropa de cama, así que no le di mucha importancia.

Inesperadamente, volvió unos minutos más tarde, diciendo lo mismo. Añadió que nunca le había dolido tanto. Mientras decía eso, sintió tanto dolor que comenzó a agarrarse la barriga y se agachó. Las demás reclusas a nuestro alrededor también se dieron cuenta de que le pasaba algo. Sudaba, su cara se había vuelto gris, temblaba y no podía decir nada.

Esto ocurrió en un instante, y todas nos quedamos sorprendidas. La administradora de la celda le preguntó si debía llamar al médico para que viniera a atenderla de urgencia. Aunque estaba muy débil, negó con la cabeza. Intenté calmar a todo el mundo diciéndoles que se pondría bien y que se recuperaría rápidamente. Sin embargo, estando ella en una situación tan peligrosa, tampoco tenía ninguna seguridad. Entonces la ayudaron a sentarse en la parte delantera de la litera contra la pared. Después de eso, pedí a todas que hicieran sus camas y me quedé un rato con la Sra. Lin.

Cuando solamente quedamos las dos, le pregunté si había dicho o hecho algo que no debía. Ella no aceptó lo que le dije. Siguió enviando pensamientos rectos para eliminar los factores malignos que la perseguían. Dijo que era una discípula del Maestro, incluso si tenía alguna omisión, no permitiría que el mal la persiguiera. Pero no le funcionó, ya que su dolor intermitente empeoraba cada vez más. Parecía estar en peligro.

Aproveché la ocasión para compartir con ella, basándome en algunos principios del Fa, y volví a señalarle algunos apegos que veía en ella. El primer apego era hablar de los demás a sus espaldas, y el segundo era la envidia. Me di cuenta del primer problema poco después de que la trasladaran a esta celda. Se lo recordé varias veces. Al principio, no lo reconoció. Más tarde se dio cuenta de que se había equivocado, aunque no pudo corregirse inmediatamente. También sentí que este no era el problema que la llevó a este grave yeli de enfermedad.

Pensé que la clave de esta tribulación era su envidia. Aproximadamente media hora antes de que tuviera la ilusión del yeli de enfermedad, sucedió algo: Recibí una carta de mi compañero de clase, que estaba escrita en caracteres chinos tradicionales en el formato vertical de los membretes antiguos. Los caracteres estaban muy bien escritos. En la celda, la carta de uno solía pasarse a todas para que la leyeran. Al recibirla, todas pensábamos que era una carta impresa. Pero cuando se dieron cuenta de que estaba escrita a mano, todas las internas que vieron la carta elogiaron la caligrafía. Es justo decir que esa carta, tan bien escrita a mano, había causado un gran revuelo en la celda aquel día.

Esa noche, le enseñé la carta a la Sra. Lin. Al principio, ella también alabó la letra. Más tarde, cuando se enteró de que era de un compañero de clase y de una persona común, cambió inmediatamente su actitud. Dijo con desdén: "Pensé que la había escrito una practicante. Como fue escrita por un hombre, no debería considerarse como una buena letra, sino más bien como algo mediocre".

En ese momento, su expresión me sorprendió. Luego continuó diciendo que otras personas la elogiaban por su letra, como si hubiera sido impresa. Pude sentir su envidia en lo que dijo. Pude percibir que miraba con desprecio a la gente común. Así que le señalé que tenía envidia. Ella no estuvo de acuerdo, sino que dijo que ése era su verdadero pensamiento.

Media hora más tarde, parecía estar en un grave estado de yeli de enfermedad. Cuando volví a compartir con ella, no quiso reconocer que tenía ese problema. A pesar de que le costaba pronunciar algo, seguía intentando defenderse. Entonces continué compartiendo con ella. Un par de minutos después, dejó de defenderse. Por la expresión de su cara, me di cuenta de que sabía que estaba equivocada. Casi al instante, dijo: "Ya estoy bien. Mi dolor ha desaparecido". Se levantó, se dirigió a su cama en el centro de la habitación y empezó a charlar con las demás. Su voz se volvió tan clara como antes.

Este proceso pareció largo, pero en realidad solo duró unos minutos. Cuando volvió a la normalidad, todas las reclusas pensaron que era increíblemente milagroso.

La cultivación es extremadamente seria. Cuanto más cerca esté el final, más estrictos debemos ser con nosotros mismos. A veces, algo parece ser un asunto sencillo, pero es probable que haya algunos apegos profundamente escondidos. Cuando los demás nos señalan nuestros problemas, o no nos sentimos cómodos internamente, no debemos dejarlo pasar, ni buscar excusas para nosotros mismos. Debemos enfrentarnos a ellos y eliminarlos, para que realmente podamos cambiarnos en la cultivación.

Recordé una situación que ocurrió hace algo más de 10 años. Aunque consideraba que lo había dejado atrás hace siete u ocho años, ese día volvió a surgir en la cárcel. Vi que algunos pensamientos que tuve en una situación pasada eran muy maliciosos. Tenía envidia y odio hacia los practicantes que me habían perjudicado. Deseaba que los arrestaran y los condenaran duramente. Incluso deseé que las cosas que hicieron para validar Dafa les salieran mal. Esperaba que otros practicantes pensaran que yo tenía razón y ellos estaban equivocados en cierto asunto. Cuando me enteré de que, efectivamente, tenían problemas, me alegré secretamente de su desgracia y tuve la mentalidad de sentirme ofendida.

Cada vez que recordaba esos pensamientos, me sentía tan avergonzada que no me atrevía a compartirlo con los demás, ya que consideraba que esos pensamientos eran míos. Aunque intentaba mejorar mi xinxing y disiparlos, y el Maestro me fortalecía mucho, no sentía que el problema estuviera básicamente resuelto. Aquel día en la prisión, de repente me di cuenta de que esos pensamientos no eran míos, sino que eran arreglos de las viejas fuerzas. Esos pensamientos eran utilizados por ellas para perseguirme y destruirme. En el momento en el que fui más consciente de ello, le pedí la ayuda a Shifu para eliminarlos, así como las causas fundamentales, como la envidia y el odio. Ninguno de ellos eran parte de mi ser, y no quería que existieran en mi campo dimensional. En ese momento, sentí una vibración violenta y electrizante en mi cuerpo, de adentro hacia afuera.

Esa noche, tuve un sueño vívido. En mi sueño, un fino hilo salía de mi paladar y tiré de él con la mano hacia fuera, lo que provocó un pequeño agujero en mi paladar blando. Y saqué del agujero una masa de carne podrida del tamaño de un huevo. Había otro agujero dentro, como si hubiera algo más, y metí el dedo para sacarlo. Un pensamiento preguntó: "¿También me sacarán el cerebro?". Me respondí: "No, después de sacar lo que hay dentro, estará limpio". Entonces saqué otra bola de carne podrida del tamaño de un huevo.

Por la mañana, después de despertarme, supe que había hecho lo correcto. Por lo tanto, Shifu limpió mi mente una vez más. ¡Gracias, Shifu!

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