(Minghui.org) El virus del PCCh (coronavirus) se propagó en nuestra ciudad a principios de este año.

Cuando comenzó no pensé que afectaría tanto a mi propia vida. Seguí saliendo a aclarar la verdad todos los días y cooperé con los compañeros practicantes para hacer llamadas de aclaración de la verdad. Sin embargo, mientras conducía mi bicicleta eléctrica por la calle, un día de repente me di cuenta de que las calles estaban casi desiertas y que solo veía ambulancias y personas con trajes para materiales peligrosos.

Cuando ese día regresé a mi comunidad residencial, tuve que medir mi temperatura en la puerta. Dos días después mi comunidad fue confinada.

Durante ese tiempo, realmente sentí el peligro en el que se encontraba la gente del mundo y eso pesaba en mi mente. Si esas personas que se suponía que debían ser salvadas muriesen porque no las había alcanzado, me preguntaba ¿no sería esa mi responsabilidad y mi pecado? Era una sensación que no había tenido antes. Durante el día no tenía apetito y, a menudo, me despertaba en medio de la noche. Me oprimía una fuerza invisible.

Ajusté mi estado estudiando el Fa y enviando pensamientos rectos. Al mismo tiempo, seleccioné algunos materiales de aclaración de la verdad y los distribuí por correo electrónico. También llamé a algunos conocidos que no habían renunciado al partido comunista chino (PCCh) y a sus organizaciones afiliadas.

Cuando decidí usar mi celular registrado con mi nombre real para aclarar la verdad, por miedo dudé unos días. Pero una vez que pensé en todas las personas que no habían renunciado al PCCh y que en cualquier momento podrían estar en peligro, finalmente hice la primera llamada. De repente me sentí relajado. Parecía que el Maestro había eliminado la sustancia del miedo que me había rodeado; era como si el miedo nunca hubiese existido.

No hice todas esas llamadas seguidas, pero cuando estaba en buen estado hacía cada llamada. Hacer estas llamadas también cambió mi forma de pensar. En el pasado había negado la persecución por mi propia conveniencia, porque no quería sufrir dolor y pérdidas. Ahora negué la persecución sobre la base del altruismo. Quiero salvar a más personas de la catástrofe.

Cuando nuestra comunidad fue confinada teníamos tiempo militado para salir. Siempre que entrábamos y salíamos de la comunidad debíamos escanear nuestros códigos de salud en nuestros teléfonos. También debíamos estar de regreso a cierta hora. Un grupo de personas hacía guardia en la puerta de la comunidad, lo que al principio parecía interferir con el momento en que podía salir para aclarar la verdad.

Pero cuando salí por primera vez, monté en mi bicicleta detrás de la bicicleta de otra persona y nadie me preguntó nada. Estaba sorprendido y un poco emocionado. Agradecí mentalmente al Maestro por su ayuda.

Conduje mi bicicleta por la carretera y vi que las calles aún estaban desiertas. Todas las personas con las que me crucé ocasionalmente llevaban máscaras faciales y tenían prisa.

En la puerta de una farmacia hablé con un hombre de mediana edad que fue a comprar medicinas. Felizmente accedió a renunciar al PCCh. Le dije que sus familiares podían hacer lo mismo escribiendo sus declaraciones en un billete de un yuan y que así también funcionaría. Me dio las gracias.

Luego fui a visitar a un compañero practicante. Tenía fe en que podría ingresar a la comunidad del practicante sin problemas. Efectivamente, en la puerta de la comunidad seguí a un automóvil y entré. El compañero practicante y yo no nos habíamos visto en mucho tiempo. Charlamos alegremente durante un rato y luego hicimos planes de salir juntos al día siguiente para aclarar la verdad.

Al dejar esa comunidad, un guardia joven alto me detuvo en la puerta. Insistió en que escaneara mi código de salud incluso después de que le dije que no era de esa comunidad. No tuve más remedio que sacar mi teléfono celular, que no tenía batería instalada.

"¿Cómo entraste? Tu teléfono no tiene batería”, preguntó.

Le dije que entré por la misma puerta que él custodiaba.

"Te puedes ir ahora. No es necesario escanear el código”, dijo.

Estuve muy alerta de camino a casa. Seguí diciendo en mi mente: "¡A los discípulos de Dafa no los escanean!". Efectivamente, nadie me pidió que escaneara mi código cuando pasé por la puerta de mi comunidad.

Después, cuando entraba o salía de mi comunidad, siempre recitaba las mismas palabras en mi mente. Pude pasar todo el tiempo sin escanear. Sin embargo, como tenía que enfrentar la situación casi todos los días, me sentí cada vez más inseguro. Me preocupaba que me escanearan.

El entorno cambia con la mente de uno. Un día, cuando regresaba a la comunidad, el guardia de seguridad me persiguió gritando: “¡Escanea el código! ¡Escanea el código!". Lo ignoré y entré directamente. Al día siguiente me volvió a exigir que escaneara el código. Una joven en la sala de guardia me dijo que estaría bien si le mostraba mi código de salud.

Pensé que esto era una especie de interferencia. Primero comencé a enviar pensamientos rectos, enfocándome en la idea de que los discípulos de Dafa no deberían ser escaneados.

Pronto me di cuenta de que había un apego detrás de mi falta de voluntad para escanear el código. Esto a su vez, estaba relacionado con múltiples pensamientos negativos: tenía miedo de dejar registros de mis movimientos, tenía miedo de que la gente encontrara un patrón relacionado con mis salidas, etc. Era el apego al miedo y la aceptación de las viejas fuerzas.

Abandoné el miedo a escanear el código y tomé la iniciativa de escanear mi código de salud varias veces, lo que me relajó. Mis pensamientos sobre el tema se volvieron simples: “Dejaré que las cosas sucedan. Si nadie me pide que escanee, que así sea; si no, también estará bien".

No me he preocupado por la situación ni he recitado nada desde entonces. En un giro asombroso de los acontecimientos, la puerta de la comunidad ha estado abierta para mí desde entonces. Ya nadie ha intentado obligarme a escanear el código.

Con la situación de la pandemia creciendo y menguando, las actitudes de los guardias fluctúan entre estrictas y relajadas. Pero cada vez que entro o salgo de la comunidad, nunca me revisan, aunque lo hagan para las personas que están delante o detrás de mí. No le doy más importancia a esto.

El brote del virus ha cambiado mi entorno de cultivación. Durante este período, en el fondo de mi corazón he sentido la compasión y el aliento del Maestro.