(Minghui.org) La primera vez que me topé con Zhuan Falun, el libro que considero el más extraordinario, fue en casa de mi hermana en enero de 1996. Cautivados, tanto yo, como mi esposo y mi segundo hijo no podíamos dejar de leerlo. Como solo poseíamos un libro, teníamos que turnarnos. Las bendiciones y los milagros se sucedieron, uno trás otro, poco después de empezar a practicar Falun Dafa.

Zhuan Falun es una bendición para nuestra familia

En enero de 1997, un automóvil arrolló a mi tercer hijo y a su novia cuando iban de camino a casa. La novia murió en el acto. Mi hijo ingresó al hospital inconsciente, con graves heridas en la cabeza.

Mi segundo hijo lo cuidaba y le leía Zhuan Falun en el hospital. Lentamente recuperó la conciencia. Comentó que escuchar lo que le leían le aliviaba el dolor y lo ayudaba a dormirse. Su dolor se volvía intenso cuando parábamos de leer, así que le pusimos la grabación de audio de las conferencias del Maestro. Se despertaba con dolor si el audio se detenía y suplicaba: "Por favor, no dejen de reproducirlo".

Seguimos reproduciendo el audio y tres días después, la hinchazón de su cara disminuyó y comenzó a lucir normal otra vez. ¡La velocidad a la que se recuperó fue milagrosa!

El doctor descubrió que el hueso que se rompió no se había vuelto a soldar correctamente y que necesitaban corregirlo. Mi hijo, en cambio, se negó a seguir con el procedimiento. Un día por la tarde, mientras tomaba una siesta, sintió un dolor agudo e insoportable en el lugar donde estaba el hueso roto. Mi hijo menor lo condujo en su silla de ruedas desde su pabellón hasta la sala de examen, para que lo revisaran. Sorprendentemente, el doctor encontró que ahora las piezas desalineadas del hueso roto se habían vuelto a alinear, lo cual aliviaría gran parte de su dolor.

¡Fue algo asombroso! Toda nuestra familia sabía que el Maestro le había salvado la vida a mi tercer hijo, ajustando su cuerpo y realineando su hueso roto –todo porque mantuvimos la bondad en nuestros corazones y no le exigimos ningún tipo de compensación al conductor que causó el accidente.

Mis pies se escaldan con agua caliente

Justo antes del Año Nuevo Chino de 1998, los compañeros de nuestro lugar de práctica planeaban tomarse un descanso pensando que la gente estaría ocupada celebrando la fiesta con sus familiares. Les dije: "No existe tal cosa como un descanso cuando se trata de la cultivación. Todos podemos tomarnos un tiempo para estudiar el Fa y hacer los ejercicios en casa todos los días". Un joven practicante me preguntó: "Tía, ¿podemos hacerlo en tu casa? Es difícil para mí hacerlo en casa porque vivo en una casa de una sola habitación con mi esposa y mi hijo". Cuando acepté su propuesta, más practicantes quisieron venir a mi casa, así que establecimos un horario regular. Durante ese período de Año Nuevo, no hubo práctica grupal en nuestro sitio de práctica, pero todos encontraron una manera de seguir estudiando el Fa y de hacer los ejercicios.

Un día, preparándome para recibir a los practicantes, herví un poco de agua para que todos pudieran hacerse un té cuando llegaran. Accidentalmente, volqué toda la olla de agua hirviendo sobre mis pies. La parte superior de mis pies y de mis tobillos quedó roja, hinchada y con ampollas. Me dolía mucho. Inmediatamente me senté a meditar y le rogué al Maestro que me ayudara. Poco a poco, me las arreglé para colocar mis piernas en la posición de loto. Para entonces, más de media docena de practicantes habían llegado y estaban realmente preocupados: "¿Puedes todavía meditar con los pies así?”. Dije firmemente: "Estaré bien. Estoy tan segura porque el Maestro me cuida".

Meditamos durante una hora entera, seguimos haciendo el resto de ejercicios y luego estudiamos el Fa. Cuando me volví a mirar los pies, todo parecía normal –las ampollas habían estallado y se habían secado. Me puse los zapatos y comencé a moverme como si nada hubiera pasado. Mis compañeros practicantes no podían creer lo que estaban viendo.

Al día siguiente, mi historia se difundió y un líder de mi unidad de trabajo fue a visitarme a casa: "¿Era verdad?”, me preguntó. Cuando le mostré mis pies, decidió practicar Falun Dafa en ese mismo momento.

Le consulté a mi nuera más joven, que es doctora: "Por tus experiencias como doctora, ¿cuánto tiempo crees que tardaría en curarme de unas quemaduras como las mías?”. Me respondió: "Un mínimo de medio mes y no necesariamente se curarían tan bien como las tuyas”, y añadió: "¡Es un milagro!”.

"¡Vengo del cielo!"

En la segunda mitad del año 2000, fui con algunos compañeros practicantes a Beijing a apelar en favor de Falun Dafa. Debido al endurecimiento de las medidas de seguridad, evitamos tomar el tren que iba directo y en su lugar, optamos por hacer múltiples transbordos y dar rodeos.

A lo largo del complicado viaje, algunos practicantes se comenzaron a mostrar gruñones y se quejaron de que formábamos un grupo de personas demasiado grande –más de tres docenas realizábamos nuestro primer viaje a Beijing–, lo cual nos convertía en un claro objetivo. Pensé para mí: vamos a Beijing para apelar por Falun Dafa y por nuestro Maestro; es el acto más justo y mientras más gente vayamos, mejor. ¿Por qué debemos tener miedo de ser demasiados? No deberíamos pensar así.

Mi marido y mi segundo hijo también viajaban conmigo. Se me ocurrió una idea: "Deberíamos separarnos cuando llegáramos a Beijing. Nadie debía, bajo ninguna circunstancia, traicionar a sus compañeros practicantes. Cada uno viajó hasta allí por su propia voluntad y no tenía por qué permitir que nadie supiera su nombre o su dirección. Si son interrogados por la policía, díganles que su nombre es 'discípulo de Falun Dafa' y que vienen del Cielo".

Cuando llegamos a Beijing el grupo grande se dividió en pequeñas secciones. Nuestro grupo de diez o más personas encontró un lugar vacío en la Plaza de Tiananmen y nos sentamos a hacer la meditación. Poco después de que cruzáramos las piernas y cerráramos los ojos, oímos vehículos policiales acercándose y a los agentes saltando de las camionetas, gritando y chillando. Nos metieron uno por uno en las camionetas de la policía, nos llevaron a algún lugar y nos encerraron en una casa. Mi marido y yo estábamos en una habitación con ocho practicantes. Podíamos escuchar los gritos de dolor de los practicantes cuando la policía los golpeaba en las habitaciones contiguas.

Poco después, un policía entró en nuestra habitación para interrogarnos. Aunque interrogó al resto un mínimo de tres veces, a mí no me preguntó nada. Los tres primeros policías entraron y salieron como si yo no existiera –solo interrogaron a los practicantes a mi derecha y a mi izquierda. El cuarto policía era diferente. Vino directamente a mí y me dijo: "Parece que has venido del cielo". Respondí sin dudarlo: "Sí. Vengo del Cielo". Respondió: "¡Tú, vete!”. Así que me fui sin ningún tipo de problema.

Habría muerto en una caída si no fuera por el Maestro

Cuando tenía 75 años, me caí del alféizar de una ventana alta, lo cual me causó un gran corte de doce a quince centímetros en un costado de la cadera, desgarrando mis pantalones. No podía moverme ni respirar. Me sentía como si estuviera a punto de morir. Afortunadamente, Falun Dafa y el Maestro aparecieron de repente en mi mente. Le dije al Maestro: "Maestro, no puedo morir todavía, aún tengo que cumplir mi misión. No puedo irme todavía porque quiero volver a casa con usted, Maestro". Mientras me dirigía al Maestro, notaba que cada vez me resultaba más fácil respirar. Me recobré completamente en dos semanas.

Algunos de mis viejos amigos que estaban conmigo cuando me caí, insistieron en llevarme al hospital. Les dije que no era necesario, ya que en medio mes estaría bien. Uno de mis amigos dijo: "Alguien que conozco se cayó sobre una superficie plana y estuvo en el hospital durante tres meses. Al día de hoy, todavía no puede caminar. Especialmente a tu edad, deberías ir al hospital". Les comenté que yo era diferente porque el Maestro me cuidaba.

Mis viejos amigos y compañeros practicantes me cuidaban durante el día porque no quería que mis ocupados hijos y nueras pidieran tiempo libre en sus trabajos. No dejaba que nadie me ayudara, cuando intentaba andar arrastrando los pies, agarrándome a un taburete. Me lavaba sentada en un taburete e incluso lavaba mi propia ropa, aunque pedía a los más jóvenes que la colgaran cuando volvían del trabajo. Aunque me pidieron que les dejara las tareas domésticas, les dije que no se preocuparan porque el Maestro me cuidaba.

Cuando el dolor me impedía dormir, escuchaba la grabación de audio de las conferencias del Maestro. Por lo general, tardaba un mínimo de 10 minutos en darme la vuelta en la cama o en sentarme una vez que me acostaba, porque no quería hacer ningún ruido que pudiera despertar a mi nuera que dormía en la habitación de al lado.

Mi hijo menor venía a verme todos los días, y siempre me decía: "Te estás recuperando muy bien gracias al Maestro. Te ves mejor cada día". Al noveno día ya caminaba lentamente, por mi cuenta, sin tener que sujetarme a nada y dos días después ya caminaba normalmente por la casa. No obstante, mi nietecito estaba preocupado: "¡Abuela, no bajes las escaleras!”. Le contesté: "Está bien, no lo haré ahora. Bajaré solo cuando pueda hacerlo".

Unos días después, una vieja amiga de mi ciudad natal quería verme. Sin embargo, acabó quedándose a pasar la noche en casa de otra amiga y tenía que volver a irse al día siguiente. Me preguntó si yo podía acercarme a verla. Decidí que lo haría. Vivo en el tercer piso y esta amiga se alojaba temporalmente en el quinto piso de un edificio de viviendas cercano. Me las arreglé para llegar sin problemas. Unos días más tarde –20 días después del accidente– fui al mercado y me reuní con mis compañeros practicantes.

Mi tercera nuera tiene una tienda. Les cuenta a todos: "Mi suegra es muy afortunada de poder practicar Falun Dafa. Tiene casi 80 años de edad. Cuando se cayó, y fue una caída muy mala, no tuvimos que gastar nada de dinero. Con solo escuchar las lecciones del Maestro, podía bajar las escaleras medio mes después del accidente. ¡Fue sencillamente increíble! Falun Dafa es asombroso. Alivió su dolor, nos ayudó a todos a ahorrar algo de dinero y nos quitó presión a los jóvenes para que pudiéramos concentrarnos en nuestro trabajo. ¡Es una bendición tan grande para nuestra familia! Toda nuestra familia está extremadamente agradecida al Maestro".

Mi segundo hijo me dijo que cuando me estaba vigilando por la noche, escuchaba cómo crujían mis huesos, lo que le confirmó que el Maestro estaba ajustándome el cuerpo. Me dijo: "Madre, a su edad, si no fuera por el Maestro, no habría sobrevivido a la caída. ¡Nosotros también estamos disfrutando de las bendiciones del Maestro!”.

Gracias, Maestro, por darme una segunda oportunidad en la vida. No le decepcionaré, porque nos ha dado mucho a mí y a mi familia. Solo puedo compensarle siendo diligente en mi cultivación y haciendo bien las tres cosas que nos ha confiado hacer.