(Minghui.org) Solía ser una cobarde. También sufría de muchas enfermedades y no conseguía expresarme bien. Después comencé a practicar Falun Dafa en 1996, el cual me enseñó el verdadero propósito de la vida.

Después que el partido comunista chino (PCCh) lanzara la persecución contra Falun Dafa, no dudé en informar a la gente sobre la práctica.

Fui arrestada y sentenciada a 13 años de prisión en 2003. La gente que me conocía decía que sufriría hasta finalmente morir en prisión. Las guardias de la prisión me torturaban, no recibía información ni me dejaban comunicarme con el exterior, y tampoco permitían a mi familia tener ningún contacto conmigo. La gente de mi ciudad pensaba que estaba muerta, y la comisaría había dado por cancelado mi número de identificación y domicilio. 

Aún así viví, y fui liberada. Enseguida empecé a hablar a la gente sobre Falun Dafa. La gente me decía que había cambiado. Fue el Maestro quien me protegió y fue Falun Dafa lo que me cambió.

Abandonando el factor del miedo

Fui encarcelada en el pabellón número 8 de la prisión de mujeres de Heilongjiang, que era tristemente famosa por torturar a practicantes de Falun Gong. Las practicantes eran golpeadas y colgadas si se negaban a realizar trabajos forzados.

Después de presenciar la crueldad que se empleaba contra las practicantes, desarrollé un miedo terrible. Por lo tanto, hacía cualquier trabajo que las guardias de la prisión me asignaban. No podía comprender por qué las compañeras practicantes se negaban a trabajar.

Las guardias de la prisión vinieron a nuestro taller con varios agentes de policía anti-disturbios. Arrastraron a varias compañeras practicantes que se negaban a hacer trabajos forzados hasta celdas pequeñas. Una practicante se levantó para detenerlos, pero fue golpeada y también fue arrastrada hasta una celda pequeña. Si alguna otra practicante se levantaba para ayudar a sus compañeras practicantes, incluso las reclusas las golpeaban.

Paré de trabajar y me puse de pie para mirar la escena. Los pensamientos y las acciones rectas de las compañeras practicantes conmovieron mi corazón y desperté. ¡Comprendí que era un error hacer trabajos forzados!

El Maestro dijo:

“No importa cuál sea la situación, no cooperen con las demandas, órdenes e instigaciones del mal. Si todos hicieran esto, el ambiente no sería así”. (Los pensamientos rectos de los discípulos de Dafa son poderososEscrituras esenciales para mayor avance (II))

Las compañeras practicantes estaban oponiéndose a los trabajos forzados, pero yo estaba trabajando, lo cual aumentaba la presión hacia ellas y también significaba que yo estaba cooperando con el mal. Era, en parte, responsable de que las compañeras practicantes fueran perseguidas.

¿Cómo haría para llegar realmente a entender que no debía cooperar? Era el miedo lo que me hacía perder la rectitud. Si seguía dejando que el miedo me controlara, dentro de poco caería y cambiaría de ser buena a ser mala.

El Maestro dijo:

“Y cualquier miedo en sí mismo es una barrera que les previene para alcanzar la perfección y también es el factor para que sean “reformados” hacia el lado del mal y de su traición”. (Dafa es indestructibleEscrituras esenciales para mayor avance (II))

Recordé la misión de todo practicante. Me dije que debía eliminar el miedo que había desarrollado tan profundamente.

La policía anti-disturbios vino de nuevo al taller. Las guardias de la prisión ordenaron que las practicantes entraran en su oficina de una en una. Electrocutaban a las practicantes con sus picanas para forzarlas a que trabajaran. Yo fui la última que llamaron para que entrara.

Una de las policías que sostenía una picana eléctrica me preguntó si trabajaría, pero me negué. Entonces me enseñó la picana y quiso saber si yo entendía para qué se usaba. Me mostré indiferente ante su amenaza.

Me preguntó por segunda vez si trabajaría o no. Sin embargo, le dije: “No”, y le pedí que liberara a esas practicantes que habían sido retenidas en celdas pequeñas.

Insinuó que iba a electrocutarme con la picana. Me preguntó una vez más si trabajaría. Otra vez, me negué con firmeza. Se detuvo, pensó durante un rato, y me dijo que saliera.

Antes, tenía una personalidad tan tímida, que incluso si una espina pequeña se clavaba en mi mano, no me atrevía a extraerla. Ese día, enfrenté con tranquilidad una picana porque Falun Dafa me otorgaba pensamientos rectos, y el Maestro había eliminado mi miedo.

El Maestro dijo:

“Los pensamientos rectos e indestructibles hacia la verdad del cosmos, forman los cuerpos jingang, benevolentes y sólidos como piedra de los discípulos de Dafa, espantan a todo mal, y la luz de verdad que emiten hace que se desintegre de los pensamientos de todos los seres, todos los elementos no rectos. Sea cual sea la fuerza de los pensamientos rectos, así de grande será su poder”. (También en unas pocas palabras, Escrituras esenciales para mayor avance (II))

Las compañeras practicantes se sintieron animadas. También declararon que no trabajarían. Entonces hicimos huelga de hambre y demandamos la liberación de las practicantes que estaban retenidas en las pequeñas celdas. Al poco tiempo fueron liberadas, y las autoridades de la prisión acordaron que las practicantes no tenían que trabajar.

Lavados de cerebro y golpizas

Sin embargo, las guardias decidieron que nos lavarían el cerebro. Cuando nos leían los materiales para lavarnos el cerebro, nosotras en cambio, recitábamos el Fa y enviábamos pensamientos rectos. Nos ordenaron sentarnos en banquetas pequeñas, pero nos negamos.

Una mañana, el capitán de las guardias apareció con unas internas que llevaban bastones de madera. Cada practicante fue arrastrada por el corredor y golpeada.

Estaba aterrorizada cuando llegó mi turno. Los evité, e intenté escabullirme. Así que otra practicante fue golpeada y se desmayó. Acudí en su ayuda. Como no era yo a quién habían golpeado, me sentí afortunada. Algunas practicantes no mostraron miedo y se negaron a sentarse en las banquetas pequeñas a pesar de las palizas.

Nos golpearon durante toda la mañana entera, pero ninguna cedió. La mayoría de las practicantes demostró no tener miedo, así que las reclusas se rindieron y se marcharon.

Rompí a llantos mientras me hacía reproches en lo más profundo de mi ser. Cuando mis compañeras practicantes me preguntaron por qué lloraba, les dije que lo hacía a causa de mis pensamientos egoístas y cobardes. No podía tolerar mis malos pensamientos y me sentía indigna de ser llamada una practicante.

“Las practicantes son asombrosas”

Lloré el resto del día. Decidí que abandonaría mi miedo y que transitaría bien mi camino de cultivación. Comprendí que buscar la comodidad en los momentos de peligro me hacía aflojar. Necesitaba hacer los ejercicios y enviar pensamientos rectos para purificarme.

Hice los ejercicios y envié pensamientos rectos desde entonces más diligentemente. Por lo que fui golpeada, inmovilizada, colgada, o recluida en una celda reducida. El capitán y las reclusas me arrastraron dentro de una habitación del hospital. Eligieron a cinco reclusas para que me vigilaran. Un equipo de “mujeres duras” formado por una docena de reclusas me golpeaba diariamente y me decían que estaban allí para ayudarme a que me ponga el uniforme de la prisión.

Una mañana, mientras enviaba pensamientos rectos, me abofetearon, pisotearon mis pies, y me dieron patadas en el pecho hasta que me rompieron las costillas. Resistí el dolor y envié pensamientos rectos. Me golpearon durante dos o tres horas, a pesar de las heridas me mostré impasible. En cambio, ellas estaban sin aliento y cubiertas de sudor.

Tenía 60 años en ese momento. Estaba desnutrida y demacrada porque había estado en huelga de hambre desde hacía siete años.

Dijeron finalmente: “¡Las practicantes de Falun Gong son asombrosas! Haz lo ejercicios, te dejaremos sola”. Vinieron el director y el capitán. Las reclusas les dijeron que no podían controlarme. El director se marchó al no ver alternativas posibles. El capitán le dijo a las reclusas que me permitieran hacer los ejercicios.

Los guardias y las reclusas cambian

Quería enseñarles la verdad sobre Falun Dafa a las reclusas. Todos los días recitaba Lunyu y los poemas de Hong Yin. También gritaba: “Falun Dafa es bueno”.

Me torturaban, pero continué gritando porque sabía que recitar Lunyu eliminaría la maldad rápidamente. Al poco tiempo, en efecto, pararon de golpearme.

Cuando gritaba, mi voz se podía escuchar por toda la prisión. A veces, ciertas reclusas repetían las frases. Algunas, cuando eran maltratadas, también gritaban: “Falun Dafa es bueno”.

El momento más horrible del día era por las noches, cuando las guardias de la prisión venían a revisar a cada reclusa. Pensé que si les gritaba: “Falun Dafa es bueno”, en ese momento, reduciría el mal en grandes cantidades. Por supuesto, fui golpeada aún más cruelmente. Cuanto más cruelmente me golpeaban, más les gritaba. Mi voz llegó muy lejos en mitad de la noche. Luego me dejaban sola.

Una noche, un guardia vino y me dijo: “¡Falun Dafa es bueno!”. Todas se rieron. Desde entonces, algunos guardias dicen: “Falun Dafa es bueno”, sin importar dónde me vean.

Muchas de las reclusas han abandonado el partido comunista chino y sus organizaciones afiliadas y algunas comenzaron a estudiar el Fa.