(Minghui.org) ¿Estarías dispuesto a viajar 1.600 kilómetros, digamos desde Washington, D.C., a Miami? Probablemente.

¿Y caminando? Mmmm…bueno, tal vez no.

Yo lo hice. Caminé 1.600 kilómetros desde una ciudad en la provincia de Gansu hasta la capital de China, Beijing. Sufrí muchas dificultades en el camino, pero también experimenté muchas alegrías e incluso milagros.

Aquí les expongo cómo y por qué lo hice.

Una vez, cuando cursaba el tercer grado, vi venir un palo volando hacia mí mientras estaba en el patio de recreo. Me golpeó en la cabeza, pero yo no sentí nada. Miré a mí alrededor. ¿Qué fue eso? Los otros estudiantes estaban jugando como si nada hubiera sucedido. En ese momento, siendo aún muy joven, me di cuenta de que yo podía ver y oír cosas, que los otros no podían ver ni oír, en otras dimensiones.

Esto no me hizo la vida más fácil. Yo tenía un problema físico serio en mis huesos de la pelvis y las piernas. Era tan doloroso que bromeaba y decía que yo era mala hasta los huesos. Me sometí a una cirugía para tratar de corregir el problema, y busqué alivio en el qigong, pero todo fue en vano.

Entonces, un día, leí un artículo sobre los efectos milagrosos de Falun Dafa y cómo Falun Dafa elevaba nuestro carácter, o nuestro xinxing. Así que me empecé a cultivar. Pronto sentí cambios impresionantes en mi interior, a nivel celular.

Mi alegría no duró mucho. El partido comunista chino (PCCh) prohibió Falun Dafa en 1999, pocos meses después de que empecé mi cultivación. Sentí una enorme presión por el bombardeo constante de la atroz propaganda.

En China, la gente va a la oficina de apelaciones para pedir que se resuelvan ciertas cuestiones. Decidí ir a Beijing para pedir justicia por Falun Gong. El viaje de cuatro días en tren fue una gran experiencia para mí. Vi a muchos practicantes de Dafa que iban camino a Beijing por la misma razón.

Tan pronto como regresé a casa, quería volver a irme, pero me había quedado sin dinero. Incluso sin dinero, yo estaba decidida a hacerlo. “De acuerdo, no tengo dinero. ¡Entonces voy a ir caminando!”. Otro practicante me dio ánimo. “Sé firme al caminar. No te rindas por más que te duelan los pies”. Otras dos practicantes dijeron que irían conmigo.

Mis padres no querían que fuera. Tenían miedo de que me metiera en problemas con el gobierno. Me enfrentaba a un dilema. Yo no quería que se preocuparan, pero al mismo tiempo quería defender a Dafa ante tanta propaganda.

Mi hermana, que no era practicante de Falun Dafa, me compró un par de zapatos nuevos. “Tus pies no te dolerán si los usas”, dijo ella. Este era un claro indicio: era hora de irme. Al ver que yo estaba lista para salir, mi madre entre lágrimas me pidió que me quedara.

“Hice una promesa hace muchos, muchos años”, le dije con calma: “He sufrido mucho en esta vida esperando por Dafa. Shifu me salvó. No voy a evadir las dificultades. Quiero cumplir mi promesa. Incluso estoy dispuesta a dar mi vida por Dafa”.

Shifu dijo:

“Debería ser conocido, una vez que una persona aprende la verdad y el genuino significado de la existencia de la vida, no se arrepentiría de dar su vida por ello”. (“Algunos pensamientos míos”, Escrituras esenciales para mayor avance II)

 

Comienza el viaje

Salí temprano una mañana de julio de 2000. Cuando salí de mi casa, sentí que me había despojado de todo. De inmediato me encontré con un problema. La puerta del patio estaba cerrada. “Shifu”, le pedí desde mi corazón, “por favor, ayúdame a salir”. Con todas mis fuerzas, me subí a la muralla que rodeaba el patio y salté por encima. Ya estaba en la calle. Oí a mi padre pidiéndome que volviera. Seguí caminando. Si hubiese mirado atras, no habría continuado.

Me encontré con mis compañeras, una a la que yo llamaba Tía y otra a la que le decía Hermana, y nos fuimos. El primer día fue un verdadero desafío. Hacía calor. No había lugares al costado de la carretera donde parar para beber agua o para descansar. Tenía sed, y estaba sudando, y no habíamos comido ni bebido durante todo el día. Al anochecer, mis piernas se sentían como dos postes de madera. Mis piernas no me llevaban a mí; sino que yo las estaba arrastrando a ellas.

“Por favor, prosigan. No quiero hacerlas perder tiempo. Las alcanzo luego”, les dije cansada. “No”, dijo Tía con firmeza. “Nos vamos juntas”. Me agarró del brazo y me arrastró hacia adelante. Caminamos toda la noche. Mi ropa estaba tan húmeda que incluso el aire nocturno no la podía secar. No me podía ni mover. Parecía como si hubiera agotado hasta la última gota de mi energía.

La luz de la mañana iluminaba el cielo cuando nos acercamos a un pequeño mercado. Tía me compró dos tomates. Al morder el jugoso tomate, pensé: “¡He vuelto a la vida!”.

Unos días más tarde llegamos al pueblo donde habían nacido Tía y Hermana. Nos alojamos en casa de sus parientes. Al día siguiente nos encontramos con el hijo de Tía y el marido de Hermana. Ellos reprendieron a mis compañeras por haberse ido y les pidieron que volvieran a casa.

Decidimos partir esa misma noche. Me quedé con Tía en una habitación. Durante un sueño, oí que Hermana me llamaba: "¡Binfen, date prisa!" Ella estaba a unos diez metros de distancia. Estaba oscuro, y lo único que yo podía ver era a ella.

Miré mi reloj. Eran un poco pasadas las 3 de la madrugada. Desperté a Tía y salimos de la habitación en silencio. Subimos la pared del patio. Salté hacia abajo, pero aterricé dolorosamente sobre mi espalda. Encontré un poste para ayudar a Tía a que bajase. Nos encontramos con Hermana que venía de la casa en la que se estaba hospedando. Empezamos a correr.

El marido de Hermana descubrió que nos estábamos yendo y nos persiguió. Nos atrapó y nos llevó de vuelta. El dolor en mi espalda estaba esparcido por todo mi cuerpo. “Hermana y yo no podemos continuar”, me dijo Tía. “Todavía puedes ir ya que tu familia no está aquí. Pero me preocupa que vayas. Tal vez todas deberíamos volver a casa y encontrar otro momento para ir. ¿Qué te parece?”.

En ese momento tuve que tomar una decisión. “Por favor, no se preocupen. Voy a seguir sola”.

 

Hermana y yo seguimos andando

Caminé a lo largo de las vías del ferrocarril que llevaban a Beijing. Quería caminar más rápido, pero la espalda me dolía tanto que tenía que caminar encorvada. No recuerdo cuánto caminé. Finalmente me detuve cuando ya no podía soportar el dolor y traté de sentarme. Eso era aún más doloroso. No podía respirar, así que me puse de pie.

Oí que alguien gritaba: “¡Binfen, date prisa!”. Un auto se detuvo. Hermana me estaba saludando. Yo había visto esta misma escena en mi sueño la noche anterior. Shifu me estaba dando una pista. Me eché a llorar. Corrí hasta donde estaba Hermana, y me olvidé de mi dolor de espalda.

Nos sentamos en el coche, y Hermana me dijo que estaba preocupada que continuara sola. Ella me contó que se había escabullido y alquiló un coche para salir a buscarme. No tenía idea de donde podía estar. Pero milagrosamente, cuando miró por la ventanilla del coche me vio caminando a lo largo de las vías.

Qué casualidad. Tantas cosas tuvieron que suceder para que nos encontráramos. Qué tal si las vías del ferrocarril no estuvieran cerca de la carretera, o si Hermana hubiera mirado para otro lado, si me hubiera sentado, si hubiera caminado un poco más rápido o más lento... No hay palabras que puedan describir la enorme benevolencia que tiene Shifu para protegernos.

Ninguna de nosotras tenía mucho dinero, así que le pagamos al conductor y continuamos a pie. Me goteaba el sudor de mi pelo, y los residuos de sal manchaban mi cara. Mi ropa estaba empapada. Había piedras del tamaño de huevos cubriendo las vías. Rompieron mis zapatos y me arrancaron las uñas de los pies. A veces, sentía como si mi estómago estuviera lleno de piedras.

Cada mañana, ni bien me levantaba, me dolían los pies. Tenía que arrastrarlos hacia adelante durante varios minutos hasta que se aflojaban. Los pies me dolían incluso cuando estaba sentada. A veces la espalda me dolía tanto que me tenía que acostar, porque era incapaz de moverme.

Nuestras condiciones de vida eran terribles. Afortunadamente, Shifu eliminó mi deseo de comodidad. Ya no me importaba mucho la pulcritud. Podía dormir en cualquier lugar. Resistí el calor intenso, el hambre excesivo, y los malos olores. Las hormigas, insectos y ratas me pasaban por encima mientras dormía, y no me molestaba. Los trenes hacían un ruido ensordecedor al pasar, y no me molestaba.

Cuando estábamos agotadas, Hermana y yo estudiamos el Fa. Cuando sentía dolor, pensaba en las palabras de aliento del practicante: “Sé firme al caminar. No te rindas por más que te duelan los pies”. Me dije: “Por muy grande que sea el dolor lo ignoraré”. Poco a poco, cuando dejé de sentir dolor, caminé cada vez más rápido. Mis piernas se sentían como si no existieran y parecía que estaba volando.

 

Milagros a lo largo del viaje

Un día caminamos hasta que se hizo de noche y llegamos hasta una plataforma redonda. En la oscuridad no podíamos ver mucho, así que empezamos a tocar con las manos los objetos a nuestro alrededor. Hermana tocó una bolsa de plástico. Dentro había dos hogazas de pan caliente. Esta era una zona rural, y no habíamos visto ni a una sola persona en todo el día.

“Es de Shifu…” Con lágrimas de agradecimiento, comimos el pan. Nunca nos preocupamos por la comida. Mientras caminábamos, a menudo encontrábamos comida en la carretera, una sandía, una bolsa de papas fritas, o pan en caja. No comíamos mucho, pero nunca sentí hambre.

Una noche fría, soñé que alguien me ponía una chaqueta encima para darme calor.

Al día siguiente, tuve un repentino deseo de comer carne. Me reí de mí. “¿Estaba soñando?”. Llegamos a una aldea cerca del mediodía. Una agradable señora nos trajo un gran plato de bollos rellenos con carne de cerdo. “Mi hija está aprendiendo a cocinar”, dijo la señora. “Ella cocinó esto. Por favor, siéntese aquí a comer. Pueden llevarse las sobras para su viaje”.

Ella también nos dio varias prendas de vestir. “Está haciendo frío. No tienen ropa suficiente”. Shifu hizo realidad mi sueño. A menudo sentía una sustancia parecida a una nube llenar mi pecho, y era una sensación maravillosa. En cuanto a mi dolor de espalda y el dolor en mis pies, entendí que Shifu estaba limpiando mi cuerpo.

Cuando llegamos a la estación de tren de la ciudad de Taiyuan, provincia de Shanxi, una empleada nos preguntó de dónde éramos. Dijimos que habíamos venido caminando desde Gansu. Ella miró sorprendida. “¡Imposible!”, dijo. "Si ese fuera el caso, los zapatos ya se les habrían gastado”.

Nos topamos con dos hombres que parecían tener alrededor de 20 años. Con la intención de robarnos, nos siguieron y nos enfrentaron debajo de un puente. Les dijimos que no teníamos dinero y que estábamos yendo a Beijing a pie. Registraron nuestra bolsa y no encontraron nada excepto una copia de Zhuan Falun. Entonces se pusieron a caminar junto con nosotras.

A medida que íbamos caminando con ellos, les hablamos sobre la cultivación y sobre la ley de la retribución, es decir, uno cosecha lo que siembra. Los alentamos a que buscaran un trabajo y a ser buenos. Ellos estaban felices y nos compraron refrescos. Cuando llegamos a la siguiente estación de tren, ellos estaban agotados y se durmieron en los bancos. Nosotras seguimos viaje.

 

Al llegar a Beijing

Después de más de 40 días andando llegamos a la Plaza de Tiananmen en Beijing. Una mujer policía nos preguntó si éramos practicantes de Falun Dafa. Nosotros no le respondimos y continuamos caminando. Le hizo señas con la mano a un coche aparcado al costado. Varios policías saltaron y nos arrastraron hasta el coche. Nos llevaron a una estación de policía. Dos agentes de policía nos interrogaron y nos insultaron. Se fueron al no habernos logrado sacar ninguna información.

Trajeron a otra practicante. Cuando se enteró de que habíamos venido desde Gansu, nos dio 500 yuanes. “Sabía que ustedes estaban viniendo de Beijing. Las vine a buscar para darles algo de dinero. Por favor tómenlo”. No quería tomarlo porque quería caminar de regreso. Ella lo puso en el bolsillo de Hermana justo cuando llegó la policía y se la llevó. Shifu había arreglado para que tuviéramos  dinero para volver a casa.

Nos llevaron a la oficina de enlace de la provincia de Shandong en Beijing. Allí fuimos detenidas por separado. Dos asistentes fueron enviadas a hablar conmigo para saber de dónde era. Les hablé de cómo comencé a practicar Dafa, de cómo Dafa cambió mi visión de las cosas, y de cómo los practicantes eran perseguidos por el PCCh. “Nosotros los cultivadores practicamos la Verdad-Benevolencia-Tolerancia”, les dije. "Yo sé lo que quieren. Pero si les digo mi dirección esto ayudará a las autoridades. Y esto en el futuro les perjudicará mucho”.

No hablaron durante un rato. Entonces una preguntó: “¿Eres una verdadera practicante?”. Asentí con la cabeza solemnemente. “Te creo”, dijo ella. Una practicante le dijo que darle de comer a un cultivador verdadero trae enorme virtud. Poco después, me trajo un plato de comida y un poco de pan. Me liberaron a las pocas horas. Cuando pregunté por Hermana, el guardia se negó a responder. Cuando salí estuve dando vueltas, estaba preocupada por ella.

De repente oí un grito. "¡Binfen!" Miré a mi alrededor. Ella estaba en la vereda de enfrente. En una ciudad del tamaño de Beijing, con tantas personas caminando por ahí, después de habernos separado por tantas horas, no podía creer que nos hubiéramos encontrado así.

 

Mi camino de cultivación

Una vez soñé que estaba caminando por la senda de una montaña. Llegaba a una pequeña zanja y la saltaba por encima. Cuando me daba vuelta y miraba hacia atrás, veía que la zanja era un surco tan profundo que no podía ver el fondo.

Ese era mi camino. Puede que en ese momento haya parecido un camino simple, pero en realidad hubo grandes retos y obstáculos. Shifu los resolvió todos para mí.

A través de este viaje he llegado a comprender que Shifu arregla todo. Nuestro camino de cultivación está realmente diseñado para nosotros, y sólo tenemos que seguirlo. A veces puede parecer imposible de seguir, pero una vez que traspasamos la parte espinosa, encontraremos que:

“¡tras el verde oscuro del sauce, se hallan resplandecientes flores y otra nueva aldea!”. (Lección Novena, “Las personas de gran cualidad innata”, Zhuan Falun)

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