(Minghui.org) Mi familia escuchó que un maestro de qigong vendría a Shanghái en la primavera de 1992 y daría una charla en el Palacio de la Cultura.

Mi esposo compró boletos pero no quise ir, ya que en ese momento el qigong no me entusiasmaba. Cuando todos partían, tampoco quise ir.

Mi familia dijo: “Solo ve. De lo contrario desperdiciaremos un boleto”. A disgusto, los acompañé.

Esa noche, cuando fui a acostarme, mi cuerpo quedó  envuelto por una luz dorada. Era relajante y placentera. Miré hacia arriba y vi una figura sentada en el cielo. Lucía como la estatua de Fo en los templos. Usaba ropas amarillas y brillaba con un gran resplandor.

No sabía qué estaba pasando, me sentí conmovida y con un poco de miedo también. Abrí los ojos y le dije a mi esposo: “¡Levántate rápido! ¡Hay un gran Fo sentado en el cielo, vistiendo ropas amarillas y está iluminando con una luz dorada!”.

Se levantó, se paró en la terraza por un momento y expresó: “No puedo ver nada”.

“Hay una luz brillando en nuestra habitación y aún está resplandeciendo”, le manifesté.

“¿Era el maestro de qigong que vimos hoy?”, me preguntó, “vestía ropas amarillas”.

“No, no es la misma persona. No lucen igual. El maestro de qigong que vimos hoy era de contextura pequeña. ¿Por qué no puedes verlo? Está justo allí arriba”, dije nuevamente.

“Realmente no puedo ver nada”, expresó, y parecía que en verdad no podía ver nada.

En ese momento me sentí desconcertada y bastante asustada. Mi marido me dijo que debíamos ir a dormir ya que teníamos que trabajar al día siguiente.

Sin embargo, con la luz brillando sobre mí, no podía dormir en absoluto. Me cubrí la cabeza con una manta y cerré los ojos, pero no ayudó. Me oculté debajo de la cama, me cubrí con la cobija y cerré bien los ojos. Tampoco funcionó. Saqué toda la ropa del armario y me escondí dentro. Me envolví con la manta, pero la luz seguía brillando sobre mí.

Sentí que podía ver si tenía los ojos abiertos o cerrados. Parecía estar observando cosas a través de mi cerebro.

Fui a la cocina y me cubrí la cabeza con un gran wok, pero no podía bloquear la luz. La luz me seguía donde iba. Me di por vencida, para entonces ya eran las 3:30 a. m.

Al día siguiente les conté a mis compañeros de trabajo mi experiencia y pregunté si alguno había visto la figura de un Fo sentado en el cielo. Ninguno la había visto. Dijeron que debía haber estado soñando. Hasta alguno preguntó si me había vuelto supersticiosa y se rió.

Pensé: "Nunca creí en dioses, Fo o en algún qigong en el pasado. ¿Por qué estaba experimentando todo esto?". La luz de la figura del Fo brillaba sobre mí todo el tiempo, pero nadie podía verla. No podía descifrar por qué. Pero la luz me seguía donde iba.

Un día montaba mi bicicleta en la calle y realmente sentí el calor de la luz brillando sobre mí, pero no sudaba. De repente grité: “Maestro”, desde el fondo de mi corazón. Fue muy ruidoso y la gente a mi alrededor giró para mirarme. Me sentí bastante avergonzada y bajé la cabeza.

Después de dieciocho días, la luz finalmente desapareció. Creí que la figura que vi era mi Maestro. Pensé en mi corazón: encontraré a mi Maestro, por lo que mis colegas ya no podrán decir que soy supersticiosa.

Comencé a interesarme en historias legendarias sobre los Ocho Inmortales cruzando el mar y otros mitos, y creí que todos ellos eran reales.

Más tarde, muchos maestros de qigong dieron clases en nuestro área. Nunca asistí a ninguna porque ninguno de ellos era el que yo estaba buscando.

Esta experiencia también cambió mi temperamento.

En 1995 renuncié al trabajo. Con nuestros dos hijos asistiendo a la universidad, teníamos poco dinero. Cuando vi a otras personas vendiendo flores, también conseguí algunas al por mayor y las vendí en el mercado vespertino.

Otros las vendían entre 25 y 28 yuanes cada una, yo, a 12 yuanes por unidad. Solo llevaba una pequeña cantidad cada vez y regresaba a casa tan pronto como se me terminaban. Estaba bastante contenta.

Poco a poco se propagó que había una señora vendiendo flores a un precio razonable y que no estafaba a la gente. Más y más gente venía a comprármelas.

A fines de 1996, mi hijo mayor se graduó y dejé de venderlas. Comencé a tener problemas de salud: artritis, enfermedades ginecológicas, estomacales y atrofia de un capilar en el cerebro.

Tuve secuelas de una cirugía anticonceptiva de años atrás. Me operaron seis o siete veces, pero todas las dolencias aparecieron nuevamente. La vida fue verdaderamente muy dura para mí.

Un día de octubre de 1997, una vecina me dijo: “Tu salud es muy pobre. Ven y practica qigong conmigo”.

Le pregunté qué clase de qigong era, y me dijo Falun Gong. “Es una práctica de la Escuela Buda y es realmente buena. Es gratuita y todos los practicantes son muy amables”, me contó.

Escuchando que era una práctica de la Escuela Buda y gratuita, estuve de acuerdo en ir.

Fuimos al sitio de práctica en la mañana. Cuando una asistente me enseñó los ejercicios, tuve el sentimiento como si regresara a casa de un viaje lejano. Estaba muy emocionada.

Al día siguiente, me mostró un gráfico de los ejercicios. Quedé asombrada cuando me di cuenta que el Maestro de Falun Gong que demostraba el quinto ejercicio era el Maestro sentado en el cielo que había visto cinco años atrás. Se veía exactamente igual, hasta en la postura.

Me conmoví mucho y mis manos comenzaron a temblar. De hecho, todo mi cuerpo estaba temblando. Las lágrimas corrieron sobre mi rostro. Finalmente había encontrado a mi Maestro.

Supe que todo era verdad. Comencé a practicar Falun Gong inmediatamente sin dudarlo.

Hoy tengo 65 años. Mi vida experimentó un gran cambio desde 1992.

Veinte años han pasado y todavía practico Falun Gong, no por la mágica experiencia que tuve, sino porque nuestro Maestro me enseñó los principios de Verdad-Benevolencia-Tolerancia y me convertí en una mejor persona con valores morales bajo su guía.

(Presentación para "Celebrar el Día Mundial de Falun Dafa" 2018 en el sitio web Minghui)