(Minghui.org) En 1999 cuando la persecución a Falun Gong comenzó, el régimen comunista chino fabricó propaganda en abundancia para difamar a la disciplina e incitar el odio de la gente.

Desde entonces, los esfuerzos incansables de los practicantes en contarles a las personas el por qué la persecución está mal, más y más individuos en China ahora entienden la verdad. Los siguientes son dos ejemplos de ello.

“¿Qué puedo hacer por usted?”

Una noche salí a distribuir materiales informativos de Falun Gong y a contarle a la gente que la persecución era incorrecta. Me subí a un bicitaxi y le pregunté al conductor si había escuchado sobre Falun Gong. Estaba muy emocionado, ya que había vivido en Corea del Sur durante varios años y los practicantes allí lo habían ayudado.

Le conté sobre la persecución, y verdaderamente lo molestó. Renunció al partido comunista chino y a sus organizaciones juveniles.

Antes de bajar, él quiso hablar más: “¿Qué puedo hacer por usted?”, peguntó. Le respondí que sería grandioso si él podía contarles a más personas sobra la arbitraria persecución, y pedirles que recuerden que “Falun Dafa es bueno”. Solicitó mi número telefónico y quiso conocer más sobre la práctica.

Han pasado unos pocos años, pero sus palabras aún entibian mi corazón.

“El Maestro de Falun Gong es el hombre más grande en China”

Mientras caminaba por la calle, vi a un hombre con una radiografía en su mano que se veía muy deprimido. Le pregunté cortésmente qué sucedía. "Pierna", respondió.

Le manifesté que lo podía ayudar, e inmediatamente me preguntó cuánto quería. “Ni un centavo”, le dije. “Solo le aconsejo que recite `Falun Dafa es bueno, Verdad-Benevolencia-Tolerancia es bueno´”.

Quiso saber si era practicante y le expresé: “Solía leer Zhuan Falun, pero la persecución comenzó antes que pudiera terminarlo, y tuve que entregarlo. En una oportunidad me crucé con una sabia persona que me dijo que el Maestro de Falun Gong era el hombre más grande en China”

Le conté que tenía el libro conmigo y le pregunté si quería leerlo. Bajó su voz y dijo que primero deberíamos ir a algún lugar tranquilo.

Tan pronto se lo entregué, lo guardó rápidamente y manifestó: “Este libro no tiene precio. No se puede conseguir en cualquier lado y no importa cuánto dinero tu tengas”. Me preguntó cuánto quería por el ejemplar. Cuando le dije que era gratis, estuvo muy entusiasmado.

De vez en cuando me llamaba para decirme cómo progresaba con la lectura. Un día me contó que lo había terminado y quería devolverlo. Le pedí que lo leyera nuevamente.

Algunos días más tarde, de nuevo me llamó: “Lo leí otra vez, y fue diferente de la primera. Comprendí nuevas cosas”.

Yo estaba muy contento de no haber solo pasado a su lado aquel día fatídico.