[Minghui Net]

EL DIARIO DE LEÓN -

Por Valentí Puig

Se esperaba que el rostro de Mao desapareciera de los billetes de banco chinos pero por el momento reaparece en forma de estatua de treinta y cinco toneladas, nada menos que en el Tibet ocupado por el ejército chino en 1950 y desde entonces ámbito de abundantes violaciones de los derechos humanos. La transición de China desde el maoísmo hasta no se sabe qué es algo único. El caso es que un país sin Estado de derecho, carente de libertades básicas, sin seguridad jurídica y con un sistema bancario muy frágil, ostenta un crecimiento económico acelerado y una presencia geoestratégica que nos tiene a todos estupefactos. Por donde sea andan los chinos comprando petróleo, gas natural y materias primas. Están en Africa, en el Caúcaso, en Iberoamérica. Pactan con quien haga falta. Luego hacen sus grandes viajes oficiales y reciben con té y buenas palabras a todos los visitantes de alcurnia. Ahora el presidente chino, Hu Jintao, pasa por Washington a reiterarle a George W.Bush que la China no se entromete en nada. Para los observadores, la química personal entre ambos líderes puede aclarar un poco las cosas pero la verdad es que el choque de intereses es notable. Lo mejor que puede ocurrir es que se imponga el pragmatismo aunque en tales casos los derechos humanos en el Tibet siempre se quedan en el alero.

El hecho de que los chinos estén levantando el más grande monumento jamás dedicado a Mao ilustra la sustanciosa contradicción de un país que, gracias a Den-Xiao-Ping entró en el reformismo precapitalista y que con tal salto económico ha podido olvidar las hambrunas que fueron propias del mandato maoísta, vasto en crímenes y en tiranía. Quien sabe si la estatua de Mao cerca de la capital del Tibet corresponde a una peculiar forma de olvido. Oficialmente, conmemorará el trigésimo aniversario de la muerte del Gran Timonel. En la biografía más reciente de Mao -a punto de ser publicada en España- no han sido pocos los nuevos horrores por añadir a la ejecutoria monstruosa del autor de El libro rojo . Parece ya del todo demostrado que, al menos en víctimas, Mao supera a Hitler y Stalin. Hasta la fecha se le hace responsable de setenta millones de víctimas. Hay ahí materia de reflexión para aquellas personalidades de la izquierda española que pasaron por un período de juventud bulliciosa y atrevida militando en organizaciones maoístas.

Desde luego, parecería más razonable que el rostro predominante en billetes y monedas de la China de hoy fuese Den-Xiao-Ping y no Mao. El mismo Den-Xiao-Ping inspira la visita del presidente chino a Washington. Deja en casa un grave problema de persecución religiosa, corrupción en la vida pública, disidencia política entre barrotes y desórdenes incipientes en zonas rurales. Sea como sea, la diplomacia china prosigue siendo enigmática, muy dura y exigente. Lo que Washington no puede ignorar es que China invade subrepticiamente los terrenos de juego ajeno. Compra, negocia, presiona, avasalla. Quizás a Jintao le incomode que le hablen de libertades pero eso no le altera. Sus prioridades son otras. Sus intereses vienen formulados desde hace mucho tiempo. Por lo demás, Jintao almuerza con Hill Gates en Seattle. Al mismo tiempo, la estatua de Mao en el Tibet crece palmo a palmo. En el exilio, el Dalai Lama tiene nuevos puntos de reflexión sobre la naturaleza del sistema chino. Por la biografía de Jung Chang -autora de Cisnes salvajes - y John Halliday ahora se sabe que la Larga Marcha de Mao, el gran mito de su revolución, fue una mentira, una metódica manipulación. Así es cono han operado siempre los totalitarismos. De la China pos-totalitaria nos queda casi todo por entender.

Fuente: http://www.diariodeleon.es/se_opinion/noticia.jsp?CAT=108&TEXTO=4711217)

Fecha de edición: 30/4/2006Fecha del artículo original: 24/4/2006

Categoría: Referencias