(Minghui.org) La Sra. Qiu Sihui de la ciudad de Anshan, provincia de Liaoning, ha sido arrestada en repetidas ocasiones por negarse a renunciar a su fe en Falun Dafa, una disciplina espiritual perseguida por el régimen comunista chino. Actualmente está encarcelada en la prisión de mujeres de Liaoning.
La Sra. Qiu Sihui.
Tras el comienzo de la persecución a Falun Dafa en julio de 1999, la arrestaron junto a su esposo en octubre, cuando fueron a Beijing para apelar por el derecho a practicar. La pareja fue llevada al 3.° centro de detención de Anshan, aunque tenía casi dos meses de embarazo en ese momento.
El segundo arresto fue en el invierno de 2001 el que llevaron a cabo en una casa alquilada. En un intento por escapar, se cayó del cuarto piso de la estación de policía de Shengli y tuvo que ser trasladada a un hospital, donde le pusieron una placa de acero en la espalda.
Después de la cirugía quedó con incontinencia y los músculos de su pierna izquierda se atrofiaron. Los doctores le dijeron que estaría en cama por el resto de su vida. A pesar de su condición, fue sentenciada a tres años en un campo de trabajo, pero se le permitió ir a casa "en libertad condicional". Se recuperó después de practicar los ejercicios de Falun Dafa en su hogar.
En el verano de 2002, fue arrestada nuevamente y sentenciada a siete años de prisión. La liberaron en septiembre de 2003.
Tras su arresto más reciente en 2008, la condenaron a doce años y medio de prisión y ha estado en la prisión de mujeres de Liaoning desde entonces.
A continuación está su relato personal de lo que ha soportado en la prisión:
Me arrestaron en mi casa el 19 de agosto de 2008 y dos días después me llevaron al centro de detención de Anshan. El 13 de mayo de 2009, me trasladaron a la prisión de mujeres de Liaoning para un examen físico. La prisión se negó a aceptarme porque estaba paralizada.
Unos días más tarde, los médicos del Hospital Ortopédico Shenyang me tomaron una radiografía y confirmaron que la placa de acero implantada en mi espalda estaba intacta. La prisión me aceptó a pesar de que estaba postrada y necesitaba que alguien se ocupara de mis necesidades.
En el verano de 2010, cuando la piel alrededor de un clavo de la placa de acero se puso roja e inflamada, me sacaron de mi celda a un corredor, donde una reclusa, bajo las instrucciones del médico de la prisión, me abrió la piel en ese sitio, aunque me opuse a ello. Esa noche tuve fiebre alta.
Al día siguiente, me llevaron a la sala de enfermedades infecciosas donde la misma reclusa me abrió la piel nuevamente siguiendo la orden de la capitana del grupo. Cuando me opuse, otras reclusas me taparon la boca con un paño y pusieron cinta para silenciar mis gritos.
En los días siguientes, cuando la fiebre siguió alta, me pusieron un suero intravenoso y me ataron a la cama. Más tarde, me llevaron de nuevo al hospital ya que mi herida no se curaba y la fiebre continuaba.
En el hospital, después de una radiografía, escuché al médico decir que el clavo de la placa de acero se había aflojado y dijo que no debería haber estado presa en esta condición.
Después de una conversación privada con el médico, la capitana me dijo que el clavo había salido porque mis huesos se habían curado. Me negué a aceptar esto, señalando que el clavo no estaba en mis huesos y sabía que mi piel inflamada se debía a que los internos me torturaban y golpeaban por indicación suya.
Poco a poco me recuperé tras hacer los ejercicios regularmente y finalmente pude levantarme de la cama.
Desde mi recuperación, he estado pidiendo a las autoridades que castiguen a los responsables por mi estado, pero dijeron que la "operación" se realizó debido a una emergencia, afirmación que cuestioné pues aún estaba consciente en ese momento.
También escribí una carta al fiscal y al director de la prisión en septiembre de 2017 para solicitar que se procesara a la capitana y que los que participaron se disculparan y asumieran todas las responsabilidades criminales. Sin embargo, un mes después, me dijeron que no se me permitía demandar a los responsables y que las autoridades habían impedido que mi abogado, contratado por mi familia y amigos, ingresara en la prisión.