(Minghui.org) En 2014 fui condenada a tres años y medio y acabé en la Prisión de Mujeres de la provincia de Liaoning. Al principio me ingresaron en el Pabellón Correccional Intensivo, destinado a la persecución de los practicantes de Falun Dafa. En un primer momento, los guardias parecían amables y me ofrecieron todo tipo de tratos a cambio de que abandonara la práctica. Cuando vieron que no iba a ceder, los guardias empezaron a torturarme. Me obligaban a permanecer de pie sin moverme durante todo el día y no me dejaban dormir, bañarme ni ir al baño. No recuerdo cuántos días estuve sometida a esta tortura, sólo que cuando por fin pude ir al baño, en cuanto me puse en cuclillas, me brotó un chorro de sangre.
Los guardias me llevaron al hospital para hacerme análisis de sangre y orina sin decirme para qué eran. Sentía que me rodeaban entidades malignas y tenía mucho dolor, hasta el punto de que apenas podía respirar. Rápidamente me di cuenta de que aquello no estaba bien y envié pensamientos rectos pidiendo a Shifu que me ayudara. Al cabo de 20 minutos, sentí que los elementos malignos habían desaparecido, me sentía mejor y podía respirar con normalidad. Sabía que Shifu había ayudado a erradicar las entidades malignas que se habían reunido a mi alrededor. Mucho más tarde supe que los guardias me llevaron al hospital aquel día para averiguar si era donante de órganos compatible.
De vuelta a la cárcel, enviaba pensamientos rectos con más frecuencia, recitaba las enseñanzas y aclaraba la verdad a las reclusas que intentaban «transformarme». Enviaba pensamientos rectos pidiendo ayuda a Shifu cuando una reclusa especialmente despiadada intentaba torturarme. Después de eso, ella siempre tenía una fuerte diarrea. Al cabo de un tiempo, solicitó el traslado a otra celda.
En cuanto a la siguiente reclusa que vino a torturarme e intentar obligarme a renunciar a mi fe, hablé con ella, le expliqué la verdad sobre Falun Dafa y le canté canciones de Falun Dafa. Conmovida por mi comportamiento, aprendió a cantar las canciones y me escuchó contarle cómo mi salud y mis pensamientos mejoraban con la práctica. Aprendió que no había nada malo en la práctica y decidió ser amable conmigo. Cuando aclaraba la verdad a las demás personas, se sentaba a mi lado y se emocionaba hasta las lágrimas. Cuando me maltrataban o torturaban, lloraba por mí. Cuando salí del Pabellón Correccional Intensivo, lloró.
En el nuevo pabellón, el jefe de división y el jefe de guardia habían oído lo que hice en el Pabellón Correccional Intensivo y sabían que no sería fácil «transformarme», así que no se molestaron en torturarme. Continué aclarando la verdad a las reclusas de allí. Shifu me dotó de benevolencia. Sonreía cuando me encontraba con alguien por primera vez para que pudiera sentir mi intención bondadosa. A menudo la persona renunciaba al PCCh después de que yo le aclarara la verdad.
Sólo disponía de un par de minutos para hablar en privado con otras reclusas, así que tenía que ir al grano y asegurarme de que entendían la verdad rápidamente. Por suerte, con los arreglos de Shifu, la mayoría de las reclusas con las que hablé renunciaron al PCCh.
Volví a casa en diciembre de 2014. Lo primero que hice fue dedicar todo el tiempo que pude a estudiar las enseñanzas, algo que no había podido hacer en los tres años y medio anteriores. Además de ponerme al día con el estudio del Fa, empecé a memorizar las enseñanzas. En el proceso, a menudo me emocioné hasta las lágrimas, comprendiendo lo mucho que Shifu ha soportado por nosotros.