(Minghui.org) Antes de comenzar a practicar Falun Dafa, en marzo de 1999, sufría una enfermedad renal que no podía aliviar ningún tratamiento médico. Tres meses después, ¡la enfermedad desapareció! Esta es mi historia.
Antes de casarme, a los 24 años, un examen físico reveló que tenía una glomerulonefritis aguda (inflamación en los riñones), aunque no sufría ninguno de los síntomas. Un año después, se convirtió en crónica. La mayoría de las personas que padecen esta enfermedad, tanto si es aguda como crónica, tienen edemas generalizados o locales y todo tipo de problemas. Sin embargo, yo no sufría ninguno de los síntomas.
Fui a visitar a un famoso médico de nuestra zona. Después de leer mi informe, me miró de arriba abajo, preguntándose cómo, a una edad tan temprana, había llegado a padecer esta difícil enfermedad. Me dijo que era una enfermedad incurable y que no había forma de tratarla. Mientras oía aquello las lágrimas corrían por mis mejillas. Tenía menos de 26 años. ¿Qué iba a hacer?
A los 27 años, la enfermedad había empeorado y sufrí un síndrome nefrótico. Tomé todo tipo de costosos medicamentos a base de hierbas, que no me hacían ningún efecto. Oí que las agujas de acupuntura funcionaban, así que me fui al hospital y me pincharon en 12 puntos de acupuntura desde la columna cervical hasta el coxis. No quiero recordar lo mal que me sentí, pero, de nuevo, no funcionó.
Cinco meses después, el hospital me propuso la diálisis, pero primero tenían que crear una fístula para conectar una arteria a una vena de mi brazo. Cuando llegó el momento de la diálisis, y clavaron una aguja del tamaño de un dedo pequeño en el vaso sanguíneo, el dolor me resultó insoportable. Tenía que hacerlo tres veces por semana. Además, era muy caro y teníamos que pagarlo todo nosotros. Cuando se nos acabó el dinero, me enviaron a casa.
Mi marido sugirió vender la casa para pagar el tratamiento, pero yo no estaba de acuerdo. Él perdió a su madre cuando era adolescente y perdió a su padre diez años después. Si vendíamos la casa y yo no mejoraba, se quedaría sin nada.
Vivía con un miedo constante, sintiéndome cada día más débil. Apenas podía caminar y permanecía en la cama la mayor parte del tiempo. Viendo cómo mi vida se desvanecía poco a poco, me sentía miserable. Me sentía impotente y había perdido la esperanza.
Una vecina del piso de abajo tiene una tienda de comestibles cerca. Ella, sus padres y sus hermanas practican Falun Dafa. Conocí a su madre en marzo de 1999, cuando yo estaba en su tienda haciendo una llamada telefónica para preguntar por un determinado medicamento. Su madre me preguntó qué me pasaba. Me recomendó que practicara Falun Dafa y me dio un libro titulado Falun Gong.
Por aquel entonces me habían adoctrinado en el ateísmo y no creía en esas cosas. También había practicado alguna forma de qigong en el pasado. Pero como no me funcionó, dejé de practicarlo. Pero como la anciana era amable y cariñosa, no quise ofenderla, y tomé el libro. Tardé unos días en terminarlo y, cuando se lo devolví, me dio uno más grueso, Zhuan Falun. Le dije que me llevaría demasiado tiempo terminarlo. Pero ella me animó a tomarme mi tiempo. Me conmovió su bondad y paciencia y me llevé el libro a casa.
Llegué a casa, me lavé las manos, me senté en el sofá y me puse a leer. Cuando me cansé y tuve ganas de tumbarme, recordé que me había dicho que hiciera lo posible por sentarme erguida mientras leía. Terminé el libro en diez días.
Cuando terminé el libro, sentí que tenía energía. Podía andar por la casa sin problemas y no me sentía tan angustiada como antes. Como había terminado el libro, necesitaba devolverlo. Fui a casa de mi vecina y me di cuenta de que su madre se había ido. Mi vecina me dijo que podía quedarme con el libro y que siguiera leyendo. Me dijo que, cuando lo entendiera algún día, no querría dejar de leer. No entendí muy bien lo que quiso decir, pero creo que fue entonces cuando empecé a cultivarme.
Después de eso, la lectura del libro se convirtió en parte de mi rutina diaria. Cuanto más leía, más tranquila me sentía. Un mes después, pude hacer algunas tareas domésticas y organizar la casa. Mi marido estaba encantado de ver cómo había cambiado.
Un mes después, mi vecina me pidió que hiciera los ejercicios con ella. Ni siquiera sabía que había ejercicios. Me preocupaba no poder levantarme por la mañana, pero mi marido no dejaba de animarme. Me sorprendió que fuera capaz de llegar al sitio a tiempo sin parar a descansar ni una sola vez. Con el apoyo de mi vecina, pude llegar al lugar de los ejercicios diariamente y también estudiar el Fa con el grupo regularmente.
A los dos meses, ya había olvidado que estaba enferma. Seguía a los compañeros practicantes a todas partes para hacer los ejercicios, difundir Dafa y estudiar el Fa. Todos los días estábamos ocupados.
Más tarde, aumenté la cantidad de tiempo que hacía los ejercicios en casa. Poco a poco, pude hacer el segundo ejercicio durante dos horas. Y mi enfermedad desapareció sin que me diera cuenta. Me sentía tan feliz que no podía dejar de contarle a todo el mundo lo bueno que es Dafa. Se quedaban asombrados.