(Minghui.org) La Sra. Liu Shaojun, de 65 años de edad, de la ciudad de Fushun, provincia de Liaoning, fue condenada a dos años y medio de prisión en enero de 2019 por su fe en Falun Gong, una práctica de cuerpo y mente conocida también como Falun Dafa perseguida por el régimen comunista chino desde 1999. Fue encarcelada en la cárcel de mujeres de Liaoning, donde sufrió brutales abusos que le provocaron alucinaciones y se volvió frágil.
A continuación, su relato personal de la persecución que sufrió en la prisión:
“Fui arrestada el 23 de abril de 2018 y llevada al centro de detención de Fushun. Después de casi un año de realizar trabajos forzados, soportar humillaciones y tener restringido el uso del retrete, acabé con hipertensión".
En enero de 2019, el tribunal de Wanghua me condenó a 2,5 años y fui llevada a la división n.º 7 de la prisión de mujeres de Liaoning el 16 de abril. Al día siguiente, dos reclusas me llevaron a una habitación del taller para "estudiar" y trataron de lavarme el cerebro. Cuando me negué a cooperar, me obligaron a permanecer en posición militar desde las 4:40 de la madrugada hasta las 10 de la noche (excepto cuando comía, me aseaba o usaba el inodoro) y me restringieron la libertad.
Me prohibían hablar, me restringieron el uso del baño y me humillaban. Los reclusos me torturaban mentalmente al obligarme a escuchar grabaciones que calumniaban a Falun Gong y a su fundador, el Maestro Li. Traté de hablarles a los reclusos sobre Falun Gong y de decirles que la persecución estaba mal. Pero no querían escucharme.
A causa de tanto tiempo de estar de pie, mis piernas se hincharon mucho y tenía dificultades para ponerme los zapatos y caminar. Parecía que los reclusos querían ayudarme, cuando en realidad, me arrastraban hacia adelante a propósito mientras fingían que me ayudaban. También trataron de asustarme diciendo que pronto mis piernas quedarían lisiadas y tendrían que ser amputadas, con lo que acabaría en una silla de ruedas.
Como esta táctica no les funcionaba, me obligaron a sentarme en un taburete de plástico un montón de horas, hasta provocarme hemorroides. Si me quedaba dormida, me movía un poco o cerraba los ojos, me insultaban. A pesar de todo, me negaba a renunciar a Falun Gong. Por ello, de 4 de la mañana a 7 de la tarde sufría la tortura del taburete, y luego tenía que estar de pie hasta las 12 de la noche, pudiendo dormir solo cuatro horas en un tablón.
Esta persecución acabó cuando mi presión sanguínea subió a un nivel peligrosamente alto unos días después de que me hicieran estar sentada un día entero y estar de pie ocho horas por la noche. Los reclusos escribían palabras que calumniaban a Falun Gong y al Maestro Li en toda mi ropa y en el papel higiénico. Me negaban el uso de zapatos y tenía que caminar bajo la lluvia entre el taller, mi celda y el baño.
Durante las clases de lavado de cerebro, los reclusos escribían palabras que calumniaban a Falun Gong y al Maestro en un gran pedazo de papel y nos lo pegaban al cuerpo antes de tirarlo al suelo. También restringieron nuestro uso del inodoro. Debido a que no tenía permitidas las visitas durante este período, mi familia no pudo darme dinero. No tenía dinero para comprar nada, no se me permitía pedir prestado y a los demás no se les permitía que me dieran nada. Como usaron el poco papel higiénico que me quedaba para calumniar a Falun Gong, empecé a usar un pequeño trozo de tela sacado del taller que me escondía en la ropa interior. Los reclusos lo descubrieron y me lo quitaron. Solo podía usar el papel sobrante de los demás o el de la basura.
Me ordenaron hacer el trabajo gratis a finales de agosto y la sesión de lavado de cerebro terminó en diciembre.
El 16 de abril de 2020, como parte de la llamada evaluación del progreso de la "transformación" (es decir, cuando los practicantes encarcelados habían renunciado a su creencia), me vi obligada a "estudiar" por segunda vez. Esta vez, cuatro internos fueron asignados para monitorearme, con dos jefes de sección dirigiéndolos. Me ordenaron trabajar en el primer mes. En los meses siguientes, me obligaron a estar de pie, incluso cuando comía. No se me permitía usar el baño y se restringió mi libertad. Me aislaron del mundo exterior.
Me ordenaron agacharme y me negué. Se exasperaron y me llevaron a una sala de reuniones sin cámara de vigilancia y empezaron a golpearme, a patearme y a tirarme del pelo. Me negué a cooperar con ellos y un recluso me pateó por debajo del lado izquierdo del pecho. Inmediatamente, sentí extremo dolor. Solo mejoró después de más de un mes. Otro recluso me arrancó un montón de pelo y, a consecuencia de ello, tuve dolor de cabeza durante unos días.
Al día siguiente, no se me permitió volver a mi celda a descansar. En su lugar, me enviaron a una pequeña oficina sin cámara de vigilancia durante seis días. Dos reclusos me vigilaban y me prohibían dormir. Me obligaron a ponerme en cuclillas, a estar de pie y a caminar y no se me permitió usar el baño.
Durante el día, me obligaron a "estudiar" y me prohibieron usar el baño, así que me mojé los pantalones tres veces. Sin embargo, no me permitían cambiarme los pantalones. Me ataron ambas manos con cinta y mis brazos los ataron a la espalda, esposándome al tubo de la calefacción. No podía ponerme en cuclillas ni estar de pie. Los reclusos también me echaron drogas desconocidas en la comida, lo que fue presenciado por otro recluso. Cuando me enteré, me negué a comer y me alimentaron a la fuerza con drogas desconocidas. Cuando me negué a abrir la boca durante la alimentación forzada, el recluso me pellizcó la mejilla hasta sangrar. La las tres veces de no poder alimentarme a la fuerza, los reclusos me patearon y golpearon. Cuando grité pidiendo ayuda, me taparon la boca con cinta adhesiva.
Mi mejilla izquierda se hinchó, se magulló y se deformó, pero ni siquiera pude verla. Cuando volví a mi celda por la noche, un preso se asustó. Solo vi mi cara unos días después cuando me lavaba. Como las autoridades temían que sus acciones quedaran expuestas, me obligaron a usar una máscara y mangas largas cuando trabajara. Sin embargo, me negué a usar la máscara y me arremangué para que todos pudieran ver mis heridas.
Un preso me amenazó: "Tenemos formas de tratar con usted. ¿No quieres decir o escribir [nada]? Tenemos drogas. ¡Deberías hacer y decir lo que te pedimos!". Tampoco me dejaron dormir en seis días y seis noches. La tortura física y mental acabaron provocándome pérdida de lenguaje y memoria, y sufría alucinaciones mentales. No podía enderezar mi espalda debido al dolor; me tambaleaba al caminar.
En ese momento, era el festival del barco del dragón, pero no se me permitía comer alimentos ni de la prisión ni tampoco los que yo misma había comprado. No había ido al supermercado de la prisión en un año y medio, y durante el período en que estaba "estudiando" no se me permitió comprar nada.
Después de un año y medio de maltratos, volví a casa con un cuerpo débil”.