(Minghui.org) Otro practicante y yo tomamos un tren a Beijing con la intención de apelar por Falun Dafa, el 10 de diciembre de 2000. Luego tomamos un autobús a la Plaza Tiananmen. Una vez que bajamos del autobús, me resultó imposible encontrar al compañero practicante. Así que caminé solo hasta la Plaza Tiananmen, adonde llegué alrededor del mediodía.
En la plaza de Tiananmen
Me encontraba muy calmado cuando llegué. Miré alrededor, pero no pude distinguir a ningún otro practicante. Desplegué la pancarta que llevaba y grité: “¡Falun Dafa es bueno! ¡El Maestro Li Hongzhi es inocente!".
Un policía se abalanzó sobre mí y me derribó. Agarró la pancarta. Me levantó, me agarró del cuello con un brazo y me arrastró hasta el coche de policía. Grité: "¡Falun Dafa es bueno!". Comenzó a insultarme mientras me arrastraba.
Muchos practicantes de Dafa se habían dado cita en la plaza para aquel entonces y varios vehículos de la policía se encontraban estacionados. Muchos practicantes fueron introducidos en un minibús. Los funcionarios arrastraban, empujaban, regañaban, golpeaban y daban patadas a los practicantes mientras que los practicantes se limitaban a gritar: "¡Falun Dafa es bueno! ¡El Maestro Li es inocente! ¡Falun Dafa es inocente!".
Nos llevaron a la comisaría de la Plaza de Tiananmen, donde nos encerraron en jaulas de hierro por separado. Al atardecer, nos transfirieron a un centro de detención en un autobús. Me negué a darles mi nombre, así que me obligaron a subir a la parte trasera de un jeep, que me condujo muy lejos.
El complejo
Después de un largo viaje, llegamos a un recinto recién construido. La construcción no estaba completamente terminada todavía. Había una perrera en el patio, donde se podía ver a dos mastines tibetanos, con largas cadenas atadas alrededor de sus cuellos.
Me llevaron a una habitación grande, y me hicieron sentarme en un taburete en el medio. Dos policías me vigilaban. Caminaban constantemente por la habitación. Se lavaban las manos y la cara cuando parecía entrarles sueño.
No me permitían comer ni beber, cerrar los ojos o usar el baño. A la mañana siguiente (el 12 de diciembre) varios policías entraron en la habitación. Me rodearon y empezaron a insultarme.
Me arrastraron al patio donde vi a 11 funcionarios más. Hicieron señas a los dos perros grandes para que me atacaran. Entonces, me asusté y me parapeté detrás de uno de los oficiales.
"Dinos tu nombre y dirección, o los perros te van a comer", dijo uno de los funcionarios.
Cuatro o cinco oficiales empezaron a golpearme, pidiéndome que les dijera mi nombre y dirección. Solo grité: "¡Falun Dafa es bueno! ¡La policía está golpeando a una buena persona!".
Se dividieron en grupos y se turnaron para golpearme. Me golpeaban, me daban patadas y me abofeteaban. Me torturaron de la misma forma durante días desde que empezaban a trabajar por la mañana, hasta pasadas las 10:00 p. m.
Una vez, dos oficiales me golpearon y me tiraron al suelo. Me arrastraron y me golpearon la cabeza contra un jeep que estaba aparcado en el patio. Dijeron: "Si te golpeamos hasta la muerte y te enterraremos aquí, o dejamos que los perros te destrocen, nadie lo sabrá nunca".
"¡Dios lo sabrá!", les respondí. Miraron al cielo, pero no dijeron nada.
Me ataban a un poste de hierro todas las noches después de las 11:00 p. m., en mitad del frío glacial.
Cuando ordenaron a los perros que me mordieran, aparecieron en mi mente pensamientos rectos. Antes de que me mordieran, les dije en mi corazón: "Estoy practicando Falun Dafa. No deben morderme". Los perros dieron media vuelta, entraron en su perrera y nunca más se acercaron.
Mi huida
La noche del 16 de diciembre me ataron a un poste después de golpearme durante todo el día. Dos oficiales se quedaron para vigilarme. Decidí que debía irme aquella misma noche, así que le pedí ayuda al Maestro: "Maestro, soy un discípulo de Dafa. No debo estar aquí".
Como hacía frío fuera, los dos hombres se metieron en una habitación de la que solo salían, de vez en cuando, para ver cómo estaba. Cuando estaba pensando en cómo salir de allí, de repente, sentí que mis esposas se aflojaron. Me alegré mucho porque sabía que el Maestro me estaba ayudando.
Saqué una mano de las esposas y luego la otra. En ese momento, uno de los guardias me trajo un tazón de agua. Luego volvió a irse. Como se encontraba a cierta distancia, corrí rápidamente hacia la puerta. Los perros no hicieron ningún ruido. Escalé el muro, que tenía unos pocos metros de altura y luego miré hacia atrás a través de la puerta. No vi que nadie saliera. El letrero de la puerta decía: "Municipio de Banbidian, Condado de Daxing, Beijing".
Corrí hasta un campo cercano, caminé durante kilómetros, atravesé un cementerio y un páramo. Estaba exhausto. No había comido ni dormido durante cinco días.
Me había alejado mucho, así que pensé que sería seguro sentarme a descansar un rato. Más tarde, llegué a una carretera. Me escondí detrás de un árbol y observé los vehículos que pasaban, durante un rato. Cuando vi que no había peligro, empecé a caminar por el borde de la carretera hasta que acabé llegando a un pequeño pueblo.
Encontré a una mujer que estaba haciendo sus ejercicios matutinos. Le pregunté la hora y cómo podía llegar a la estación de tren. Me dijo que eran las 7:00 a. m. y después me llevó.
Había un tren que se dirigía a la Estación de Tren del Sur de Beijing, así que subí a bordo con la ayuda de un anciano que estaba en el andén. Una vez que me senté me relajé. Me sentía cansado, hambriento y sediento. Después de llegar a Beijing compré inmediatamente un billete de tren y me fui a casa.
Me siento tan agradecido con el Maestro cada vez que pienso en mi huida.
Aunque sufrí durante cinco días y cinco noches las torturas, estas no dejaron ni una sola cicatriz en mi cuerpo y ni siquiera sentía ningún dolor cuando llegué a casa. No se me congelaron las manos, los pies o la cara pese a haber estado expuesto al frío todas las noches.
Por aquella experiencia comprendí que lo imposible puede ser posible, siempre y cuando creamos con firmeza en el Maestro y en Dafa.