(Minghui.org) Había una vez en la antigua China, un hombre cuyo apellido era Wang. Era una persona amable, le gustaba ayudar a otros y era un devoto cultivador budista. Comunmente lo llamaban el “benevolente Sr. Wang”.
Un día, el benevolente Sr. Wang fue a un monasterio budista y sacó un palo del lote adivinación para averiguar cuando alcanzaría la perfección. Luego un monje le dijo: “Tienes que mostrar tu respeto al fo ofreciéndole incienso todos los días. Cuando acumules nueve grandes ollas de cenizas del incienso quemado, puedes llevar las cenizas al Oeste y presentarlas al fo. Entonces definitivamente alcanzarás la perfección”.
Después de regresar a su casa, el benevolente Sr. Wang siguió las palabras del monje y sinceramente ofreció incienso todos los días al fo. Finalmente, acumuló nueve grandes ollas de cenizas después de unos años. Luego compró un burro para el viaje y partió. El burro llevaba la mayoría de las cenizas en su espalda pero el benevolente Sr. Wang tenía que llevar el resto en su espalda. Al final del primer día, el benevolente Sr. Wang estaba sediento de caminar todo el día. Como estaba oscureciendo, comenzó a buscar un lugar para pasar la noche cuando un anciano de repente apareció en el camino al Oeste. El anciano lo detuvo y le dijo: “¿De dónde eres? ¿Cómo te llamas? ¿Por qué estás tú y el burro llevando bolsas tan pesadas en vuestras espaldas?”. El benevolente Sr. Wang respondió todas sus preguntas. Luego el anciano le dijo: “Excelente. Viajamos en la misma dirección. Debemos tener una relación predestinada. No me gusta imponer, pero me preguntaba si podrías hacerme un favor”. Wang preguntó en qué podía ayudarlo. El anciano dijo: “He caminado todo el día y no puedo seguir. ¿podrías llevarme en tu burro?”. El benevolente Sr. Wang dudó por un minuto, pero pensó: “Haciendo obras buenas debería acumular virtud. ¿cómo podría no ayudar a un anciano cansado?”. Entonces sacó la mitad de las cenizas del burro e hizo espacio para el anciano y cargó él con las cenizas. Luego el anciano se subió y los dos comenzaron a viajar juntos.
Una vez encima del burro, parecía que el anciano se sentía mejor. Le preguntó al benevolente Sr. Wang de nuevo: “¿dónde dijiste que ibas? Debo estar viejo y senil. ¡No recuerdo nada!”. El benevolente Sr. Wang le dijo pacientemente al anciano de nuevo: “Estoy yendo al Oeste para presentar mis respetos al fo viviente y mostrar la sinceridad de mi cultivación en el budismo”. El anciano dijo: “Oh, ahora entiendo”. Encontraron hospedaje por la noche y se quedaron ahí. El benevolente Sr. Wang comenzó a pensar para sí: “Ahora que el burro está llevando al anciano en su espalda, el burro va a caminar más lento y se va a cansar más. ¿Cuándo lograré ver al fo? Esto no va. Tengo que levantarme temprano e irme sin el anciano. Me tengo que librar del exceso de equipaje”.
El benevolente Sr. Wang partió silenciosamente con su burro al amanecer. Mientras llegaba a la entrada de la aldea, vio al anciano esperando por él al lado del camino. El anciano lo detuvo de nuevo y lo llamó: “¡Hey! Benevolente Sr. Wang ¿Qué le pasa? Pensé que era un hombre bondadoso. Estamos predestinados a viajar juntos. ¿Cómo puede abandonar a su compañero de viaje y partir sin decir adiós? Afortunadamente me levanté temprano y lo alcancé a tiempo. Vamos, vamos. Déjeme montar su burro”. El benevolente Sr. Wang no pudo negarse al anciano, así que no tuvo más opción que mover la mitad de las cenizas de nuevo y ponerlas en su espalda para que el anciano pudiera montarse.
En el camino el anciano le preguntó de nuevo: “¡Bien! ¡Soy una persona tan anciana! ¡Me olvido de todo! Recuerdo haberle hecho esta pregunta ayer, pero hoy me he olvidado completamente de lo que me dijo. ¿Por qué está yendo al Oeste?”. El benevolente Sr. Wang se estaba quedando sin paciencia. Contestó bruscamente: “A conocer al fo”. Después de un rato, el anciano preguntó de nuevo: “Oh, recuerdo que usted es el benevolente Sr. Wang, pero no puedo recordar por qué está yendo al Oeste. ¿podría molestarlo en preguntarle de nuevo?”. El benevolente Sr. Wang comenzó a acumular enojo, pero le pareció que no debía armar un escándalo con una persona tan anciana y buena, así que reprimió su enojo y contestó de nuevo.
Así caminaron desde el amanecer hasta el atardecer y el anciano hizo la misma pregunta al Sr. Wang miles de veces. El benevolente Sr. Wang estaba a punto de explotar al final del día. Finalmente, soportó el día entero. Encontraron hospedaje, cenaron y fueron a dormir. El benevolente Sr. Wang pensó para sí: “Esta vez debo irme bien temprano para librarme de este anciano que solo me trae problemas”. Le dio agua y comida al burro. Esperó hasta medianoche y luego partió en medio de la noche con su burro y las bolsas grandes de cenizas.
Nunca podría haber esperado que el anciano hubiera llegado al borde de la aldea. El anciano lo llamó: “¡Benevolente Sr. Wang! ¡Benevolente Sr. Wang! A usted le dicen benevolente Sr. Wang, pero ¿por qué no está haciendo nada benevolente? Usted y yo viajamos juntos al Oeste. Soy un anciano que no puede caminar rápido. ¿Por qué abandona su conciencia y me deja sin decirme nada? Cada día se va más temprano. ¿Cómo es que tiene el corazón de abandonarme?”.
El benevolente Sr. Wang no tuvo más remedio que suprimir su enojo y quitar la mitad de las bolsas de cenizas del burro de nuevo y hacer espacio para el anciano. A unos pocos minutos, el anciano preguntó de nuevo: “Benevolente Sr. Wang, usted ha viajado día y noche. ¿Adónde va? ¿Por qué está tan apurado?”. Al escuchar la misma pregunta, el benevolente Sr. Wang finalmente explotó: “¡Anciano! ¡No tiene idea de lo que he sufrido por usted! Lo he llevado en mi burro, ¡pero he cargado una bolsa grande de cenizas en mi espalda! ¿Tiene idea de lo que he sufrido por usted? ¡No aprecia lo que he hecho por usted! En vez de eso, me hace la misma pregunta una y otra vez. Usted no está cansado de hacer la misma pregunta, ¡pero yo sí de repetir la respuesta!”. Luego, dijo algo realmente feo: “¿Acaso un perro se comió su conciencia?”.
El anciano se bajó del burro con una tranquilidad increíble. Señaló con su dedo al Sr. Wang y le dijo: “Vuelva a casa. No hay necesidad de que vaya al Oeste. El fo viviente no aceptará un cultivador tan ‘benevolente’ que cultiva la ‘benevolencia’ así”. Al decir esas palabras, el anciano levitó. Ascendió a los cielos y luego desapareció.
No fue hasta ese momento en que el benevolente Sr. Wang se dio cuenta que el anciano era el fo viviente. Colapsó en el suelo y comenzó a pegarse. Se arrepintió terriblemente por perderse la oportunidad de alcanzar la perfección, pero ya era muy tarde.