(Minghui.org) Fui arrestada ilegalmente en 2016. Cuando me trasladaban al centro de detención, empecé a sentir los síntomas propios de un derrame cerebral, incluso me resultaba imposible caminar. Aunque, debido a mi estado de salud, no fui considerada apta después de someterme al reconocimiento físico, me mantuvieron recluida. Al día siguiente, cuando me interrogaron, declaré que tenía derecho a profesar mi fe y que no había cometido ningún delito. El interrogatorio acabó en cuanto me negué a firmar la documentación del arresto.
Siempre que algún guardia me instaba a dejar de practicar Falun Dafa, me negaba. Una reclusa me dijo: “Podemos ayudarte a escribir una declaración en la que dejas claro que abandonas tu fe y así te podrás marchar a casa. Luego, puedes seguir practicando en casa”.
Le respondí que Falun Dafa nos enseña a ser buenas personas, y que nunca traicionaría mi fe. A partir de aquel momento las reclusas cambiaron de actitud. Me había ganado su respeto. Les expliqué, a todas y cada una, que Falun Dafa es maravilloso y las traté con bondad. Me permitían practicar Falun Dafa, con total libertad, en la celda.
Entonces empecé a aclarar la verdad sobre Falun Dafa a todas las internas. En poco tiempo, cerca de dos docenas de personas habían decidido renunciar a su membresía en el partido comunista chino (PCCh), y abandonado las filas de sus organizaciones afiliadas. Todas las personas de mi celda convivían en paz y armonía, y mi salud mejoraba gradualmente.
Un día, conversé con la expropietaria de un negocio, que llevaba dos años y medio detenida. Aunque muchos practicantes ya le habían aclarado muchas cosas sobre Falun Dafa, le resultaba especialmente difícil de comprender por qué estos no renunciaban simplemente a su creencia para obtener la libertad.
Le expliqué que era la naturaleza perversa del régimen comunista la que la había embaucado. Que el partido la había utilizado para hacer dinero, y que por eso había consentido que se enriqueciera mientras le rentaba. Después, cuando consideraron que ya no la necesitaban, la sedujeron para que sobornara a algunos funcionarios codiciosos y en cuanto cayó en la trampa, la inculparon. Por eso la habían detenido.
Afirmó: “Cuenta la verdad. Me respaldaban en mis aventuras financieras y compartíamos los beneficios. Llegado el momento, me acusaron de haber cometido crímenes, mientras ellos se declararon inocentes. Sus palabras son muy ciertas. El régimen comunista me ha perseguido y utilizado. Los practicantes de Falun Dafa son gente bondadosa. Usted estaba en un pésimo estado de salud cuando llegó, pero se ha recuperado sin tomar medicamento alguno. Su Maestro está cuidándola sin lugar a dudas. Soy miembro del partido comunista. Por favor, ayúdeme a renunciar al partido”.
Mencionó que su caso había permanecido en suspenso durante más de dos años. Poco tiempo después de renunciar al partido, su caso empezó a registrar progresos. Estaba eufórica, y remarcó que Dafa era extraordinario.
En una ocasión, llegó una nueva reclusa que no poseía ninguna ropa de abrigo. Las guardias dieron vueltas, arriba y abajo, preguntando si alguien tenía una chaqueta de sobra, pero nadie respondió, así que le presté la mía. Las guardias me elogiaron delante de todas: “Las practicantes de Falun Dafa tienen un gran corazón”.
Después de aquello, todas las de mi celda renunciaron al partido. Más tarde, fui transferida a otra celda, donde coincidí con otra practicante. Había sido condenada a tres años y medio de cárcel (aunque todavía permanecía detenida en el centro). Como su marido no podía trabajar, antes de ser encarcelada era el único sostén familiar. Ahora su hija estaba estudiando en la universidad, pero su situación financiera se había vuelto precaria, hasta el punto de volverse dependiente del dinero y la ropa que le ofrecían los practicantes locales. Me confió que sentía haber fallado a su familia.
En cuanto me enteré de su comprometida situación, hice todo lo posible por ayudarla económicamente. Lo que necesitaba, se lo compraba. También compartí mis entendimientos del Fa con ella, y recitamos las enseñanzas del Fa juntas. Al poco tiempo empezó a hacer progresos en su cultivación. También cooperamos para contarles a las reclusas la persecución a la que se ha visto sometida Falun Dafa.
Hicimos lo imposible por seguir las enseñanzas del Maestro y todas en el centro de detención nos respetaban. Después de entender la verdad sobre las bondades de Dafa, las reclusas, una tras otra, renunciaban al partido, sin mediar palabra. En cuanto llegaban nuevas internas, hablábamos con ellas, y con frecuencia aceptaban la verdad sobre Falun Dafa.
Durante los seis meses que permanecí detenida, ayudé a más de 30 personas a renunciar al PCCh, y conseguí que muchas más personas conocieran la verdad sobre Falun Dafa. Agradezco al Maestro su compasión.