(Minghui.org) La persecución a Falun Gong en China ha generado tremendos sufrimientos físicos y mentales a decenas de millones de practicantes de Falun Gong, y ha generado dolor y aflicción a familiares y amigos.
Este es el relato de una mujer de 26 años, una de las tantas víctimas de la persecución.
La gente solía llamarme prodigio. Era porque pude hablar desde los cuatro meses de edad, leer desde el año, y escribir pequeños párrafos a los tres.
Cuando mi madre comenzó a practicar Falun Gong en 1994, yo tenía cinco años. El rápido mejoramiento en su salud física y mental generó una impresión en mi familia, parientes y amigos. Mucha gente, incluido mi padre, comenzó a practicar.
Nuestra familia estuvo más feliz que nunca, y mis notas en el colegio eran excelentes.
Lo que nunca me pude haber imaginado es que esta felicidad llegaría un día abruptamente a su fin y sería sustituida por una pesadilla interminable.
Cuando la persecución comenzó en 1999 yo tenía solo diez años. Sin embargo fui a Beijing con mi madre para apelar por Falun Gong. Después de todo, fue esta práctica de meditación la que hizo que toda mi familia sea feliz y saludable; ¿por qué alguien querría hacer que dejemos de practicar?
Siete días después regresé a casa sola. Mi madre había sido arrestada y detenida.
La vida sin ella fue difícil. Mi padre no sabía qué hacer y no tuve con quién compartir mis sentimientos. Un día, mi maestra me dio la tarea de escribir un ensayo sobre el tema: “mi madre”. Mi mente estaba en blanco frente a la hoja.
Seis meses después mi madre regresó a casa. Fue difícil reconocerla. Estaba demacrada y no podía caminar por la tortura que había padecido cuando estuvo detenida. El contorno de su cráneo era visible debajo de su cuero cabelludo, y sus ojos estaban hundidos y difusos. Si no hubiese sido por el sonido de su respiración nadie hubiese creído que estaba con vida.
La salud de mi madre se recuperó gradualmente practicando los ejercicios. Se embarazó nuevamente y tuve la esperanza de que nuestras vidas regresaran a lo normal. Pero me equivoqué.
Mis dos padres son maestros de escuela, pero los despidieron porque practicaban Falun Gong. Primero a mi madre, luego a mi padre. Tenían excelente reputación en el trabajo; no obstante mi padre recibió una mísera indemnización por despido que no alcanzaba para cubrir a la familia de cuatro, y tuve que irme a vivir con mi tía.
Cuando estaba en cuarto grado un día, al regresar a casa de la escuela, la encontré vacía. Tuve la sensación de que algo malo había sucedido. Había una nota en la mesa que decía que mis padres tuvieron que salir de casa para evitar ser arrestados una vez más. Me dejaron una nota y 10 yuan ($1.57 US).
Yo creía que había aprendido a ser fuerte después de tantas experiencias. Pero una vez más me eché a llorar. Abracé un osito de peluche que mi mamá me había dado de pequeña, me senté en la oscuridad y el frío del departamento, y lloré y lloré.
Ese fue un momento decisivo. Me recordé que ahora estaba sola y que tenía que aprender todo para sobrevivir, desde lavar la ropa hasta lidiar con una araña al limpiar la casa; algo que en el pasado me había dado mucho miedo.
Aprendí a preparar mi propia comida y mi propia ropa, a dirigir mi propia vida, aunque significara vivir en soledad.
Mis notas en el colegio bajaron. Mis pensamientos eran distintos a los de otros adolescentes. Una vez, en la clase de lengua, mi maestra nos preguntó sobre el propósito de la vida. Otros estudiantes hablaron sobre los puestos que quisieran tener, riqueza o felicidad; pero mi respuesta fue simple: “yo vivo porque la muerte está por venir”.
Sin apoyo financiero, no me alcanzaba para pagar la mayoría de las universidades, así que elegí una escuela técnica. Por suerte, gracias a mis buenas notas, no tuve que pagar la matrícula. Me alegré porque ahora tenía un propósito en mi vida.
Después de un tiempo logré contactarme con mis padres y mi hermanita. Yo aún vivía sola, pero pude visitarlos una vez por semana.
Sin embargo la policía los arrestó una vez más. Los oficiales saquearon su residencia y dejaron a mi hermanita de cinco años sola. Ahora las dos vivimos juntas e hicimos todo lo posible por no llorar, pero siempre tuve la misma pregunta: ¿Por qué Jiang Zemin decidió maltratar así a practicantes de Falun Gong inocentes?
Después de un tiempo liberaron a mi padre, pero mi madre siguió detenida. Luego la condenaron a cinco años en prisión.
Conocí a un joven. Yo no planeaba empezar una relación, pero no pude resistir su cuidado y afecto.
Cuando los dos nos recibimos de la universidad, hablamos sobre casarnos, sabiendo que hacíamos buena pareja. Pero cuando su familia se enteró de que mi familia practicaba Falun Gong y de que nuestro estatus financiero estaba en la ruina se pusieron totalmente en contra de nuestra relación.
No comí ni bebí durante seis días. No podía entender qué le estaba pasando a esta sociedad: mis padres eran agraviados aunque fuesen inocentes; y ahora yo no podía casarme con la persona que amaba. Esa noche intenté suicidarme.
Me rescataron y sobreviví, pero la vida aun fue muy dolorosa.
Cuatro años después liberaron a mi madre. Después de un tiempo la familia de mi novio comenzó gradualmente a aceptarme y también al hecho de que mi familia practicase Falun Gong. Ahora somos marido y mujer.
Mi infancia se perdió para siempre, así como la de tantos otros niños cuyos padres fueron detenidos por su fe en Falun Gong.
¿A quién podemos pedirle la cura de estas vidas destrozadas?