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"Maestro, perdóneme por favor" dijo un hombre, mientras se encontraba arrodillado en el jardín de un templo budista un día de primavera antes del amanecer.
Éste era un hombre lujurioso de cierta ciudad. Veinte años atrás, fue el monje favorito del Abad de ese templo. El Abad enseñó a este hombre todas las cosas que aprendió a lo largo de su vida, esperando que se convirtiera en un gran discípulo de la Escuela Buda de cultivación. Pero una noche su corazón se quedó impresionado y tentado por la vida del mundo secular y dejó el templo. La deslumbrante luz de la ciudad le sedujo.
Desde entonces deambuló por el barrio de las prostitutas, llevando una vida descarriada. La primavera llega cada año, pero la primavera no era primavera para él. Una noche, transcurridos veinte años, se despertó repentinamente, a través de la ventana la luna se veía clara y limpia como el cristal, brillando en la palma de su mano. Repentinamente se arrepintió de sus pecados y montó en su caballo acudiendo velozmente hacia el templo.
"Maestro, por favor ¿puede usted perdonarme y aceptarme como su discípulo otra vez?" El Abad detestaba el libertinaje de este hombre y negando con la cabeza dijo, "no, tus pecados son tan grandes que descenderás al infierno, pero si el buda te perdona", señalando la mesa de ofrendas del templo, "en esa mesa florecerá una flor". El hombre lujurioso dejó el templo descorazonado, pensando que era imposible que la flor floreciera sobre el tapete.
A la mañana siguiente, el Abad se quedó impresionado cuando entró en el santuario, al descubrir racimos de flores rojas y blancas por doquier, desprendiendo exquisitas fragancias. Aun cuando no había ningún indicio de viento en el santuario, las flores se movían frenéticamente y emitían un sonido crujiente como si estuvieran llamando a alguien ansiosamente.
El Abad entendió de inmediato lo que esto significaba, y bajó corriendo por la montaña para buscar al hombre lujurioso, pero fue demasiado tarde. El hombre lujurioso, abatido, ya había regresado de nuevo a su vida torcida. Pero las flores en la mesa de las ofrendas sólo florecieron por un corto día.
Esa noche el Abad entró en el nirvana y escribió sus últimas palabras, que fueron las siguientes; "En el mundo no hay camino equivocado de donde uno no pueda regresar, no hay error que uno no pueda enmendar, un corazón sinceramente bondadoso es el milagro más excepcional, así como las flores que florecieron en la mesa de las ofrendas. Pero lo que hizo desaparecer el milagro no fue el error, sino el frío corazón pétreo que no quiere perdonar con tolerancia y el frío corazón helado que no quiere confiar.
Fecha de edición: 21/5/2006Fecha del artículo original: 21/5/2006