(Minghui.org) Según el budismo, todo en el mundo humano es una ilusión y nada permanece sin cambios eternamente. Si un cultivador se aferra a los pensamientos mundanos, aunque solo se trate de una pizca de sentimentalismo humano, esto puede hacerlo fracasar en el último minuto.

La siguiente es una de esas historias registradas en el Taiping Guangji, la mayor colección de historias y eventos sobrenaturales de la historia china, recopilada durante la Dinastía Song (960-1279).

El maestro encuentra a su discípulo

Du Zichun vivió en la época de Zhou del Norte (557-581 d. C.) de la Dinastía Sui (581-619 d. C.). Cuando era joven, era audaz y directo. No se tomaba nada en serio, y vivía de una forma indisciplinada y extravagante, entregándose a los placeres y a la bebida.

Como no prestó atención a consolidar la riqueza familiar, acabó derrochando en poco tiempo toda la fortuna de su familia y se vio reducido a la pobreza y la ruina. Así que fue a buscar protección entre sus parientes y amigos. Pero todos lo rechazaron, porque lo consideraban un inútil.

Cuando llegó el invierno, se encontraba vestido con harapos y tenía poco que comer. Una noche, que estaba vagando por la Avenida Chang'an, con frío, hambre y en total soledad, no pudo evitar suspirar de tristeza. Un anciano con un bastón se le acercó y le preguntó por qué suspiraba.

Du derramó todas sus críticas por su dolorosa situación y se quejó de que sus parientes eran todos unos desalmados. Cuanto más se quejaba, más furioso y agitado se ponía.

El viejo le preguntó a Du cuánto dinero necesitaba.

"Treinta o cincuenta mil monedas bastarían", respondió Du.

El viejo dijo que no serían suficientes. Du entonces aumentó la suma a cien mil monedas. Pero el viejo dijo que tampoco serían suficientes, así que le pidió a Du que le diera otra cifra.

"¿Qué tal un millón?”, preguntó Du. El viejo aún le dijo que no serían suficientes. Así que Du pidió tres millones de monedas.

"Bien, eso bastaría", dijo el viejo. Entonces sacó mil monedas y se las dio a Du. "Esto es todo lo que tengo. Espérame mañana al mediodía en la Mansión Persa de la calle oeste, y te daré el resto del dinero. No llegues tarde".

Du se dirigió al punto de encuentro al día siguiente. Cumpliendo su palabra, el viejo le entregó tres millones de monedas, y se marchó sin dejar su nombre.

Con tanto dinero en la mano, Du no pudo evitar sentirse como en la luna. "Nunca más volveré a ser pobre", pensó.

Casi inmediatamente, empezó a montar caballos de primera clase y a llevar lujosas pieles. Bebía con sus amigos todo el día y contrataba bandas de música para que les deleitaran. Se entretenía en los burdeles sin preocuparse por su vida en el futuro.

En tan solo un par de años, derrochó los tres millones de monedas y tuvo que volver a usar ropa barata y a montar en burro. Poco después, ni siquiera podía permitirse el lujo de montar en burro, y tenía que ir caminando; se volvió tan pobre e indefenso como lo había sido hacía bien poco. Miró al cielo y suspiró profundamente.

En ese mismo momento, volvió a aparecer el viejo frente a él. Tomó la mano de Du y le preguntó: "¿Cómo has llegado a esto? No importa, puedo ayudarte. ¿Cuánto quieres esta vez?".

Du se sentía muy avergonzado, tanto que no podía hablar. El viejo le hizo la pregunta una y otra vez, pero Du solo acertaba a disculparse avergonzado. Al final, el viejo le dijo a Du que fuera al mismo lugar y a la misma hora al día siguiente, diciendo que esta vez le daría diez millones de monedas.

Al día siguiente, Du fue al mismo sitio, y el viejo le dio diez millones de monedas, tal y como había prometido. Antes de que el anciano se marchara, Du decidió que esta vez enmendaría sus errores pasados y compraría un negocio familiar, con el fin de ganar mucho dinero. Se dijo que esta vez se convertiría en el hombre más rico que jamás haya existido.

Sin embargo, tan pronto como recibió el dinero, olvidó por completo sus aspiraciones y se entregó otra vez a las extravagancias y al libertinaje. Antes de que transcurrieran tres o cuatro años, se quedó sin un céntimo y en una situación aún más terrible que anteriormente.

Un día, se volvió a cruzar con el viejo en el mismo lugar e intentó evitarlo, cubriéndose la cara. Pero el viejo lo agarró por la ropa y le dijo que era una tontería tratar de evitarlo. Entonces le dio a Du 30 millones de monedas y le dijo: "Si no haces algo bueno tú mismo esta vez, nadie te podrá ayudar y vivirás en la indigencia para siempre".

Du pensó: "He estado viviendo un estilo de vida imprudente y disoluto más allá de mis posibilidades, y he malgastado cada moneda que tenía. Ninguno de mis parientes ricos, amigos o cualquier otra persona me ha ofrecido ayuda, excepto este viejo, que me ofreció enormes sumas de dinero en tres ocasiones. ¿Cómo debo devolverle su bondad?".

Con este pensamiento en mente, Du le dijo al viejo: "He aprendido tres lecciones de su bondad, y es hora de que yo haga algo. Voy a ayudar a los huérfanos y a las viudas, y contribuiré a que reciban una educación ética. Agradezco mucho su bondad, y volveré para ponerme a su servicio una vez que haya cumplido mis objetivos".

El viejo dijo: "Eso es exactamente lo que he estado esperando. Una vez que hayas logrado lo que te propusiste, ven y espérame en el Festival del Fantasma Hambriento el año que viene bajo los dos cipreses, frente al Templo de Laojun".

Sabiendo que la mayoría de los huérfanos y viudas vivían en Huainan, Du fue a Yangzhou. Compró 100 hectáreas de tierra fértil, construyó una residencia en la ciudad, y más de 100 casas en intersecciones y otros lugares clave. Luego convocó a los huérfanos y viudas, para que fueran a vivir en aquellas casas. Ayudó a los sobrinos y sobrinas de aquellas familias con sus matrimonios, y se aseguró de que enterraran juntas a las parejas cuando ambos fallecían. Aquellos que habían muerto en otro lugar volvían a ser enterrados en su tierra natal. Gracias a sus esfuerzos, los viejos rencores entre los lugareños se resolvieron, y aquellos que habían hecho cosas virtuosas eran recompensados generosamente por su bondad.

Después de cumplir su deseo, Du fue al Templo Laojun como había prometido y vio al anciano.

Pruebas de cultivación

El anciano dejó de tocar la flauta cuando vio a Du, y lo llevó al Pico Yuntai del Monte Hua (una montaña con una larga e importante historia religiosa en la actual provincia de Shaanxi).

Después de ascender 64 kilómetros, llegaron a una magnífica mansión rodeada de nubes, que sobrevolaban las grullas. Había un horno de alquimia de tres metros de altura en el centro de la sala principal. La luz púrpura que brillaba en el horno iluminaba toda la sala. Había nueve niñas de jade alrededor del horno, que estaba custodiado por un Dragón Azul y un Tigre Blanco.

Cuando llegó la noche, el anciano dejó de llevar ropa ordinaria, y vestía una túnica roja y una corona dorada taoísta. Le dio a Du tres píldoras de roca blanca y un vaso de vino, y le dijo que se las tomara rápidamente.

Luego puso un trozo de piel de tigre en la esquina oeste de la sala, se sentó mirando al este, y le dijo a Du: "Mantente en silencio. Todo lo que verás serán ilusiones; dioses gigantes, demonios, espíritus malévolos, el infierno, animales feroces o a familiares siendo atados y torturados. Todo es una ilusión. Solo quédate quieto y no digas ni una palabra. Mientras no tengas miedo, no te harán ningún daño. ¡Solo recuerda lo que te digo!".

Tan pronto como el sacerdote taoísta se fue, Du oyó a hombres gritando y a caballos relinchando. Había incontables soldados en todas las montañas y valles, con banderas ondeando y lanzas relucientes.

Entre ellos se destacaba un hombre alto, que decía ser un gran general. Llevaba una deslumbrante armadura dorada, al igual que su caballo. Estaba custodiado por varios cientos de soldados, todos armados con espadas y arcos.

Llegaron a la mansión y le gritaron a Du: "¿Quién te crees que eres? El gran general ha llegado. ¡Cómo te atreves a no presentarle tus respetos!".

Algunos guardias apuntaron sus espadas hacia Du, y le preguntaron por su nombre y qué estaba haciendo allí. Du guardó silencio.

Los guardias se enfadaron y gritaron: "¡Mátenlo! ¡Atraviésenlo con una flecha!".

Du permaneció muy tranquilo, como si no estuviera escuchando nada. Al final, el general se marchó furioso con sus soldados.

Poco después, manadas de feroces tigres, dragones, leones, víboras y escorpiones venenosos se precipitaron hacia Du, como si fueran a destrozarlo y comérselo. Algunos saltaban de un lado a otro por encima de su cabeza, mostrando sus afilados dientes y garras, pero Du continuó tranquilo y en silencio. Después de un rato, las serpientes y las bestias desaparecieron, sin dejar rastro.

Lluvias torrenciales cayeron repentinamente, con truenos y relámpagos ensordecedores, y se tornó muy oscuro. Justo entonces, una gran rueda de fuego ardiente rodó a su alrededor. Du apenas podía mantener los ojos abiertos debido al deslumbrante resplandor. Un momento después, el patio se llenó de agua, a más de tres metros de altura. Los truenos y relámpagos se intensificaron y sacudieron la tierra con violencia, como si la montaña se derrumbara y el río retrocediera.

En un abrir y cerrar de ojos, las olas ondulantes llegaron hasta donde Du estaba sentado. Con las palabras del sacerdote taoísta claras en su mente, Du permanecía sentado con la espalda erguida, sin siquiera mover sus párpados.

Un poco después, el general vestido de oro volvió, con un grupo de espectros del infierno con aspecto feroz. Colocaron delante de Du un caldero lleno de agua hirviendo. Los fantasmas, con lanzas y horquillas de hierro en sus manos, amenazaron a Du: "¡Dinos tu nombre y te dejaremos ir, si no, te arrojaremos a la olla!".

Du se mantuvo callado.

Los fantasmas trajeron a la esposa de Du y la ataron al final de las escaleras. "Dinos tu nombre y la dejaremos ir", le gritaron los fantasmas a Du. Pero él siguió en silencio.

Los fantasmas comenzaron a golpear a su esposa, luego cortaron su cuerpo con cuchillos y la atravesaron con flechas. La quemaron, la hirvieron, la torturaron de todas las maneras posibles. La mujer sufría un dolor insoportable y le gritaba a Du: "A pesar de que soy fea, torpe y no soy digna de ti, he sido tu esposa durante diez años. Ahora los demonios me han traído hasta aquí y me están torturando. ¡No puedo soportarlo más! Solo espero que puedas decir algo para que me pueda salvar. ¿Cómo puedes ser tan despiadado? ¿Cómo puedes soportar ver cómo me torturan de esta manera?".

Su esposa lloró desconsolada. Aún así, Du permaneció calmado y tranquilo, como si no estuviera ni viendo ni oyendo.

"Muy bien", dijo el general. "¡Tengo más formas de tratar con ella!". Ordenó a los demonios que le trajeran una lima de hierro para rasgar la piel de sus pies centímetro a centímetro. La esposa de Du aullaba de dolor. Aún así, Du ni siquiera la miró.

"Este tipo es un experto en magia negra", dijo el general. "¡No se le puede permitir que permanezca en el mundo humano mucho más tiempo!". Luego ordenó a sus guardias que decapitaran a Du. En cuanto lo asesinaron, llevaron su alma al rey del infierno.

"¿No es éste el tipo malo del Pico Yuntai?”. El rey del infierno dijo tan pronto como vio a Du: “¡Envíenlo al infierno!".

Du sufrió todo tipo de torturas en el infierno: lo hirvieron dentro de una olla de aceite, lo torturaron en una jaula de hierro, le clavaron agujas de hierro, lo vistieron y frotaron con una armadura filosa, lo arrojaron a un pozo de fuego y lo obligaron a caminar sobre cuchillos y espadas. Pero aún así, Du recordó lo que el sacerdote taoísta le había dicho y lo soportó todo, sin emitir ningún sonido.

Los soldados del demonio informaron más tarde al rey del infierno que aunque habían usado todos los medios de tortura, el prisionero no cedía.

"Este tipo es siniestro y malo. No debería permitírsele ser un hombre. ¡Que sea una mujer en la próxima vida!”, dictaminó el rey del infierno.

Du renació poco después como una niña en la familia de Wang Qin. Wang era el magistrado del condado de Shanfu, en la prefectura de Song. Du fue una niña enfermiza desde el día en que nació, y recibía tratamientos con acupuntura y amargas hierbas medicinales todo el tiempo. Además se cayó en una hoguera, se cayó de la cama muchas veces y experimentó un sinfín de sufrimientos. Sin embargo, nunca dijo una palabra.

Con el paso de los años, Du se convirtió en una joven muy hermosa, que nunca hablaba. La familia de Wang pensaba que su hija era tonta, y sus parientes también la insultaban y acosaban. Pero Du nunca decía nada.

Fracasando en el último momento

Había un erudito llamado Lu Gui en el mismo condado, que acababa de aprobar el examen imperial. Escuchó que la hija del magistrado era muy hermosa, así que le pidió al casamentero que hablara con el magistrado, esperando tomarla por esposa.

El magistrado rechazó tal propuesta, argumentando que su hija era muy tonta.

Lu Gui no se rindió, diciendo: "Mientras la esposa sea virtuosa, ¿qué importa si no puede hablar? Puede incluso ser un ejemplo para las mujeres que chismorrean todo el tiempo".

De esa forma, el magistrado aceptó darla en matrimonio. Lu Gui siguió los rituales que marcaba la tradición y se casó con Du. Los dos disfrutaron de una relación muy armoniosa durante años y tuvieron un hijo.

Cuando tenía dos años, el niño era muy adorable e inteligente. Lu Gui sostuvo una vez al niño mientras hablaba con Du, que nunca hablaba, por mucho que Lu intentara burlarse de ella.

Lu Gui se enfadó y dijo: "En la antigüedad, la esposa del oficial Jia lo miraba con desprecio, pensando que era un incompetente, y nunca le sonreía. Pero después, cuando Jia disparó una flecha a un faisán, abandonó su resentimiento".

Continuó: "Aunque mi estatus no es tan alto como el de Jia, ¿no es mi talento cien veces mejor que el que se requiere para disparar a un faisán? Sin embargo, ¡sigues sin hablarme!”.

"Cuando un marido es despreciado por su esposa, ¿qué sentido tiene tener un hijo?".

Agarró al niño por las piernas y lo lanzó fuera de la casa. El niño cayó sobre su cabeza, se rompió el cráneo al golpearse contra una roca; la sangre salpicó a varios pasos de distancia.

Por amor al niño, Du olvidó lo que el sacerdote taoísta le había dicho, y gritó: "¡Oh no!" –este era el primer sonido que hacía desde que se marchó el sacerdote.

Tan pronto como Du gritó, se encontró de nuevo sentado en el templo taoísta del Pico Yuntai; el viejo sacerdote taoísta también estaba allí. Estaba amaneciendo, y de repente, unas llamas púrpuras golpearon las vigas de la mansión. El edificio se quemó casi al instante.

"Eres una persona tan débil y desgraciada. ¡Has echado a perder un asunto muy importante!". Diciendo estas palabras, el viejo sacerdote taoísta agarró del cabello a Du y lanzó su cabeza a una urna de agua. El fuego se extinguió inmediatamente.

“Habías abandonado la felicidad, la ira, la pena, el miedo, la maldad y otros tantos deseos, pero no así el amor sentimental hacia tu hijo”, le dijo el sacerdote taoísta a Du. "Si no hubieras gritado cuando Lu Gui echó a tu hijo, habrías obtenido un elixir para la inmortalidad y ganado un lugar entre los inmortales. ¡Qué lástima! ¡Un discípulo prometedor es realmente difícil de conseguir! Puedo continuar haciendo elixires de la inmortalidad, pero ahora tendrás que volver al mundo secular. ¡Sigue cultivándote con la debida diligencia en el futuro!".

Con estas palabras, le mostró a Du un camino desde la distancia y le dijo que volviera. Antes de irse, Du pisó los cimientos quemados de la mansión, y vio que el horno de alquimia se había malogrado, tenía un pilar de hierro en medio. Era tan grueso como un brazo y de varios metros de altura. El sacerdote taoísta se quitó la túnica y empezó a despedazar el pilar de hierro con un cuchillo.

Cuando Du regresó a casa, lamentó profundamente haber olvidado lo que el sacerdote taoísta le había dicho, y quiso volver a prestar servicio al sacerdote taoísta para compensar su error.

Pero cuando llegó al Pico Yuntai, no pudo encontrar nada, y solo pudo regresar con gran dolor y arrepentimiento.

(Historia de Taiping Guangji)