(Minghui.org) Me encontraba allí, tumbado en la cama, sin poder moverme. Los analgésicos no parecían hacerme ningún efecto. A pesar de que tomé una dosis elevada, el dolor agudo que sentía en mis huesos no remitía. Era tan insoportable, que me impedía incluso pensar. Solo deseaba que el dolor se detuviera.

Esta era mi situación durante el verano de 2016. Padecía cáncer de huesos, o mejor dicho, trataba de sobrellevar mis últimos días en este mundo.

Me llamo Chen Qinghe, tengo 50 años, y soy conductor de camiones en Hulunbuir, Mongolia.

Siempre disfruté de buena salud, pero en 2016, comencé a sentir tensión en mi recto, acompañado de un dolor leve. No disponía de tiempo para hacerme chequeos debido a mi apretado horario de trabajo, así que me tomé un medicamento de venta libre. En dos semanas, las cosas empeoraron hasta el punto que era incapaz de conducir.

Mi esposa me llevó a un buen hospital en Hulunbuir, el 7 de julio. Después de que me realizaron una tomografía, el médico nos dijo que tenía cáncer en los huesos y que estaba en etapa terminal. Todos mis huesos habían resultado afectados, y los dos primeros huesos de la tibia ya se habían vuelto completamente negros. Las células cancerosas se habían diseminado y accedido a los capilares sanguíneos. No tenía sentido operarme: la única opción que me quedaba era aguantar el dolor y esperar hasta que la parálisis se adueñara de mí.

Mi mente se quedó en blanco. Solo conseguía escuchar al doctor y a mi esposa hablar sobre los resultados de las pruebas. Dos días después, estaba postrado en la cama, completamente paralizado.

Mi esposa me cuidó como si fuera un bebé. Me alimentaba y me daba de beber, también limpiaba mi cuerpo con una toalla húmeda y me ayudaba a ir al baño.

Al ver que su cara se volvía cada vez más pálida, que le resultaba imposible sonreir y escuchar sus palabras huecas de consuelo, mi corazón se quebraba.

No quería morir todavía. Aún quería realizar mis sueños, pero el dolor en mis huesos era insufrible. Padecía mucho. Sentía como si alguien tratara de extraer algo del interior de mis huesos usando un cuchillo afilado, o como si una piedra gigantesca destrozara a golpes mis huesos ya deteriorados. Era una sensación terrible.

Mi esposa consultó a otros médicos en Beijing pero recibió la misma respuesta: No existía ningún tratamiento para un cáncer tan agresivo como el que sufría.

Regresamos a mi ciudad natal en Cangzhou, de la provincia de Hebei, el 29 de julio. Los médicos nos dieron el mismo diagnóstico.

Alquilamos un departamento. Empecé a tomar remedios de la medicina china, esperando que eso me ayudara. Aumenté la dosis de mis analgésicos de media pastilla a dos pastillas. Pero aún así el dolor seguía siendo igual de intenso. Pensé que haría lo que fuera con tal de detener el dolor.

Entendía lo que deseaba mi esposa: Que me quedara en casa en la última etapa de mi vida para poder despedirme de mis parientes y amigos.

"Si pudiera elegir, te elegiría de nuevo. Si pudiera acontecer un milagro, no dudaría en arrodillarme y suplicar al cielo. Roguemos que suceda un milagro", me dijo mi esposa.

Mi hermana mayor practica Falun Dafa. Me visitaba a menudo y, en una ocasión, me trajo el libro Zhuan Falun. Me dijo que repitiera en mi corazón: "Falun Dafa es bueno" y "Verdad-Compasión-Tolerancia es bueno".

El partido comunista había prohibido practicar Falun Dafa y había contado muchas mentiras, así que simplemente, no escuché a mi hermana. Le pedí a mi esposa que se deshiciera del libro.

Mi hermana mayor me trajo otro libro, Survivor, al día siguiente. Sin saber por qué, lo abrí y empecé a hojearlo. Contenía muchas historias sobre personas que se habían sobrepuesto a enfermedades terminales después de practicar Falun Dafa. No podía dejar de leerlo. Me conmovió cada una de las historias y me sentí realmente feliz por cada persona que se había recuperado. Terminé el libro entre lágrimas.

Al día siguiente, el 12 de septiembre de 2016, abrí Zhuan Falun. No me quedaba ninguna esperanza, incluso los mejores especialistas de Beijing coincidían en que no podían remediar mi cáncer. ¿Qué podía perder? Solo pensaba en leer el libro. Después de leer unas 50 páginas, me sentí agotado. Entonces, me acosté y me quedé dormido. Hacía muchos días que no dormía tan bien.

Cuando mi esposa me despertó, seguí leyendo el libro. Sentía nauseas cada vez que tomaba medicamentos, y perdí el apetito.

Dejé de tomar medicamentos el 15 de septiembre. Incluso dejé de comer. Aunque no tomaba nada, sentía que mi cuerpo estaba mejorando, y que el dolor agudo había desaparecido. Continué varios días en ese estado.

El séptimo día, mi estómago comenzó a hacer ruidos extraños. Tomé algo de sopa. Sentí como una corriente cálida se dispersaba por todo mi cuerpo. Cuando me di la vuelta en la cama, no sentí ni la más leve molestia en mi espalda. La hinchazón había desaparecido y me sentía relajado y cómodo.

Me quedé dormido. Soñé con el Maestro. Extendió su mano hacia mí y extrajo algo parecido a un pañuelo de mi pierna. Cuando desperté, mis piernas estaban ligeras. Llamé a mi esposa y le enseñé que ya podía mover las piernas. Estábamos tan emocionados que no podía dejar de moverme. Lloramos de alegría.

Algunos practicantes vinieron a mi casa para estudiar los libros de Dafa juntos. Me animaron mucho y me recuperé rápidamente. Poco después, conseguí sentarme y cruzar una de mis piernas en la posición de meditación. Podía caminar hasta 1 kilometro sin descansar.

Le relaté mi historia a otras personas. Quería que todos conocieran el poder de Dafa. Cuando estaba hablando con un vecino, vi al Maestro aparecer en el cielo. Me pidió que les enseñara a hacer los ejercicios de Dafa.

Sé que el Maestro espera que atesore la oportunidad que me brinda mi nueva vida y ayude a otras personas a comprender y aprender Dafa. Siento una gratitud indescriptible, le agradezco sinceramente a Shifu que me haya salvado la vida.