(Minghui.org) Cuando tenía 29 años me sobrevino una parálisis tal que incluso me impedía articular palabra alguna. Esto hizo que me volviera insensible hacia todo cuanto me rodeaba.

Algunos años después, un problema de estómago me llevó a ser intervenido quirúrgicamente hasta en tres ocasiones. Como las incisiones se infectaron, supuraban y no se cerraban.

Para pagar mis facturas médicas tuvimos que vender nuestra casa. Ni siquiera podíamos afrontar los gastos escolares de nuestros dos hijos. Teníamos que vivir con el escueto salario que mi mujer ganaba vendiendo hortalizas.

Pasaba los días sumido en la desesperación, sin saber lo que la vida me depararía.

En octubre de 1998, cuando tenía 43 años, la vida me sorprendió concediéndome el regalo más preciado que hubiera podido imaginar: el libro Zhuan Falun, el escrito principal de Falun Dafa (también conocido como Falun Gong).

En aquella época, mi esposa ya había empezado a practicar Falun Dafa. Se quedó asombrada tanto por los profundos principios que trataba el libro, como por las tremendas mejoras que ocasionaba en la salud de los practicantes. Me recomendó que lo probara.

Cuando mi esposa me entregó el libro Zhuan Falun por primera vez, me emocioné. Me senté en la cama y empecé a leer una página tras otra. Me cautivó de tal manera que me resultó imposible dejar de leerlo. Desde la primera página hasta la última, lo leí cinco veces.

Me sentía tan enfocado cuando lo leía que ni siquiera me di cuenta de que las heridas quirúrgicas infectadas, que me habían estado molestando durante tanto años, habían sanado. También desaparecieron muchas otras sensaciones incómodas. Después de tantos años, recobré las ganas de vivir.

Mi esposa me animó para que fuera a estudiar en grupo con los demás practicantes. Aunque aún no podía hablar, acepté, porque creía que debía hacerlo.

Al grupo lo componían más de cuarenta personas. Después de que todos se sentaron, empezaron a leer por turnos, uno por uno. Cuando me tocó el turno de leer, pensé dentro de mi corazón: “Shifu, por favor, ayúdeme. Quiero leer el libro con ellos”. Al tener este pensamiento, una energía poderosa y cálida recorrió mi cuerpo. En aquel preciso momento… ¡pude hablar!

Mientras leía, las lágrimas rodaban por mi mejillas. Todos me miraban atónitos. ¡Nos sentimos pletóricos tras presenciar el inmenso poder de la práctica!

Como continué estudiando las enseñanzas, haciendo los ejercicios y mejorando mi xinxing basándome en los tres principios de Falun Dafa: Verdad-Benevolencia-Tolerancia, mi cuerpo no dejaba de ser purificado continuamente.

Cuando el yeli patogénico era eliminado de mi cuerpo, sentía dolores tremendos por todos lados. Una noche, curiosamente, mientras veía las conferencias en vídeo del Maestro, con otro practicante, el dolor desapareció completamente. Pero al regresar a casa, volvió. Tras pasar más de veinte días de purificación todo volvió a la normalidad. Sentí mi cuerpo más ligero y lleno de energía.

Encontré un empleo de repartidor, con el cual ayudar a sobrellevar la carga familiar. Aunque algunas veces el trabajo era muy intenso, podía acometerlo fácilmente y acabarlo sin demora. Por ejemplo, una vez, aunque conduje mi bicicleta 80 kilómetros (50 millas) para hacer una entrega en una zona rural, no me sentía cansado en absoluto. En otra ocasión, subí sesenta sacos de arena y cemento a un sexto piso en una hora.

Asombrados al observar mi recuperación, muchos amigos y familiares también empezaron a practicar Falun Dafa.