(Minghui.org) Durante los 21 años que llevo cultivando Falun Dafa, siempre me he considerado una practicante diligente. He logrado superar muchas pruebas y tribulaciones, y no he padecido ningún problema de yeli de enfermedad.

Mi trabajo requiere que lea mucho a través de la computadora y del celular, y me pase las horas preocupada por conocer las noticias de última hora. Pero recientemente, mis ojos se pusieron tan rojos e inflamados que no podía leer.

Mi primer pensamiento fue que la interferencia me la habían causado espíritus perversos por leer demasiadas cosas de la gente común. Envié pensamientos rectos para eliminarlos y le pedí al Maestro que me ayudara a cambiar de empleo.

Mis ojos continuaron empeorando durante los días sucesivos, y mis colegas me aconsejaron que fuera a ver a un médico.

Me dije que no reconocería los arreglos de las viejas fuerzas y que como practicante de Dafa, nadie debía ponerme a prueba.

Tenía que encontrar la causa fundamental de mi problema ocular. Entonces, recordé un proverbio chino que dice así: “Los ojos son las ventanas del corazón”.

Reflexioné: ¿Es mi problema ocular el reflejo de un problema en mi corazón?

El Maestro dijo:

“Para un cultivador, mirar hacia adentro es una herramienta mágica”. (Enseñando el Fa en el Fahui Internacional de Washington DC 2009)

Empecé a mirar hacia dentro con seriedad, y logré descubrir que, a menudo, siento desprecio por mi marido. Aunque también es un practicante, creo que no es diligente y que no comprende los estándares del Fa en muchos aspectos.

También encontré que una compañera del trabajo me produce nauseas porque tiene un estándar moral pobre, y porque arde en deseos de convertirse en la amante de algún rico.

Despreciar a los demás es también un corazón de envidia. Decimos habitualmente que una persona siente envidia cuando nota que otro es mejor que ella. Pero comprendí que mi desdén hacia los demás es también una manifestación de envidia, porque me estoy comparando con ellos.

Me quedé muy impactada cuando descubrí esta envidia, porque siempre me había considerado una buena practicante, y a menudo sentía desprecio hacia otros practicantes y hacia la gente común cuando mostraban este comportamiento.

Comprendí que mi problema ocular tenía su raíz en que mi corazón no era claro ni limpio.

Llamé al Maestro, y le dije que no quería esta envidia. Supliqué al Maestro que me ayudara a deshacerme de ella. A los pocos minutos, mis ojos dejaron de molestarme.

El enrojecimiento y la inflamación de mis ojos habían desaparecido cuando me levanté a la mañana siguiente.