(Minghui.org) Solía tener mal temperamento. Lidiar con las presiones en mi trabajo a la vez que cuidaba de mi hija pequeña hizo que mi salud se deteriorase. Mis problemas parecían incontables: tumor tiroideo, apendicitis, cardiopatía y cálculos biliares. Así que me hospitalizaban frecuentemente y para hacer frente a los gastos de los tratamientos tenía que invertir hasta la última moneda de mis ingresos.

Dos años después de que me extirparan la vesícula biliar, mi cuerpo comenzó a enfermar de nuevo. Sabía que me encontraba lejos de haberme repuesto. A veces, estallaba en lágrimas debido al dolor y a la tensión. Un día mi jefa me preguntó: “¿Se encuentra bien?”.

“Sinceramente... No”, le respondí. “Me duele la espalda”.

“Recuerdo que le extirparon la vesícula. ¿Qué le duele ahora?”, me preguntó.

“La médico me dijo que es posible que se haya quedado algún cálculo en el conducto biliar”, le expliqué.

Siguiendo su consejo, fui a visitar a la médica otra vez y fui hospitalizada durante 40 días. Me prescribió muchos medicamentos, pero ninguno me hacía efecto y el dolor continuaba durante todo el día y la noche.

La médica y mi marido nunca hablaban sobre mi enfermedad. Pero sabía que todos los pacientes a mi alrededor padecían cáncer. Como el dolor que sentía era muy agudo, me volví dependiente de los analgésicos durante el día y de las inyecciones durante la noche. Mi rostro se volvió amarillo y me resultaba difícil mover las extremidades. La gente normal tiene una tasa de glóbulos blancos de entre 4.000 y 10.000, pero la mía descendió hasta los 2.400. Aunque solo tenía 40 años, mi pelo se volvió gris y hasta necesitaba ayuda para caminar.

Mi marido estaba muy preocupado y contactó con un especialista que me diagnosticó cáncer de páncreas. “Está muy enferma, hay que ponerla en tratamiento ahora mismo”, afirmó el especialista. Nos recomendó a un amigo, uno de los mejores médicos de la ciudad de Harbin, provincia de Heilongjiang.

Regresé a mi habitación abatida: “En esta etapa de la enfermedad tan avanzada, ¿qué esperanzas me quedan de curarme?”. Mi marido sugirió que regresáramos a casa para preparar el viaje a Harbin. Pero no estuve de acuerdo: con tan mala salud, ¿para qué hacerlo?. Además supondría un gasto enorme para nuestra familia.

Así que no me moví del hospital. Para conseguir conciliar el sueño habitualmente me administraban una inyección de analgésicos. Pero ese día ni siquiera dos inyecciones lo consiguieron; el dolor no se iba. Mi marido preguntó a la enfermera si me podían administrar otra inyección. “Perdone, pero no puedo hacer eso. Sería demasiado peligroso”, replicó la enfermera.

La enfermera se quedó a conversar con nosotros un rato. Empecé a sentirme muy cómoda, mejor de lo que me había sentido nunca. Cuando se iba a marchar, le supliqué: “Por favor, no se vaya. No siento nada de dolor cuando usted está aquí”. Entonces le ofrecí algo de fruta y aperitivos, esperando que los aceptara y se quedara.

Sorprendida ante mi reacción, la enfermera permaneció en silencio por un momento y luego me dijo: “Espere aquí que le voy a traer algo”. Aunque no la creí la dejé marchar. Volvió al rato. Traía un libro en sus manos y se acercó a mi: “Si puede hacer esto, nunca volverá a sufrir de dolor”.

Abrí el libro y vi el título, Zhuan Falun. Leí algunas páginas y me quedé dormida con el libro en mis manos. Esa noche, no sentí ningún dolor.

Los cambios no se detuvieron ahí. Todo el dolor acabó por desaparecer y ya no necesité que me operaran. Mi marido no lo podía creer y programó otra visita. Los médicos después de hacerme pruebas una y otra vez, no encontraron nada malo.

Entendí con total claridad que Falun Dafa me había salvado realmente.

Continué estudiando y practicando, y además de la salud física obtuve muchos beneficios; también se elevó mi xinxing.

Después de conocer los principios de Verdad-Benevolencia-Tolerancia, intenté aplicarlos en mi vida diaria. Mi padre y mi hija estaban felices de los cambios positivos que veían en mi. También dejé de discutir con la gente como solía hacer.

Mis vecinos y amigos también se alegraron cuando se enteraron de mi recuperación. Cuando hablaba con la gente, se sorprendían al escuchar que tenía 65 años, y decían: “¿En serio? ¿Pero por qué parece tan joven y saludable?”.

“Dese una oportunidad con Falun Dafa y también experimentará lo milagroso que es”, le respondí. En mi corazón, deseo que más gente pueda llegar a tener una vida tan feliz como la mía.