(Minghui.org) Yo, como muchos otros practicantes de Falun Dafa, fuimos testigos de eventos milagrosos. Me encontré con uno en marzo de 2015.

Una tarde salí en un triciclo eléctrico. Un camión que viajaba muy rápido detrás mío me chocó, golpeó mi triciclo y me arrojó al suelo; y no se detuvo por más de treinta metros.

Estaba tendida sobre mi estómago, y sentía como si la pierna estuviera sangrando, ya que los pantalones estaban húmedos. Sin embargo pensé: “Soy un practicante de Falun Dafa y debería estar bien”, motivo por el cual me paré.

Un hombre de mediana edad y otro joven salieron del camión y caminaron hacia mí. El primero sacó dinero de su billetera y me lo dio. “Sentimos mucho el accidente. Aquí tiene algún dinero, por favor busque a un médico que la examine”.

“No, gracias. Estoy bien”, les dije.

Entonces ofreció reparar mi triciclo. Nuevamente, rechacé su propuesta y le agradecí.

De alguna manera estaban desconcertados, porque las personas en China normalmente se extorsionan unas a otras con dinero después de este tipo de accidente. Les expliqué que era practicante de Falun Dafa, y les conté: “A través de la meditación y siguiendo los principios de Verdad-Benevolencia-Tolerancia, estoy saludable y siempre dispuesta a ayudar a otros. Estoy bien, en serio”.

Pensé que los hombres podían haber malinterpretado a Falun Dafa debido a los 18 años de propaganda durante la persecución. Por lo que les expliqué, comenzando por algunas de mis experiencias personales.

Les recordé cómo el partido comunista chino había maltratado a buenas personas en el pasado, y les manifesté que los practicantes estaban sufriendo porque tenían una creencia recta.

Les conté que el futuro de la gente está en riesgo si sigue ciegamente al PCCh en la persecución de personas inocentes. Les sugerí que renuncien al partido y a sus organizaciones afiliadas ambos estuvieron de acuerdo; me agradecieron y partieron.

Después de llegar a casa, noté que mi brazo izquierdo estaba amoratado y había un gran chichón. En la pierna izquierda también tenía rasguños, y mi suéter estaba abierto. A pesar de estas lesiones, no tuve dolor ni sangrado. Sabía que el Maestro me había protegido, y en lágrimas le agradecí.