(Minghui.org) Comencé a practicar Falun Gong en 1997 y actualmente tengo 76 años. Me gustaría compartir algunas de mis experiencias de cultivación.

Mi hija mayor

Cuando mi corazón no fue movido por el sentimentalismo, mis hijas hicieron bien las cosas aunque no son cultivadoras.

En 2001, la mayor, que es médica, me contó que la dirección del hospital deseaba promoverla a presidenta del hospital pero bajo una condición: tenía que conseguir que yo dejara de practicar Falun Gong.

“Dios te está probando”, le dije. “Si estás destinada a tener ese ascenso, lo conseguirás independientemente si tu madre practica Falun Gong o no. Debes abandonar la idea de pedirme que lo haga”.

Mi hija no estaba complacida de escuchar eso.

Furiosamente me respondió: ¿Entonces lo tengo que dejar ir porque tú me lo dices?

“Si no puedes dejarlo ir, ¿qué debemos hacer, renegar una con otra? ¿Cómo puedes pedirme que deje Falun Gong por una promoción? ¡De ninguna manera!”.

Partió llorando.

Sin embargo, cuando regresó al hospital, dijo que no quería ser ascendida si esa era la condición, ni iba a unirse al partido. Les dijo que no repudiaría a su madre solo por una promoción. Y continuó con su trabajo como médica.

Entonces les manifestó: “No está mal que mi madre practique Falun Gong. El partido comunista chino (PCCh) no es justo. Mi madre y otros practicantes nunca se comportan como los retratan en TV, asesinando gente y quemándose. Nunca harían esas cosas”.

Estaba muy orgullosa de mi hija, fue muy honorable. Sabía qué era Falun Gong y por eso era tan recta. Sé que el Maestro vio que ella era capaz de distinguir lo bueno de lo malo y que manejó bien la situación a pesar de la presión del PCCh. El Maestro la protegió y la ayudó a pasar esta tribulación.

Mi hija menor

La menor es ginecóloga en un hospital. Un día su jefe quiso promoverla, pero primero ella debía afiliarse al PCCh.

Entonces dijo: “Si tengo que unirme al partido para conseguir un ascenso, preferiría no tenerlo”.

Lo rechazó. Más tarde, sin embargo fue promovida a jefa de su departamento, a pesar de no haberse afiliado.

Me iluminé a que los Dioses están teniendo el control, no nosotros. Estoy muy feliz que mis dos hijas hayan actuado de forma tan honorable.

El mal se desintegra por sí mismo cuando nuestros corazones no se mueven

En 2001, un gerente en mi compañía trajo a un compañero de trabajo, al alcalde de nuestro pueblo y a un guardia local a visitarme. Tenían un documento llamado las tres declaraciones. Me advirtieron que me llevarían a un centro de lavado de cerebro si me negaba a firmarlo.

Envié el pensamiento: “Mi corazón no se mueve y esto restringirá todo mal a mi alrededor”.

Expliqué lo malvada que es la persecución.

Y les dije: “Mi Maestro me dio el Fa y está cuidando de mí. Los que nos cultivamos en Dafa no podemos reconocerla. En todo lo que hagamos, debemos ser buenas personas. Por ejemplo, si encuentro dinero falso, no debo gastarlo, lo destruyo”.

Estaban conmovidos y disfrutaron escucharme. Luego me comentaron que los practicantes de Falun Gong estaban distribuyendo volantes en todas partes.

“Tenemos que hacer eso para contarle a las personas sobre Falun Gong, porque no hay otra forma de hacerlo”, les manifesté. “El gobierno no nos deja hablar libremente. Debemos imprimir esos volantes con nuestro propio dinero. ¿Para qué? ¨Para salvar a la gente. Por lo que continuaremos distribuyéndolos”.

Al término de nuestra conversación, el alcalde dijo: “Nosotros como funcionarios no contribuimos tanto con la sociedad como usted. ¡A partir de ahora, puede hacer lo que quiera y no la detendremos!".

Partieron sin hacer mención al documento las “tres declaraciones” que querían que firmara.