(Minghui.org) Era un día caluroso y húmedo, casi tan pesado que no se podía respirar. Mi vuelo estaba retrasado, y ya eran las dos de la madrugada cuando llegué al hotel. Tuve el mismo sueño toda la noche, que parecía tan real: soldados y policías portando armas patrullaban los techos alrededor de la Plaza Tiananmen, mientras que los practicantes estábamos fuera de la plaza.

En el sueño, me pregunté: “¿Debo ir? ¿Tengo miedo?”. Los rápidos latidos de mi corazón en el sueño eran tan reales. Di un paso al frente en el sueño.

Estaba en calma cuando desperté a la mañana siguiente. No sabía qué iba a suceder, pero sabía qué debía hacer. Le conté a Hui, Fan y Yang sobre mi sueño. Todas sonreímos: “Debemos ir hoy, para pedir justicia por Falun Gong”.

Después de hacer los ejercicios, eran las 9:30. Las cuatro chicas tomamos un taxi a la Plaza Tiananmen.

No sabíamos que el 20 de julio de 1999 marcaría uno de los días más oscuros de la historia. No nos imaginábamos que sería el comienzo de una campaña de brutal persecución. En este día pecaminoso, el que no debemos olvidar, fui testigo de la compasión y de la maldad, de la paz y de la violencia, en la histórica ciudad de Beijing.

El taxi siguió por la calle Chang’an al este. De repente, vimos patrullas por todas partes. La calle estaba bloqueada cuando llegamos al área de Xidan, así que doblamos hacia el norte y seguimos hacia la puerta negra de la Ciudad Prohibida, pero pronto encontramos más bloqueos.

Salimos del auto y nos dirigimos hacia la Plaza Tiananmen. Muchas personas nos hablaban. La mayoría eran campesinos. La multitud avanzaba, el ambiente se volvía tenso. Grupos de policías detenían a la gente y les hacían preguntas.

Los practicantes explicaban pacíficamente, en todo tipo de acentos, a la policía por qué estaban allí: “Para decirle al gobierno central que Falun Gong es bueno, todos nos beneficiamos con él, por favor, restauren la reputación de Falun Gong”. La policía les gritaba, insultaba y empujaba hacia una fila sin fin de autobuses.

Quería decir lo mismo. No pensaba qué me sucedería si me subían a un bus. No nos detuvimos, y seguimos avanzando. Era un largo camino de diez minutos. La gente alrededor era llevada a los buses una por una. Cada vez quedaban menos y menos en frente de nosotras. Finalmente, nos detuvieron.

“¿Qué intentan hacer? ¿Son de Falun Gong?”.

“”Todas somos practicantes de Falun Gong”. “Solo queremos decir al gobierno central que Falun Gong enseña Verdad, Benevolencia, Tolerancia. Es beneficioso a nivel físico y espiritual”.

“Mírense, parecen educadas, y viven una buena vida. ¿Por qué practican Falun Gong?”.

“Muchos practicantes de Falun Gong son intelectuales. Todas nosotras fuimos a la universidad. Probablemente tienen malentendido qué es Falun Gong. Eleva la mente de uno”.

Fuimos todas llevadas hasta un bus lleno de practicantes de todo el país. Sólo por hablar desde el fondo de nuestro corazón, nos conocimos allí en ese día.

El bus nos llevó a una escuela secundaria que se encontraba vacía a las 11 a.m. Nos llevaron a diferentes salas, cada una monitoreada por siete u ocho policías. La televisión emitía la propaganda de la estación de TV china central a todo volumen, atacando y difamando a Falun Gong con las palabras más despiadadas y las mentiras más descaradas. Nos obligaron a mirar y escribir nuestro entendimiento de las propagandas.

Nadie que fue a apelar por Falun Gong a la Plaza Tiananmen ese día esperaba eso. La policía nos gritaba. Me pregunté: “¿En qué creo? ¿Está mi creencia realmente equivocada?”. La respuesta era obvia: “Verdad-Benevolencia-Tolerancia no está mal. He sido testigo de tantos milagros entre mis compañeros practicantes. Tantas enfermedades terminales incurables fueron sanadas. No hay nada malo en practicar Falun Gong”.

Escribí lo que honestamente pensaba, y me pusieron de nuevo en un bus.

Nos llevaron al estadio de los Workers. Siete u ocho colectivos llenos de practicantes estacionaron allí. Un policía gritó por su radio. “Está repleto aquí, vayan a otro lado”. “¿Al distrito de Fengtai?”, preguntó un policía de nuestro bus. “También está repleto, fíjense en el distrito Shijingshan”.

A las dos de la tarde nos llevaron al estadio del distrito de Shijingshan, donde nos dividieron en grupos según nuestra provincia de origen. Todos nos sentamos en el césped, con la policía rodeándonos.

El sol estaba justo sobre nuestras cabezas. Miré alrededor, todo el estadio, todos los asientos y el césped, estaba repleto de practicantes de todas partes de China. Hombres y mujeres, mayores y jóvenes. Algunas mujeres tenían niños o bebés. No esperaba que tanta gente viniera a defender la reputación de Falun Gong con su compasión y serenidad.

Nos sentamos allí en silencio. La mayoría leía Zhuan Falun, el libro principal de Falun Gong. Era una escena tan serena y maravillosa. Parecía que todos ignorábamos los riesgos, peligros y policías nerviosos con armas.

Antes de la oscuridad, el alto volumen de los parlantes en el estadio comenzó a emitir nuevamente mentiras malvadas. De la nada, alguien comenzó a recitar el Lunyu (el inicio de Zhuan Falun). Todos los seguimos. Nuestras voces ahogaban por completo los parlantes. Con lágrimas cubriendo mi rostro, recité Lunyu en voz alta, una y otra vez.

Un policía levantó su bastón y comenzó a golpear a un practicante. Otros practicantes se apuraron y cubrieron al que estaba siendo golpeado con sus propios cuerpos, gritando, “¡No lo golpee!”. Otros policías vinieron con sus bastones y golpearon a estos practicantes.

Un practicante comenzó a recitar un poema del Maestro Li Hongzhi, el fundador de Falun Gong:

Vivir sin expectativas, morir sin arrepentimientos; extinguiendo todo pensamiento excesivo, cultivar el fo no es difícil”.

(“Sin existencia”, de Hong Yin)

Todos hicieron eco de esas líneas. Sus voces rompían la oscuridad de la noche y resonaban hasta lo alto del estadio.

Me sequé las lágrimas y me uní. En ese momento, mi vida se elevó. La vida y la muerte estaban más allá de mi preocupación. Me di cuenta que, como cultivadora, mi tarea es proteger la verdad del universo, en la cual mi creencia está sólidamente arraigada.